La crisis de la religión en la cristiandad

José Comblin

Existencia de la crisis

No voy a tratar de eventuales crisis en otras religiones, lo que supondría un desarrollo mucho más extenso. Quiero restringirme a la crisis dentro de la cristiandad.
En la cristiandad, la crisis de la religión está llegando a su punto culminante en Europa, y ya alcanzó un nivel muy alto en América. Esta crisis tiene raíces muy antiguas. Con el triunfo de la escolástica en el siglo XIII era posible pensar que la cristiandad estaba establecida sobre fundamentos firmes. Había eliminado la amenaza de Joaquim de Fiori, y había reprimido a sangre y a fuego la herejía albigense. La ortodoxia reinaba. Es verdad que los mismos actores que crearon esa escolástica no se sentían tan seguros, porque tuvieron que luchar contra fuerzas más conservadoras. Pero estaban animados por un optimismo muy grande. Con el descubrimiento de la filosofía griega, tenían la impresión de haber redescubierto el mundo y de haber colocado ese mundo dentro de un sistema cristiano. Animados por ese optimismo pudieron crear una obra capaz de resistir durante siglos. De hecho, ella proporcionó a la Iglesia romana un sistema intelectual y social completo con el cual esa Iglesia se hallaba capaz de gobernar el mundo entero.
Sin embargo, desde el siglo XIV aparecen las primeras fisuras, las primeras dudas y las primeras impugnaciones. Los primeros autores fueron los místicos y las místicas con los Espirituales franciscanos. Roma reaccionó. La Curia romana sentía muy bien que, sin la escolástica, estaría perdiendo el sistema que le permitía gobernar el mundo o, por lo menos, la Iglesia. Comenzó una era de sospechas de herejías y de condenaciones que hizo de la Curia romana el centro de una Inquisición vigilante que persiste hasta hoy, a pesar de los deseos de Juan XXIII.
Todos los que ponían en duda el sistema elaborado intelectualmente por la escolástica fueron tratados como sospechosos o sencillamente como herejes. Durante doscientos años los llamados herejes eran pocos y débiles. Fue posible reprimir el movimiento de impugnación. Los herejes del siglo XIV y del siglo XV todavía eran débiles y no creaban ningún peligro para el sistema. Anunciaban crisis mucho más fuertes a largo plazo.
Entonces, a principios del siglo XVI se dio la explosión del protestantismo, que comenzó a convencer rápidamente el público letrado de las ciudades. El partido humanista y erasmiano pensaba que se podía rehacer la unidad de la cristiandad mediante concesiones sobre las posiciones más fuertes de los “protestantes”. Pero los papas y los jesuitas pensaban que era posible reconquistar toda la cristiandad por medio de las misiones, y sobre todo por medio de los ejércitos católicos de España y del Imperio de los Habsburgo. En lugar de un concilio de reforma hubo un concilio de contrarreforma, el Concilio de Trento. Fue el concilio de la ruptura, de las condenaciones y del rechazo a todos los pedidos de los reformadores. La aplicación de Trento fue más agresiva todavía, y cortó toda posibilidad de diálogo.
La estrategia de Trento fracasó, en cuanto que no se logró reconquistar la mitad perdida de Europa. En lugar de la unidad, cada mitad de la cristiandad se transformó en máquina de guerra contra la otra mitad. Fue más de un siglo de guerras de religión.
Las terribles guerras de religión del siglo XVII tuvieron un fin imprevisto, pero, a la luz de la historia, previsible. Desembocaron en una crisis general de la cristiandad. En las élites intelectuales se fue implantando de modo cada vez más firme la convicción de que la religión era factor de guerra y que no podía proporcionar el fundamento de una sociedad pacífica. Era necesario expulsar la religión de la vida pública y contenerla dentro de la vida privada de cada individuo.
La cristiandad estaba virtualmente muerta. La jerarquía católica no aceptó esta nueva situación. En los siglos XVIII y XIX, la mayoría de la población era todavía rural y fiel a su catolicismo tradicional, sometido completamente al poder del clero. Los campesinos iban a proporcionarle al clero las tropas necesarias para defender un puesto importante en la vida pública. La Iglesia sería el partido “conservador” que trataría de frenar el movimiento de secularización de la sociedad y su propia expulsión de la vida pública. Fueron doscientos años de batallas, finalmente todas perdidas. La modernidad racionalista prevaleció y estuvo a la base de una sospecha generalizada contra la Iglesia. Se sospechaba que la Iglesia quería reconquistar el poder perdido.
Durante doscientos años, Occidente vivió una coexistencia bastante agresiva entre, por un lado, los restos de la cristiandad que trataba de salvar su pasado gracias a su implantación en el mundo rural, y, por otro lado, un nuevo tipo de sociedad que recibió el nombre de “modernidad”, implantado en la clase intelectual y en la nueva industria. Cada sector formaba una nación separada. Había una nación rural y conservadora, y una nación urbana y republicana.
Después de la Segunda Guerra Mundial hubo una época de convivencia más pacífica con la religión, cada vez más contenida en la vida privada, y una modernidad más tolerante. El Concilio Vaticano II fue el reflejo de esa época, que daba la impresión de ser el comienzo de una era pacífica. En el Concilio nadie podía adivinar que dos años después iba a suceder una inmensa revolución cultural que haría obsoletas todas las doctrinas conquistadas con tantos esfuerzos. Cuando se llegó a un virtual acuerdo con la república, la democracia y la modernidad, ya estaba lista la revolución en la mente de la juventud, que esperaba la oportunidad histórica.
Llegamos a la década de los setenta, anunciada por las revoluciones estudiantiles de 1967 y 1968 (¡mayo de París!). Fue el estallido de una revolución cultural radical. En gran parte, fue una revolución liderada por las mujeres, porque tuvo como primera expresión la gran revolución feminista, con el rechazo del patriarcalismo tradicional y las luchas de las mujeres por la igualdad con los varones en la vida pública y en la familia. Ellas querían definir su vida en completa libertad y no depender de los varones. Las mujeres mostraron los lazos íntimos entre el patriarcalismo y las grandes instituciones de la modernidad, que reproducían la desigualdad de la antigua cristiandad. Con eso contribuyeron eficazmente para provocar el derrumbe de la sociedad moderna. Quitaron la legitimidad a las instituciones republicanas.
No importa el nombre que se pueda dar a la nueva época. La palabra neomodernidad tuvo bastante éxito en Europa. No importan los nombres, los hechos hablan por sí mismos.
En primer lugar, estalló la crisis del racionalismo de la modernidad. Fue el fin de los grandes sistemas racionales que tenían la pretensión de ser una explicación universal, así como lo había sido la teología en la cristiandad. Era el fin de las teologías, de las ortodoxias y el comienzo del pensamiento débil de Gianni Vattimo. La ciencia racionalista tenía la pretensión de ofrecer el verdadero conocimiento de la realidad. Las nuevas críticas de las ciencias mostraron la relatividad de todos los conceptos científicos, que no pueden decir lo que la realidad es, pero proporcionan la capacidad de producir efectos nuevos con los elementos que están a nuestra disposición. La ciencia es funcional, ya no metafísica. No nos revela la realidad del mundo, ya sea del mundo de la materia, ya sea del mundo humano. Tiene valor simplemente operacional. Puede intervenir en los procesos de la materia o de la mente para producir efectos nuevos, más útiles para el género humano.
Con esta evolución restrictiva de la ciencia cayó la metafísica racionalista, la pretensión de conocer la realidad por métodos científicos. Conocer la “esencia” ahora es algo inútil. Lo que se busca es la manera de manejar las fuerzas identificadas para producir los efectos prácticos deseados.
Con esta evolución de la ciencia, la república perdió su fundamento metafísico. No tenía cómo establecer el reino de la razón, ya que la razón como sistema estaba desapareciendo.
La primera consecuencia que apareció claramente en mayo de 1968 fue la deslegitimación de la universidad y del sistema de enseñaza en general. La tarea de la universidad era divulgar la modernidad, el racionalismo moderno y proporcionar al Estado republicano los colaboradores que necesitaba. Trataba de divulgar la ideología de la modernidad. La universidad no enseñaba solamente las ciencias, sino, en primer lugar, la ideología del cientismo, la ideología del racionalismo científico. Todavía hoy en día, en muchos lugares, la universidad continúa en la misma línea, como si ignorase lo que sucedió en el mundo en los últimos cuarenta años. No es tanto por convicción, cuanto por falta de otra ideología que pueda reemplazar aquella; por eso, lo hace sin convicción, más bien como un ritual en el que nadie cree.
La gran víctima de la revolución cultural fue el Estado republicano. El Estado había asumido la tarea de organizar una sociedad justa y pacífica, y de ser la expresión de la voluntad de los ciudadanos. El Estado era como el sucesor de la Iglesia, era la Iglesia laica, emancipada, libre, fundada en el derecho y la libertad. El Estado debía ser el gran educador. Los dirigentes del Estado, de los tres poderes de la sociedad democrática, eran como los sacerdotes de la nueva Iglesia laica. Basta con evocar ese pasado para darse cuenta de que el pasado es realmente pasado. Basta con comparar con esa ideología que fue realmente vivida, lo que nuestros contemporáneos piensan hoy de los políticos.
La crítica denunció que el Estado era una pura máquina burocrática, irracional, despótica, autoritaria, arbitraria, y finalmente ineficiente. El Estado sabía organizar las funciones básicas de la sociedad de manera suficiente para que la economía funcionara, pero no tenía nada que ver con una sociedad justa o democrática.
La crítica que se aplica al Estado en general, se aplica también a cada una de sus instituciones, para denunciar en ellas la irracionalidad, la arbitrariedad, la destrucción del ser humano tratado como objeto anónimo. Quedan desprestigiados el ejército, la gloria del Estado republicano, la escuela de la ciudadanía; la policía queda reducida a la condición de un cuerpo represivo, agresivo, destinado a reprimir la juventud; la cárcel, que debía ser la recuperación del delincuente y que es en realidad una escuela del crimen, destructora de las personalidades humanas.
Todo lo que fue el símbolo religioso de la nueva religión laica yace por tierra, rechazado, insultado, objeto de irrisión y de menosprecio. Los símbolos de la república son tratados como fueron tratados antes los símbolos de la cristiandad.
Algunos pensaron que la ruina del ideal republicano iba a ser la señal de un retorno a la cristiandad. El fin del racionalismo republicano sería la puerta de entrada de la antigua religión. La sociedad que estaba rechazando la herencia liberal estaría volviendo a la religión antigua. La muerte de la ideología racionalista permitiría el renacimiento de la cristiandad. Algunos anunciaban el retorno a la religión. Mostraban algunos fenómenos que les parecían señales de ese retorno. Decían que el siglo XXI sería un siglo religioso y anunciaban tiempos de gloria para la Iglesia.
La ilusión no duró mucho. Las nuevas generaciones de la posmodernidad no están volviendo a la religión de sus antepasados, sino que sencillamente la ignoran. No fueron educados en ella y perdieron el conocimiento de sus símbolos. Aun el Padrenuestro es un misterio para ellos, y de las imágenes religiosas de nuestros templos no entienden nada.
Lejos de traer el fin de la crisis de la religión, la posmodernidad la profundizó. En este momento, la crisis de la religión es mucho más radical que en 1970, no sólo en Brasil o en la América Latina en general, sino en todo el territorio de la antigua cristiandad.
Lejos de retornar a la religión antigua, la revolución posmoderna evacúa lo que todavía había de herencia cristiana en la república. Esta quería ser un sustituto de la Iglesia. Ahora bien, nadie quiere un substituto de la Iglesia. Este concepto desapareció. No se quiere ninguna Iglesia, de ningún tipo. La república estaba fundada en un “gran relato”, semejante a una teología, como una teología laica. Hoy en día todo gran discurso es imposible, incomprensible. La república tenía su liturgia propia copiada de la liturgia cristiana laicizada. La nueva sociedad no quiere liturgia ninguna y no acepta ningún símbolo. Sus héroes son los campeones deportivos, las estrellas de la canción o del cine, las reinas de belleza. Nada de eso evoca la religión.
La república enseñaba una moral que era prácticamente la moral tradicional de la cristiandad. La diferencia estaba en que la Iglesia daba a su moral un fundamento revelado y la república le daba como fundamento la naturaleza humana y la conciencia. En la práctica hubo pocos cambios. Ahora bien, la nueva sociedad posmoderna rechaza todo el sistema moral antiguo: rechaza normas universales como formas de represión del individuo. Estamos ahora mucho más lejos de la moral de la cristiandad.
En cuanto a la organización eclesiástica, lejos de recuperar su prestigio antiguo, el clero se siente marginado. La disminución de la participación en las ceremonias religiosas muestra el declive del poder del clero.
La crisis de la religión existe y no está en vías de solución. El proyecto de restauración de la religión tradicional de la cristiandad mediante algunas reformas superficiales es una pura ilusión. La solución no vendrá de arriba hacia abajo. No será una doctrina intelectual. No será un descubrimiento intelectual. Será un nuevo modo de vivir el evangelio inventado por los laicos, en primer lugar por los laicos del mundo popular, porque los otros tienen poco interés. Podemos tener la seguridad de que las raíces de ese nuevo modo ya están presentes y que el modo adecuado de ser cristiano en la nueva sociedad ya está presente. Nosotros no lo vemos porque no estamos realmente en medio del mundo actual y no lo entendemos.

El contexto cultural

Las crisis de la religión clerical de la cristiandad y de la religión racionalista y laica de la república dejaron en la sociedad un vacío inmenso. Este espacio fue ocupado por la economía. Hay una coincidencia histórica entre la crisis de la modernidad y el advenimiento de la sociedad neoliberal.
Podemos preguntarnos si el advenimiento del nuevo capitalismo puro actuó primero y provocó o ayudó a la ruina de la modernidad y de todas sus instituciones, o si la crisis de la modernidad fue lo que permitió el advenimiento del capitalismo en su forma radical tal como existe en la actualidad. Claro está que la crítica al Estado favoreció la sociedad neoliberal que quiere un Estado débil, incapaz de controlar la economía. Por otro lado, el sistema neoliberal triunfó porque fue adoptado y impuesto por los Estados Unidos en forma bastante independiente de la crisis de la modernidad. Pero, a lo mejor, los Estados Unidos no habrían podido conquistar toda la economía mundial si no hubieran tenido la ayuda de una crítica universal del Estado y del gran relato social europeo. No importa mucho.
Lo que sí esta claro es que el lugar ocupado en el pasado por la religión está actualmente ocupado por la economía. La economía define la finalidad de la vida humana, sus valores, su contenido, sus obligaciones y su estructura social.
No se trata de una economía en abstracto, sino del sistema económico que conocemos y se presenta como globalización. Esta globalización está basada en la producción de productos cada vez más sofisticados y más caros. La evolución de la tecnología ofrece productos siempre más caros y al alcance de personas que necesitan siempre más dinero. El progreso de la ciencia y de la tecnología consiste en descubrir nuevos bienes y nuevas satisfacciones para una élite que puede pagarlos. Ello exige una concentración de la riqueza. El motor de la economía son los ricos, que quieren bienes siempre más sofisticados. A partir de eso, poco a poco, el precio de esos bienes va bajando y una clase media tiene acceso a ellos. El motor está en los ricos, y al final algo llega también a los pobres, algunas migajas. La economía actual tiene una dinámica que necesita la desigualdad y la concentración de la riqueza. Dicen que no hay otro camino, que no es posible ninguna otra fórmula económica. Lo dicen los mismos interesados.

¿Qué es lo que ofrece la nueva economía?
Un sentido de la vida: el consumo. Vivir es consumir. Es necesario despertar siempre nuevos deseos para poder producir nuevos bienes dando nuevas satisfacciones. Consumir produce la felicidad, el bienestar, el sentimiento de vivir plenamente. Para la economía, la felicidad consiste en la sensación de estar bien, pudiendo dar satisfacción a todos los deseos que aparecen. Este ideal está sólo al alcance de pocos, pero estos pocos son los nuevos héroes. En el mundo actual, los héroes son los ricos. Ellos pueden satisfacer todos sus deseos. Ese es el valor final de la vida.
Esta sociedad necesita una propaganda permanente. Los medios de comunicación se encargan de eso. Todos los medios de comunicación dependen de la publicidad y son mensajeros del consumismo. La publicidad es la nueva evangelización en el seno de una sociedad dirigida por un cierto modelo de economía.
Todo esto es muy conocido y objeto de nuestra experiencia de cada día. ¿Será suficiente para una vida realmente feliz y plenamente vivida? No lo sabemos, porque en nuestra sociedad subsisten fragmentos de las antiguas sociedades y podríamos suponer que la humanidad todavía vive, porque todavía conserva una parte de la herencia acumulada durante los milenios anteriores.
El sistema económico actual destruye la familia. Pero todavía subsisten familias y restos de familias. Hay muchas familias fragmentarias en las que faltan un padre o una madre. Aun así, todos tratan de mantener algunos lazos. Cuando ya faltan todos los lazos de familia, la vida se hace insoportable. Los pobres subsisten porque hay todavía gratuidad entre ellos: saben ayudarse gratuitamente. Practican la amistad y forman grupos de amigos. No es la totalidad de su vida la que se integra a la lógica de la nueva economía. Hay sectores de su vida todavía preservados, lo que es más difícil en las clases más altas.
¿Si la economía y el consumismo fueran la norma universal y total de la vida, la vida sería todavía soportable? ¿Todavía conservaría su sentido? ¿El individualismo radical inculcado por la economía actual todavía sería viable? ¿Una vez que todos tengan las máquinas actuales (celular, carro, computador, etc.) esto será suficiente para dar sentido y valor a su vida? Es una pregunta que los economistas no se hacen. Hasta el momento la máquina funciona bien, y basta. Lo que le puede pasar a la humanidad no les importa, porque no se puede medir en dólares y no puede ser trasformado en capital.
Estamos trabajando con la hipótesis de que la sociedad actual no puede vivir puramente de los restos del pasado que van desapareciendo con la muerte de sus depositarios, o de lo que ofrece la economía mundial.

Las novedades

Hay elementos de la religión antigua que ya no son asimilables. El primero es la cosmología subyacente a la religión tradicional. Esta era común tal vez desde los orígenes de la humanidad. El mundo aparece dividido en tres niveles: arriba está el cielo. En el cielo está Dios. Dios es representado como patriarca o como rey-emperador, según la estructura social de los pueblos. Según la cosmología tradicional, todo lo que sucede en la tierra fue decidido en el cielo. Dios gobierna toda la vida terrestre según normas que sólo él conoce. Además, Dios no está sometido a ninguna norma. Puede cambiar cuando quiere. Por eso la oración puede ser eficaz, pero tiene que ser fuerte y perseverante.
Dios es único en las sociedades dominadas por un rey o un emperador que ejerce todos los poderes soberanamente. El emperador es la imagen de Dios, y a veces se identifica con él. En las sociedades de tipo más bien tribal, hay entre Dios y la tierra una multitud de entes intermediarios que ejercen el poder de Dios en los diversos sectores de la vida. Serán ángeles, santos, espíritus, orishas, dioses inferiores… pues en cada tribu reciben un nombre diferente. En el politeísmo, Dios toma las grandes decisiones, pero en la vida de cada día hay que invocar a esas divinidades inferiores. Si hay sociedades en conflicto, cada cual tiene que invocar a Dios con más fuerza, y recurrir también a sus divinidades protectoras inferiores. Entonces se verá quién es más fuerte, si Dios o Satanás, los ángeles o los demonios. En tiempos de guerra, todos los santos son necesarios, pues hasta el siglo XXI las teologías enseñan que, en la guerra, Dios da la victoria, y, por tanto, las oraciones son más importantes que los ejércitos.
Desde el siglo XVIII, millones de jóvenes cristianos abandonaron la religión a los catorce o quince años de edad, cuando descubrieron que esa cosmología era pura ilusión y no tenía ningún valor de realidad. La famosa declaración del astronauta ruso Yuri Gagarin, que hizo el primer vuelo en el espacio y volvió diciendo que no había visto a nadie en el cielo, ni a Dios ni a sus ángeles, y que en el cielo no había nada salvo otras estrellas, en pleno siglo XX, es simbólica. Era el momento en el que las masas populares descubrieron lo que los letrados sabían desde el siglo XVIII: que el cielo estaba vacío y que la cosmología religiosa tradicional –bíblica también– era ilusión de los sentidos sin fundamento en la realidad.
En la América Latina, la vieja cosmología todavía permanece en muchos sectores populares, pero provoca la misma crisis religiosa en los adolescentes que empiezan a estudiar. La escuela es el primer factor de secularización y de destrucción de la cosmología religiosa tradicional. Los alumnos descubren que en el cielo no hay nada, no hay Dios. En la misma cosmología hay también un nivel inferior: debajo de la tierra está el infierno. En el infierno residen entes destructores de la vida, opuestos a Dios y al mundo celestial. El infierno está poblado por una colección diferenciada de entidades que varían según las culturas. En la cristiandad la visión del infierno ha ocupado un lugar importante. El infierno es fuente de las tentaciones: quiere apartar a los seres humanos de Dios y de sus ejércitos. Los demonios son inteligentes, astutos, peligrosos y mortíferos.
En medio, entre el cielo y el infierno, está la tierra en la que estamos nosotros. La tierra es el lugar del conflicto permanente entre las potencias del cielo y las potencias del infierno. Los Apocalipsis judaicos y el Apocalipsis de Juan ofrecen descripciones perfectas de esta situación de la humanidad. Las potencias celestiales e infernales libran un combate permanente, porque ambas quieren conquistar la humanidad. El combate tiene lugar dentro de cada persona: el combate espiritual es tema constante de la espiritualidad medieval. El combate tiene lugar también entre grupos humanos representativos de las fuerzas del cielo y del infierno. Cada grupo humano cree que sus enemigos son los ejércitos de Satanás y que él mismo combate a nombre de Dios con las fuerzas celestiales.
La vida es vivida como combate permanente contra las fuerzas del infierno. Estas quieren atraer hacia el pecado, que es rechazo de Dios. La vida es lucha para evitar el pecado y practicar la virtud, adorar a Dios y no a Satanás. La vida humana sería una tensión permanente entre dos fuerzas exteriores al ser humano. Este sería el terreno de un combate entre dos adversarios irreductibles. La vida no sería organizada por el mismo ser humano, sino más bien dominada por fuerzas exteriores.
Ahora bien, desde el Renacimiento está cada vez más claro que el ser humano hace su vida.
Los combates que los seres humanos sienten en sí mismos o dentro de la humanidad no son combates de fuerzas sobrenaturales, sino combates interiores, personales, entre tendencias diversas. Es el descubrimiento de que cada cual tiene la responsabilidad de organizar su vida con autonomía, conquistando siempre más libertad, sin estar sometido a fuerzas sobrenaturales, buenas o malas. Ese es también el descubrimiento que hacen los adolescentes desde hace siglos. Hoy en día ese descubrimiento ya se está generalizando, también por influjo de la escolarización. El joven aprende a hacer su vida sin preocuparse por las fuerzas celestiales o infernales. Todavía hay restos de la mentalidad rural arcaica, pero son cada vez menos operantes.
Ahora bien, en la religión de las masas esta cosmología tenía un papel importante. Era como el fundamento intelectual de la religión. Era lo que justificaba todas las prácticas de la vida religiosa cristiana, así como justificaba las antiguas religiones paganas. Una vez que se produjo la ruina de esa cosmología, los jóvenes tuvieron la convicción de que la religión no tenía fundamentos intelectuales, era pura imaginación sin relación con la realidad.
Otro elemento básico de la religión tradicional es el miedo, o como decía un historiador, la pastoral del miedo.1 Mircea Elíade decía que los pueblos primitivos no creen en sus divinidades, pero les tienen miedo. De hecho, el miedo ha sido durante milenios una gran fuerza que sustentó las religiones. A partir de una cosmología que muestra que la vida humana es determinada por fuerzas sobrenaturales del cielo o del infierno, los seres humanos tienen una conciencia de gran debilidad. Sienten que su vida depende a cada momento de la voluntad de entes sobrenaturales. Sienten que no dominan su vida, que está siempre amenazada. Viven con miedo.
Le tienen miedo a Dios, porque Dios puede castigar. Dios es exigente y quiere que los seres humanos se sometan a su dominación. Los nombres de Dios son nombres de poder. Aun en la Biblia. Si bien es verdad que a Moisés Dios le declara que no tiene nombre, sino que existe sencillamente, en la práctica de la vida de Israel Dios siempre es el Señor, el poder, el dominio, y los seres humanos son sus servidores, sus seguidores fieles y obedientes. Dios es autor de una ley y esto se encuentra en todas las religiones en forma variada. Dios quiere la obediencia a la ley. El que no obedece es castigado en este mundo o después de esta vida.
El miedo al poder de Dios es el fundamento del culto. Para conquistar la indulgencia de Dios, su perdón, su paciencia, para pedirle lo necesario para la vida, o la salud, o la paz en la familia, el clan, la tribu, o la victoria en las guerras, es necesario ofrecerle oraciones, expresiones de sumisión, súplicas. Es necesario hacerle promesas. Es necesario ofrecerle sacrificios. De hecho, en muchas religiones nació un culto extenso a partir del miedo. El culto en la cristiandad se desarrolló extraordinariamente y necesitó un clero abundante y templos para poder ser celebrado. Todo eso es necesario para conquistar los bienes deseados. Muchos textos litúrgicos que nos vienen de la Edad Media todavía conservan esa ideología del miedo, del poder, del castigo. Dios es un juez severo que no se deja engañar.
Está también el miedo a las potencias del infierno. Estas tienen un gran poder de seducción y de engaño. Hay que desconfiar siempre y luchar contra las tentaciones de los demonios con muchísimos gestos religiosos.
Para el clero, la pastoral del miedo era la mejor publicidad. Los sacerdotes podían luchar más eficientemente contra los demonios y acercarse a Dios y a sus santos para conseguir bienes y favores. No es extraño que la pastoral del miedo haya tenido tanto éxito.
Desde la modernidad los seres humanos descubrieron que su vida no está dirigida de esa forma por fuerzas sobrenaturales. Ellos mismos son dueños de sus vidas. Las amenazas, los peligros, los males de sus vidas no se deben a fuerzas sobrenaturales, sino a factores naturales y a decisiones tomadas por los mismos seres humanos. La enfermedad no es castigo del pecado. La victoria no es dada por Dios. La paz es efecto de la acción humana…
A partir de ese descubrimiento, los seres humanos han perdido el miedo. Ya no temen ni a Dios ni a los demonios. Asumen su vida con sus límites y sus posibilidades. Aprenden a conocer mejor la naturaleza y sus propias capacidades para producir ellos mismos los efectos deseados. No piden a Dios lo que ellos tienen que hacer. Tratan de hacerlo ellos mismos.
Toda esta evolución es irreversible. Nadie podrá retornar a una conciencia religiosa del pasado. La cosmología y la antropología nacidas en la modernidad y desarrolladas desde entonces son definitivas. Habrá siempre algunos supervivientes de las épocas anteriores… Sin embargo, desde ahora gran parte del culto católico ya no es nada más que espectáculo para los turistas. Los turistas no entienden nada, pero les gusta el museo antropológico que son las religiones en la actualidad. Las catedrales serán cada vez más visitadas y las misas pontificales seguirán siendo difundidas por la televisión.

Tentativas de restauración

Hasta la Revolución francesa, la Iglesia pensó que las monarquías católicas podrían impedir la expansión de la modernidad. Después de la Revolución, la Iglesia confió en la Santa Alianza, que trató de restaurar la cristiandad. En 1848 las diversas revoluciones europeas mostraron que era imposible retornar al pasado. Sin embargo, pocos años después comenzaba el largo pontificado de Pío IX, que sería una tentativa prolongada y radical de inmovilizar la Iglesia en su tradición tridentina, condenando todas las “herejías” de la modernidad y excluyendo cualquier tipo de relación con ellas. La Iglesia buscó refugio en los restos de la aristocracia y en la clase campesina. Creó la neoescolástica, el neogótico, el rigor de la liturgia, la centralización romana radical que no dejaba ninguna capacidad de iniciativa a los obispos, transformados en puros funcionarios de la Curia romana. Pío IX logró aislar completamente a los católicos del mundo nuevo que se estaba construyendo. Creía que la sociedad moderna no era viable e iba a caer. Lo importante era aguantar firmemente a la espera de la caída. Y la caída no vino. Todos los católicos que trataban de buscar un diálogo con los diversos sectores de la nueva sociedad fueron condenados e inhabilitados. Una vez condenado el hereje, ya no tenía ningún contacto con los que fueron sus colegas o sus alumnos. Era tenido por una emanación del infierno.
León XIII abrió un poco las puertas y las ventanas y aceptó reconocer la legitimidad de la república. Con él se pensó que la Iglesia sería capaz de encontrar un lugar en la sociedad al hacer las concesiones inevitables. Luego llegó Pío X, que retomó la política de condenación de la modernidad. Cientos de teólogos fueron condenados y todos los movimientos católicos que querían buscar un diálogo con los nuevos movimientos sociales fueron desautorizados. Pío X pensaba que era posible rehacer la cristiandad y que la Iglesia tenía fuerza para ello. Todo lo demás era “modernismo”. Pero la caza al modernismo no acabó con él, sino que en varios países continuó hasta la muerte de Pío XII, quien también vivía la ilusión de la cristiandad restaurada. Creía que una mayor centralización romana, una disciplina más rígida, un aislamiento mayor del mundo podrían preparar la Iglesia para el día del retorno.
Después de Vaticano II, algunos creyeron que el proyecto de restauración de la cristiandad estaba abandonado. No lo estaba. En la misma Curia el proyecto subsistía, y fue retomado por Juan Pablo II.
Se comprende muy bien que la Curia romana, que defiende su poder, reaccione negativamente ante cada nuevo paso de erosión de la cristiandad. El poder que pierde en la sociedad, trata de aumentarlo en la Iglesia. Víctima de la evolución histórica, no puede no reaccionar negativamente. El siglo XIII fue el siglo del apogeo. Es normal que permanezca como la referencia insuperable y que toda la estrategia consista en salvar por lo menos porciones de la cristiandad del siglo XIII.
Menos comprensible sería que las iglesias locales no hubieran entendido las señales de los tiempos y que no hubieran tratado de adaptarse a la evolución de la humanidad sin querer imponer el cuadro del siglo XIII como la norma de toda evangelización. De hecho, en las iglesias locales hubo muchos movimientos en este sentido, incluso en los episcopados.
La Curia percibió el peligro. Impidió que los episcopados locales tomaran iniciativas locales, sometiéndoles a la estricta observancia de la estrategia política de la Santa Sede. Los papas lograron reservarse los nombramientos episcopales y garantizar que los obispos fueran fieles agentes ejecutivos de la estrategia romana. Con eso se cerraron las puertas. Hubo y hay grupos de laicos que se mantienen en contacto y quieren dar un testimonio cristiano en medio del mundo posmoderno. Tienen la impresión de formar una Iglesia paralela, porque su proyecto no coincide con la estrategia romana.
Un día se escribirá la historia de las relaciones entre Roma y el episcopado brasileño entre 1970 y 1994. Será un perfecto ejemplo del antagonismo entre dos visiones de la historia. El caso de Brasil fue ejemplar, porque tuvo un episcopado excepcional, producto en gran parte del nuncio Lombardi. Los documentos permanecen escondidos, y nos tenemos que contentar con testimonios orales.
Por el momento, la resistencia a la estrategia romana es obra de los laicos. Se multiplican pequeños grupos que roducen una convergencia entre ellos. Son los fundadores de un nuevo modo de presencia de la Iglesia en el mundo. Un día la jerarquía tendrá que seguir el movimiento por falta de alternativa.
Claro está que la Curia romana, la más antigua burocracia del mundo, sabe juntar a su proyecto de restauración un oportunismo sin falla. Un día se escribirá la historia de la Iglesia en la América Latina en la segunda mitad del siglo XX. En este momento no existen aún las condiciones necesarias y los documentos no son accesibles. Cuando se sepa, muchos ojos van a abrirse.
Es que la Curia pensaba –y quizás todavía piensa– que tiene una alternativa en los nuevos “movimientos”: Opus Dei, Focolares, Comunión y Liberación, Neocatecumenado, Movimiento de Schönstatt, Legionarios de Cristo… y muchos otros con menor difusión. El papa los proclamó un día los agentes de la “nueva evangelización”. Sin embargo, su programa es de restauración de la cristiandad, lo que los aparta cada vez más de la sociedad contemporánea y hace imposible cualquier evangelización. Para ellos la evangelización es reclutamiento de nuevos miembros, lo que hacen con todas las astucias que la psicología o las ciencias de la comunicación ponen a su disposición.
Además, estos movimientos son típicos de la clase media, que no es la clase que busca una nueva cultura, sino una adaptación de la religión a su cultura. La clase media quiere una religión burguesa que le muestre que puede muy bien adorar a Dios y al dinero al mismo tiempo.
La palabra la tienen los laicos. No hay que ofrecerles un programa. El programa lo harán ellos. Reaccionarán con su conciencia cristiana en el sector de mundo que ocupan. No pueden esperar que les venga un programa hecho, porque no vendrá.

El desafío pentecostal

El siglo XX será recordado como el siglo del pentecostalismo. Este fue el gran movimiento religioso que se desarrolló poco a poco en el mundo entero y en todas las iglesias y denominaciones cristianas: fue un movimiento de conversión de cientos de millones de cristianos.
Hay sociólogos que han estudiado el fenómeno. Pero, si no son al mismo tiempo teólogos, los sociólogos no pueden entenderlo desde adentro. Lo asimilan a otros movimientos culturales, sin observar lo que significa para la historia del cristianismo.
Ante todo, el pentecostalismo fue y todavía es, principalmente, un movimiento de los pobres. Se produjo una convergencia de dos movimientos históricos. En primer lugar, las iglesias no lograron acompañar la explosión demográfica de una humanidad que en un siglo, el XX, pasó de mil millones a seis mil millones. Esta explosión demográfica estuvo acompañada por una inmensa migración de cientos de millones de campesinos del campo a la ciudad, en donde se perdió poco a poco su religión tradicional. Las iglesias no pudieron o no quisieron tener las estructuras necesarias para encuadrar esta inmensa masa humana. Apareció el universo de los pobres de las ciudades, abandonado por las iglesias tradicionales. Nacieron nuevas comunidades en el seno del pueblo de los pobres.
Al mismo tiempo, se produjo una evolución cultural en esas masas de excampesinos que migraron para las ciudades. Fueron todos escolarizados, lo que les abrió la inteligencia. Adquirieron algunos elementos de la racionalidad moderna. Empezaron a descubrir que no todo venía de Dios y que la oración no era el único recurso. Aprendieron que los seres humanos tienen capacidades, posibilidades de lograr efectos, cambiar algo de sus condiciones de vida. Dejaron de creer en los santos, lo que fue la gran ruptura para ellos. Creer en los santos es pensar que la vida es hecha por ellos. Aprendieron a pensar por sí mismos, a definir por sí mismos su vida, rompiendo la dependencia del clero. Una vez que supieron que los santitos eran de madera o de yeso, su pensamiento se liberó.
Al llegar a la ciudad no sólo descubrieron que su Iglesia estaba ausente, sino que el mensaje de la Iglesia no daba respuesta a su nueva situación. Sin clero, tuvieron que buscar por sí mismos una nueva religión. Aparecieron los pentecostales.
La experiencia histórica muestra que la gran crisis de la modernización se produce en la enseñaza secundaria, alrededor de los quince años. La inmensa mayoría de los pobres no llega hasta ahí, salvo en pocos países, como Chile o Uruguay. Día llegará en que los pobres cursarán la escuela secundaria, pasarán la misma crisis y las iglesias pentecostales ya no les ofrecerán tanto atractivo.
Los pentecostales conservan la cosmología religiosa tradicional: Dios y Satanás, el cielo, la tierra y el infierno, el pecado y los castigos divinos, las tentaciones de Satanás, el problema de la salvación como problema básico de la religión.
Pero los pentecostales abandonan el culto a los santos. En adelante hay un solo Santo, un solo Salvador, que es Jesucristo. Jesucristo soluciona todos los problemas. Ya no se necesitan los santos para solucionar los problemas de la vida: Jesús todo lo soluciona. Recurrir a los santos es una ilusión. De esta forma, los pentecostales tienen conciencia de ser intelectualmente más desarrollados. Han descubierto que las fuerzas sobrenaturales de los santos no existen y que sólo existe Jesús.
También los pentecostales se emancipan del clero. Los pastores son mensajeros del evangelio, consejeros, profetas que exhortan, pero no tienen autoridad sobre las personas, pues cada una se relaciona directamente con Jesucristo. Hay una emancipación del sujeto humano. Los convertidos pentecostales se sienten más libres, más fuertes, más capacitados y más responsables. Se sienten más armados para enfrentar la dura vida de los pobres en la ciudad.
Hubo y hay varias tentativas para adaptar el esquema pentecostal a un público letrado de clase media. Se insistió en la experiencia del Espíritu Santo. La conciencia de ser sujeto aumenta. Hay movimientos católicos y otros protestantes.
Ahora bien, los pastores u orientadores pentecostales aprenden cada vez más las técnicas del show y de la comunicación, que enseñan a despertar y orientar emociones colectivas. Los movimientos pentecostales pueden provocar fenómenos neuróticos graves. En muchos grupos, los líderes controlan la emoción para evitar que se den situaciones de perturbación psíquica intensa. Pero no todos lo hacen. En los Estados Unidos estos movimientos se desarrollaron sobre todo desde los años setenta y lograron una penetración grande en el público más conservador. Forman un grupo importante en el Partido Republicano, y se sienten liderados por la misma presidencia de la república.
En general, los pentecostales tradicionales y populares no aceptan y no reconocen como cristianas organizaciones como la Iglesia Universal del Reino de Dios, o la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios, que desde Brasil se han difundido por el mundo entero usando técnicas de comunicación que permiten dudar de la sinceridad de su fe. En casos como esos, los neopentecostales se acerca a las nuevas formas religiosas nacidas en el contexto norteamericano, que forman parte de la nueva cultura del sistema neoliberal dominante.
El pentecostalismo puede todavía crecer, sobre todo si las iglesias históricas no logran penetrar en forma intensiva en el mundo popular. No podrá crecer de manera permanente, porque poco a poco las mismas clases pobres estarán cada vez más escolarizadas y enfrentarán los mismos problemas religiosos de la modernidad y la posmodernidad. Esta evolución va a depender de la evolución social. El sistema actual de exclusión todavía puede durar algunos años, diez, veinte o cincuenta, en dependencia de la resistencia de la nueva burguesía capitalista y su capacidad para mantener su dominio sobre la sociedad. Las profecías históricas se realizan muchas veces con muchos años de retraso.

¿El Evangelio?

La gran crisis cultural de los años setenta afecta profundamente la religión tradicional de la cristiandad y probablemente todas las religiones. Pero no afecta el Evangelio. En la ruina de la religión tradicional y el advenimiento de una nueva sociedad no hay nada que pueda afectar al Evangelio. Este conserva todo su valor. No fue atacado. Nunca fue atacado durante las fases de la modernidad tampoco. Al revés, todos los nuevos movimientos querían realizar el Evangelio y denunciaban que la Iglesia no lo anunciaba.
La estructura eclesiástica incluye el Evangelio en su sistema religioso. Desde afuera, las personas no lo descubren tan fácilmente en la Iglesia. El que tiene suerte, lo descubre en un obispo determinado, un sacerdote, una monja o un religioso, un laico, pero no en la institución, ni en la Iglesia universal ni en las instituciones locales de la Iglesia. El sistema religioso ocupa todo el espacio visible.
El Evangelio envía a los cristianos al mundo. La religión convoca a los cristianos para que vengan a participar del culto. El Evangelio anuncia que el reino de Dios ya está presente, ya está actuando en este mundo, y no solamente en el cielo. El portador del Evangelio es quien vive una vida común en medio de personas iguales, mostrándoles el camino de Jesús como proyecto de vida que conduce a la felicidad, no sólo en el cielo, sino también en esta tierra.2
Al revés, la religión ofrece una participación en el culto celestial. El culto separa de este mundo para realizar una entrada en el mundo del cielo, participando de la liturgia de los santos y de los ángeles. La religión es el dominio del clero como clase sagrada y reservada al culto.
A mediados del siglo XIX aparecen laicos realmente portadores del Evangelio. Forman grupos y asociaciones. Fueron frecuentemente censurados por la jerarquía. Este movimiento desembocó en el siglo XX en la Acción Católica. Ya es hora de resucitar algo semejante a la Acción Católica dándole más espacio que en el siglo XX. La Acción Católica finalmente fracasó y desapareció, porque no tuvo libertad suficiente. Los movimientos se subordinaron al clero y a las instituciones tradicionales. Sus actividades estuvieron muy subordinadas a las actividades de las parroquias y demás instituciones católicas. Al final, nadie puso seguir encontrando en esos movimientos una orientación para una vida cristiana en el mundo. Abandonaron la Iglesia en manos de un clero cada vez menos numeroso y menos interesado en el mundo.
Sin embargo, en este mundo se siente la necesidad de movimientos con libertad plena para realizar las actividades más adecuadas al Evangelio. No se trata de fundar instituciones nuevas, universales o eternas. Lo más necesario son instituciones que no permanezcan, sino que duren una generación y dejen espacio libre para la novedad, o sea, para la generación siguiente.

El futuro de la religión

La religión pertenece a la condición humana. Hay personas que pueden vivir sin religión, así como hay personas que no saben practicar ningún instrumento musical, que no viajan, que no aprenden idiomas, pero todas esas ausencias disminuyen su ser humano, su humanidad. Por eso, en cualquier cultura hay religión, y si la cultura cambia, la religión cambiará también y otra aparecerá. Estamos en un momento crucial de la historia debido al cambio radical de la cultura.
La religión tiene futuro, pero no necesariamente las religiones que conocemos hoy día. La religión tradicional de la cristiandad no tiene mucho futuro, porque ya es incomprensible y la nueva cultura quiere comprender.
La fundación de una nueva religión puede demorar siglos, pero hay algunas señales que aparecen tempranamente. Muchos grupos, muchas instituciones van a aparecer y desaparecer. Sin embargo, todos ellos buscan algo.
Jesús no fundó ninguna religión, sino que dejó la puerta abierta para que sus discípulos crearan la religión más adaptada a su cultura. Por eso, la religión que conocemos y practicamos se formó en el seno del Imperio romano, y es una posibilidad histórica. Otras pueden aparecer. Estamos al comienzo de la historia del mundo y de la Evangelización. Hasta ahora el cristianismo sólo penetró en una cultura (con dos variantes) a partir de lo que había en el Imperio romano. Es sólo un comienzo, una primera etapa. Lo más probable es que no habrá ruptura fuerte, sino evolución progresiva. Ciertas instituciones o prácticas desaparecerán y otras aparecerán. Al cabo de algunos siglos se podrá apreciar que surgió un nuevo conjunto.
Desde ahora podemos constatar algunas orientaciones. Tratándose del porvenir, muchas opiniones son posibles, pero eso no impide que cada cual proponga la manera como ve la evolución.
En primer lugar, es probable que la religión del futuro sea más mística que cultual. Dará más importancia a la escucha de la palabra de Dios que al culto. Será una oración más de escucha y acogida que una oración de petición o de adoración. El culto será mucho menos la celebración del poder de Dios, y más la celebración de su presencia discreta y humilde en nuestro mundo.
En segundo lugar, la religión del porvenir dará menos importancia a los objetos religiosos y mucho más al sujeto. Menos importancia a la literalidad de los dogmas, y más calor a la vivencia personal del seguimiento de Jesús. Habrá menos necesidad de objetivar la religión, separando claramente los objetos religiosos de las fuerzas del universo. La Biblia tenía mucho miedo de la naturaleza material del universo, porque vivía en medio de religiones que identificaban la divinidad con fenómenos naturales. Había que hacer una distinción entre Dios y las fuerzas naturales. Pero esto nos distanció demasiado de la naturaleza y de sus dinámicas. Faltó la integración de la religión en la vida del universo, que no está hecho de objetos inertes. La tierra vive, cambia, produce… y actualmente siente las heridas que una civilización excesivamente destructiva le inflige.
En tercer lugar, el sujeto nace por medio del diálogo con otro sujeto. Nace por la relación recíproca con otros sujetos. La religión tradicional proporciona a las personas un mundo religioso completo y su comunicación se hace por la transmisión de ese mundo religioso exterior a la persona (dogmas, ritos, preceptos, instituciones).
Todo indica que ese mundo de objetos religiosos va a tener que ceder el lugar a la relación viva entre personas iguales.
La casta sacerdotal irá desapareciendo progresivamente, con todas las marcas de lo sagrado que se le atribuyeron en el transcurso de los siglos, porque el estatus sacerdotal impide una relación sencillamente humana. Es muy difícil prescindir del carácter sagrado del sacerdote. Solamente algunos laicos que tienen mucha intimidad logran una relación humana normal. Incluso dentro de la familia, las relaciones entre hermanos se afectan.
En cuarto lugar, los cristianos de mañana necesitarán de comunidades pequeñas en las que las relaciones sean de fraternidad. La familia pierde su importancia, porque los hijos hacen su vida, que los lleva a lugares distantes. Las relaciones de vecindad desaparecen. Lo que se necesita son relaciones de comunidad entre personas, que participen de la misma religión, la misma finalidad, los mismos valores.
Pasó la época de la caza de herejías. Ya no hay necesidad de un clero que vigile constantemente el rebaño para que no caiga en una herejía. Todavía habrá condenaciones, pero ya no son, no serán, tomadas en serio. A pesar de la resistencia de la jerarquía, la verticalidad en la Iglesia ya no tiene mucho futuro.
En una Iglesia de liberación de los laicos, la creatividad reaparecerá en todos los aspectos de la vida. Los clérigos ya no tendrán la responsabilidad de inventarlo todo. Habrá en el pueblo cristiano muchas iniciativas y muchas novedades que resulta imposible prefigurar en este momento.
En este momento lo que debemos hacer es mostrar el Evangelio, la buena nueva de Jesucristo tal como fue en los orígenes, libre de todo el aparato religioso con que la cubrieron durante varios siglos hasta el punto de desaparecer bajo ese manto multicultural. Basta evocar las representaciones artísticas tradicionales, la literatura piadosa de siglos, las devociones populares o menos populares: todo eso oculta el verdadero rostro de Jesucristo.
Una religión es necesaria. Pero nada exige que sea la misma en Occidente, en Africa, en la India, en China o en el Japón. En esos países hay mucha simpatía por el cristianismo, pero poca simpatía por las iglesias. Ello es una señal del futuro.
La religión remplaza la presencia inmediata de Jesucristo, lo que de todos modos era inevitable. Jesús tenía que desaparecer de este mundo para ser conocido en el mundo entero. Pero su presentación a los diversos pueblos engendró la religión cristiana que conocemos.
Sucede que las minorías que permanecen fieles a las prácticas de la religión antigua de la cristiandad son las que menos pueden percibir lo que pasa en el mundo. No sienten ninguna necesidad de transformación. Se asustan ante cualquier sugerencia de cambio. De igual manera, el clero, al servicio de esas minorías, no tiene ninguna posibilidad de percibir lo que está ocurriendo. Solamente algunas personas marginadas de esas minorías pueden entender y preparar el porvenir.
En los años de gloria de la Iglesia en la América Latina, entre 1960 y 1985 más o menos, aparecieron señales de la Iglesia del porvenir. Provocaron susto y finalmente fue ron rechazadas, pero serán modelos para las generaciones futuras una vez terminada la época actual de restauración de la antigua cristiandad, que es una solución imposible que perderá cada vez más credibilidad.
Yo mismo he presentado a don Hélder Câmara como la prefiguración del obispo del mañana. En Roma lo tenían por loco. A monseñor Leónidas Proaño, de Riobamba, lo acusaban de tener la manía de los indios, porque vivir a su servicio sólo podía ser efecto de una deformación psicológica.

João Pessoa, Brasil

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Notas:

1—Ver Jean Delumeau: Le péché et la peur. La culpabilisation en Occident XIIIe – XVIIIe siècles, Fayard, París, 1983.
2—No expondré en este artículo el mensaje del Evangelio. Los lectores pueden encontrar una expresión de mi pensamiento al respecto en el libro publicado en São Paulo (Brasil), por Paulus, con el titulo de O caminho (2004).

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