La verdad no se ensaya: Un ejercicio de dignidad

Julio César Guanche

_* Palabras de Julio César Guanche en la presentación del libro homónimo (Editorial Caminos, 2012), en la sala Galich de la Casa de las Américas.
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Es muy emocionante para mí estar aquí en Casa de las Américas, en esta presentación con tantos amigos y amigas. Los textos incluidos en La verdad no se ensaya los escribí entre el 2009 y el 2012. Me llevaron mucho trabajo y fueron el centro de lo que produje intelectualmente en los últimos cinco o seis años.

Estoy muy contento de que esta vez mi libro se presente aquí en Casa, porque desde que me convertí en “lector” siempre quise presentar alguno de mis libros aquí. Y lo digo muy sinceramente, porque hoy también está Roberto Fernández Retamar, un maestro; y están ustedes que han desafiado la lluvia y lo han hecho como un deber de amistad y solidaridad.

Agradezco al Centro Martin Luther King, y a Joel; también a Ayuda Popular Noruega (APN) que colaboró con el financiamiento; al equipo de realización del libro que trabajó muy bien (a Elizabet Rodríguez, la editora; y a Olmer, el diseñador) y a la gente de Casa, que nos sirve ahora de cobijo.

No voy a referirme a los amigos que han hablado antes [Julio Antonio Fernández Estrada, Milena Recio y Rafael Acosta de Arriba], porque me voy a emocionar y prefiero dejar muy explícito el hecho de que son verdaderos amigos. Los aprecio por la amistad, pero también por su honradez y su ética personal y profesional.
Los textos de La verdad no se ensaya tienen varios ejes que dan una idea de cómo me represento su escritura y cómo los relaciono unos con otros. Uno de esos ejes es recuperar la pluralidad, la diversidad y la complejidad del pensamiento político cubano del siglo XX. Digo recuperar no porque no esté hecho, muchos lo han hecho, pero no es lo que uno ve cotidianamente, lo que aprecia en las escuelas, en la prensa, en la historia al uso, que es un pensamiento que no se compadece en absoluto con lo que realmente ha sido el pensamiento cubano, con su valor no solo para Cuba sino también para la América Latina, con la grandeza de sus autores, y con la grandeza de sus intenciones también. De modo que colaborar con esa recuperación, esa pluralidad y esa diversidad fue uno de mis empeños. En el libro está Roa, pero claro que existen otros estudios —no en este libro, sino en otros— sobre Guiteras, Chibás, organizaciones políticas cubanas como el Directorio Revolucionario que tienen todos ese núcleo, el afán de visibilizar la pluralidad, la complejidad de ese pensamiento.

Un segundo eje que tratan de articular estos ensayos es la crítica a un marxismo que ha hecho mucho daño en Cuba. Lezama Lima decía que cabía en la chapa de una botella, por pequeño y pobre. Todo esto tiene que ver con la influencia de la Unión Soviética en Cuba, aunque todavía hoy muchos no identifican que tiene aquel origen, y se siguen repitiendo cosas que, sin embargo, vienen de allí y se siguen diciendo como si fueran bloques del marxismo. Entonces, también hay una tarea de recuperación crítica del marxismo, para poder apreciar qué es lo revolucionario del marxismo y lo definitivamente atractivo de ese pensamiento, pues no es solo un pensamiento para la libertad y políticamente revolucionario, sino sumamente atractivo en lo intelectual, porque las tradiciones marxistas son uno de los monumentos intelectuales más grandes producidos hasta el momento.

En dos de los cinco textos incluidos en el libro —escritos a cuatro manos con Julio Antonio Fernández Estrada— hay una búsqueda de varios temas que hoy se mencionan, se dicen en todo el discurso institucional cubano como si fueran lo más natural del mundo, lo más marxista del mundo, y son, sin embargo, una específica elaboración del marxismo soviético. Sobre esos temas encontrarán en los ensayos: “Se acata pero… se cumple” y “Un socialismo de ley”. Este tema tiene una tradición en el marxismo crítico que conocemos y tiene una tradición en el marxismo soviético. Se trata de distinguir uno de otro y recuperar su potencial revolucionario, despojándolo de todo el lastre que le fue colocado encima por la experiencia del “socialismo real” del siglo XX.

Señalo un tercer eje: la relaboración del nexo entre el socialismo y la democracia. Se trata de relaborar ambos conceptos, es decir, la idea del socialismo, la idea de la democracia y la relación entre ambos. Para eso sirve mucho el pensamiento de Raúl Roa.

Para el otro eje me permito utilizar el título del libro Robespierre, una política de la filosofía, de Georges Labica (marxista francés que falleció hace un tiempito) y utilizo la frase en el sentido de que hay que hacer una política de la filosofía. No la política por una parte y la filosofía por la otra, sino como una intervención política —que es también una intervención intelectual— y como una labor de filosofía política que supone, al mismo tiempo, una política de esa filosofía.

Y otro eje que atraviesa mi libro —aunque para mí existen otros que no he mencionado— es el de concebir los textos como ensayos, en la gran tradición del ensayo cubano, sin renunciar a las obligaciones que plantea una literatura de ideas en cuanto al cuidado no solo del lenguaje, sino de la calidad de las asociaciones, de las imágenes, de las ideas que se manejan. Y en esto, insisto, Retamar ha sido uno de mis referentes más cercanos y, al mismo tiempo, lo asumo con mucha conciencia.

Hace años, un filósofo decía que era tan absurdo hacer filosofía para filósofos como hacer pan para panaderos. El absurdo sale de la propia frase. Lo que intento mediante el ensayo es hacer filosofía para panaderos y pan para filósofos. Sería muy absurdo que este libro lo entendieran solamente los abogados, los historiadores, los filósofos y otros especialistas de estos temas. Si consigo mi propósito, ya ustedes lo juzgarán; pero es lo que intento. Planteármelo así es al menos un camino para avanzar en esa dirección. Tengo también un compromiso de comunicación que supone que estamos interviniendo también políticamente; y para intervenir políticamente hay que comunicarse con la sociedad, con los lectores y los discutidores que uno tiene.

Por otro lado, este libro es también una intervención política en esta circunstancia concreta, no solamente en la política general, sino en circunstancias muy concretas. Insisto: muchos de estos trabajos —y específicamente respecto a que estamos abocados a una reforma constitucional— intentan tocar fondo, sobre todo porque hay una gran discusión pendiente de darse acerca de si lo que tenemos que hacer es un proceso constituyente —como se ha dado en la América Latina en los procesos políticos más avanzados— o una reforma “utilitaria” en el sentido adjetival del término, algo que venga quirúrgicamente para reformar algunos artículos de la Constitución —que es una manera de hacerlo—, o si encaramos esto a través de un proceso constituyente nacional con todo lo que ello supone. Esa intervención en la circunstancia concreta también es un compromiso de la escritura, es mi compromiso en particular en la forma de abordar los textos y la materia de pensamiento que trabajo.

Digo esto porque a propósito del “surtidor de ideas” al que se refería Rafael Acosta de Arriba —y mientras hablaban los presentadores— me salían muchas ideas de la cabeza. Recordaba que los minoristas, Rubén Martínez Villena y otros, por allá por los años veinte del siglo pasado, en un acto de performance —no se le diría así en la época, pero hoy se podría llamar de esa forma— tomaron varios de sus poemas vanguardistas de aquellos años maravillosos y se dirigieron a un bar donde solía tomar café Gustavo Sánchez Galarraga (un poeta menor de la época). Le lanzaron algunos de los poemas escritos por ellos y le dijeron: “Para que aprendas qué es poesía”. Yo no intento hacer eso, ni siquiera con esa gestualidad, pero sí quiero discutir con el pensamiento más elevado de estos momentos —que exista o por lo menos que conozca— en la América Latina o en Occidente.

No creo que sea meritorio, necesario ni suficiente colocarme en un pequeño lugar, discutir con una pequeña comunidad nacional, o con cuatro colegas aquí o allá, sino que uno debe tratar de abordar de frente, sin miedo intelectual y también sin miedo político, lo más elevado que se haya podido producir hasta el punto que uno lo logre conocer, y enfocarse en lo más complejo que uno encuentre, sin miedo a encarar esa complejidad, sino enfrentándola.

Lo que aparece en este texto soy yo mismo. Oscar Wilde decía que no se podía escribir una línea sin descubrirse. Aquí hay bastantes más líneas que una con las cuales me descubro por completo. Este libro está escrito con mucha honestidad, con mucha sinceridad, sin miedo ninguno.

A propósito, es muy curiosa la reacción de las personas ante temas como los que trata este libro. Algunos dicen: “¡Qué texto más controvertido, más polémico!” Son palabras que no dicen nada, solo marcan el territorio de que “esto es complicado”. Y para evitar la frase “esto es complicado” todos y todas debemos trabajar para hacer que lo que se propone aquí sea algo completamente natural y no algo “complicado”. Hay que pensar en estas cosas e intervenir en estas cosas desde una moralidad a la cual un amigo periodista le gustaba llamar moralidad de la libertad, de la justicia y de la dignidad. Esas tres moralidades son las que intento seguir desde las páginas de La verdad no se ensaya, y con las cuales me siento a gusto.

Decía Roa, citando a Kant, que las cosas tenían precio y los hombres dignidad. Este libro es un ejercicio de dignidad y así lo vivo; es un ejercicio de dignidad intelectual, personal y de búsqueda de una dignidad colectiva para las cubanas y los cubanos

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