Las mujeres en la Reforma protestante del siglo XVI

Amparo Lerín Cruz

A mis hermanas 

Pasé un largo tiempo
en la oscuridad de la hipocresía.
Solamente Dios pudo
hacerme ver mi condición
y conducirme a la luz verdadera.

Si Dios dio gracia a algunas buenas mujeres, revelándoles algo santo y bueno a través de su Sagrada Escritura, ¿tienen ellas que, por causa de los difamadores de la verdad, atreverse a no escribirlo, no hablarlo o no declararlo a los demás? ¡Ah! Puede ser demasiado impúdico cubrir el talento que Dios nos ha concedido, nosotras que debemos tener la gracia de perseverar hasta el fin. ¡Amén!
Marie Dentière. 

Antecedentes históricos Es necesario mantener, preservar, la memoria his-
tórica en nuestro pueblo y esa memoria debe ser lo más completa posible ¿Qué ha pasado con la memoria de las mujeres en el movimiento de la Reforma protestante del siglo XVI? ¿Participaron las mujeres? ¿Existen remembranzas escritas acerca de ellas? ¿Por qué no han llegado hasta nosotras? ¿Qué fue lo que pasó? Durante toda la historia de la humanidad, la participación de las mujeres ha sido invisible y olvidada, y en el mejor de los casos interpretada por varones. Las mujeres protestantes tenemos historia, hubo mujeres que con-
tribuyeron a la Reforma Protestante. El objetivo de este trabajo es recuperar parte de esa memoria.
A lo largo de la historia, la condición de las mujeres ha sido de sumisión y opresión. El siglo XVI no fue la excepción en esa sumisión a valores y normas masculinas. Sin embargo, hubo varios brotes que pudieron provocar cambios en esta situación. Fueron pocos, pero significativos pa-
ra la época: concientización con respecto a la idea que tenían de
sí mismas, revalorización de la mujer casada, mayor libertad pa-
ra las mujeres cultas, como el caso de grandes escritoras, reformadoras religiosas y reinas.
No fue así desde el principio: se había olvidado que en el primer cristianismo no existían va-
rón ni mujer, sino que ambos eran iguales en Cristo. Las muje-
res cristianas de los primeros si-
glos realizaban ministerios al
igual que cualquier hombre, pre-
dicaban, impartían los sacramen-
tos del bautismo y la Santa Cena, enseñaban, etc. Eran llamadas con el nombre específico de su ministerio: apóstolas, diaconisas, maestras, evangelistas. Pero este lugar que Jesús les dio a las mujeres poco a poco se fue olvi-
dando, y mientras la iglesia se construía jerárquicamente masculina, la situación de la mujer volvió a ser de sumisión.
En el siglo XVI, el protagonis-
mo de la mujer, aunque escaso,
fue significativo. Existieron mujeres que se impusieron por en-
cima de las costumbres de su tiempo y desempeñaron un pa-
pel muy importante en la esce-
na política o religiosa. A favor de
la Reforma se proclamaron jóve-
nes y adultas mayores, burgue-
sas y campesinas. No solo fue-
ron hombres quienes llevaron a
cabo la Reforma protestante. Se
tiende siempre a mencionar a los hombres en la elaboración de
la historia. Por mucho tiempo se
negó que Jesucristo hubiera llamado a mujeres y se decía que solo tuvo doce apóstoles, ningu-
na apóstola. Así también hemos
escuchado durante años los nombres de Jan Hus, Lutero, Me-
lanchton, Calvino, Farel, Zwinglio, etc., como padres de la Reforma protestante dejando de lado a las madres de la misma, olvidando, negando y silencian-
do sus nombres y su obra.
Mujeres en la Reforma
protestante
Un considerable número de mujeres estuvo implicado en la Reforma protestante, en diferentes ámbitos, a diferentes niveles y en varios países como Alemania, Italia, Francia, Inglaterra y España. Algunas tenían cierta actividad política: reinas como Margarita de Navarra, Juana de Albret, etc., quienes patrocinaron, in-
fluyeron en su corte y los hom-
bres cercanos a ellas, promulgaron leyes o escribieron para promover la Reforma. Pero no
solo las de familias nobles par-
ticiparon en este movimien-
to de cambio eclesiástico: mujeres del pueblo lucharon a favor de su fe.
Normalmente, cuando consultamos la biografía de una mujer de esta época encontramos que se le relaciona con los hombres que eran sus parientes directos, como si fueran su posesión y su vida girara en torno al hombre que fue su padre, se casó con ellas o con el que tuvieron hijos. Se dice entonces: “hija de…”, “esposa de…”, “madre de…”. He omitido estos datos a fin de resaltar el valor de estas mujeres y su importancia por ellas mismas, por sus logros, como sujetos de la historia y no como objetos de posesión relacionadas con o dependientes de, salvo en algunos casos en los que el esposo fue determinante en sus vidas. Me he permitido nombrar a continuación las más representativas, aunque existieron muchas más.

Marie Dentière (Bélgica, 1495-1561). El 3 de noviembre del 2002 se añadieron más nombres al Monumento Internacional de la Reforma en Ginebra, entre ellos el de Marie Dentière, quien habiendo sido monja agustina, abandonó el monacato y se adhirió a la Reforma gracias a una predicación de Martín Lutero. Para lograr salir y escapar del convento de Tournai tomó quinientos ducados del tesoro de la abadía. Fue perseguida como muchos otros protestantes y se refugió
en la ciudad de Estrasburgo. Ma-
rie creía importante reformar las doctrinas religiosas de su época, pero también fue una gran feminista, al proponer que se ampliara el papel de las mujeres en la religión. Decía que hombres y mujeres estamos igualmente calificados para interpretar las Sagradas Escrituras y los aspectos de la fe. Para sus debates teológicos o predicaciones usaba directamente el texto bíblico, siempre interpretando pasajes en los que las protagonistas eran mujeres, defendiendo el ministerio femenino y volviendo sus argumentos en contra de sus detractores, normalmente reformadores opuestos al ministerio de la mujer:

¿Qué predicadores han hecho más que la mujer samaritana, que no se avergonzó de predicar a Jesús y su palabra, confesándole abiertamente a todo el mundo, tan pronto como oyó de Jesús que uno debe adorar a Dios en Espíritu y en verdad? O, ¿hay otra como María Magdalena, de quién Jesús sacó siete demonios, capaz de presumir de haber tenido la primera revelación del gran misterio de la resurrección de Jesús? Y, ¿por qué no la otra mujer, a quien, en lugar de a hombre, su resurrección fue anunciada por su ángel, recibiendo el mandamiento de hablar, predicar y declararla a los demás?

Marie Dentière fue una teóloga reformadora. Desempeñó un papel activo en la religión y la política de Ginebra, participó activamente en el cierre de conventos y era predicadora a la par de Calvino y Farel. Redactó una serie de escritos muy revolucionarios para su tiempo, los cuales son considerados hoy día como una defensa de la perspectiva femenina. Fue considerada por Calvino y algunos otros reformadores como una mujer que ejercía mala influencia sobre su marido por su personalidad radical. Aún hoy son habituales estas concepciones respecto a las mujeres que desean acceder al ministerio femenino.
Marie no sólo sufrió persecución e incomprensión por parte de la Iglesia Católica, sino también de parte de la iglesia protestante. Muchos de sus escritos y cartas fueron prohibidos y destruidos, como la Epistre tres utile, carta suya escrita a Margarita de Navarra, hermana del rey de Francia, en la que alentaba fuertemente a la expulsión del clero católico de Francia y criticaba la estupidez de los protestantes por obligar a Calvino y Farel a abandonar Ginebra. Aun dentro del círculo femenino, Dentière no gozó de popularidad. En la Epistre se refiere al escaso papel que las mujeres desempeñaron para realizar la Reforma. Dice: “¿Tenemos dos evangelios: uno para hombres y otro para mujeres? Tampoco los calumniadores y enemigos de la verdad tienen el derecho de acusarnos de excesiva arrogancia, ni puede un verdadero creyente decir que las mujeres están traspasando sus derechos cuando hablamos a otra acerca de la sagrada escritura”.
El pensamiento feminista de Dentière puede observarse en la carta dirigida a Margarita de Navarra, en la que expone sus argumentos sobre el ministerio femenino: “No debemos, más que los hombres, cubrir y enterrar con tierra lo que Dios nos ha dado y revelado a nosotras las mujeres”.  Marie no compartía la idea de su época y de reformadores como Calvino de ser una buena esposa sumisa y abnegada, buena ama de casa, receptora pasiva de la doctrina. Afirmaba: “Pareciera que la ‘alianza’ que colocamos en nuestra mano el día del matrimonio fuera como el anillo de Giges, que tenía la propiedad de hacerlo invisible; pero en nuestro caso no para protegernos de nuestros enemigos, sino para arrebatarnos el derecho al tiempo y al espacio, para impedirnos el acceso al ágora”.
Marie llegó a ser una participante activa y una agente dinámica de la Reforma. Su esposo, Antoine Froment, la ayudó a publicar su obra con el impresor ginebrino Jean Girard.  Marie esperaba el mismo apoyo de parte de Calvino, del cual no lo recibió jamás. Calvino fue muy duro y despectivo ante los reclamos de Marie Dentière y sus esfuerzos para que la voz de las mujeres fuera escuchada. Los propios reformadores ginebrinos prohibieron la publicación de todo texto escrito por una mujer durante el siglo XVI, de modo que la reformadora más importante de su época tuvo que refugiarse en los seudónimos para que sus escritos llegaran hasta nosotros.
Muchos de sus escritos se le atribuyeron a su esposo, quien gozaba de fama de buen predicador. Algunos editores se han dado cuenta de la gran diferencia que existía entre los textos de Marie y los de su esposo. “Tanto uno es vivo y lleno de astucias retóricas como el segundo es pesado…  las frases de Marie son sueltas y bien construidas, a menudo entrecortada y lacónica. Ella aprieta el paso y Fromet se arrastra”. Su orientación teológica estaba más influida por Farel y Zwinglio que por Lutero. Es considerada por muchos una de las primeras teólogas laicas feministas.
Incorporar el nombre de Marie Dentière al muro de la Reforma protestante en Ginebra y retomar la historia para mostrar al mundo a esta teóloga y a otras más constituye un paso muy importante en el reconocimiento y la valoración de las mujeres en la Reforma.

Argula von Grumbach (1492-1553). Fue la primera mujer que se atrevió a hacer una defensa de Lutero, ante el desconcierto de los inquisidores. En 1523 escribió al cuerpo académico de la Universidad de Ingoldsadt para defender a Alsacius Seehofer, jo-
ven de dieciocho años arrestado por ser luterano. Se atrevía a desafiar a sus autoridades eclesiásticas y civiles, como el duque de Bavaria, al cual le mandó decir en una carta que ella no era ni débil ni estúpida. Incitaba a la gente a leer libros en contra de la religión católica. De ella decía Lutero: “Me regocijo de ver como una hija del pecado de Adán se ha convertido en una buena hija de Dios”. Escribió varios libros, entre ellos una sátira dirigida a un teólogo católico llamado Schatzgeyer. Fue todo un símbolo de confusión, perplejidad e inquietud femenina.  De ella escribe Joana Ortega:

Argula afirmaba que los inquisidores habían sustituido a Cristo por Aristóteles, además de manifestar su desacuerdo con San Pablo por imponer sobre las mujeres el silencio en la Iglesia. Esta mujer se convirtió en un símbolo de la “confusión, perplejidad e inquietud” femenina que se suscitó en toda Europa a través de los textos de Lutero. Los procesos femeninos de la Inquisición revelan que esta inquietud ya era importante, debido a las lecturas de Erasmo y de Savonarola.

Catarina Von Bora. Nació el 29 de enero de 1499, fue consagrada monja del convento cisterciense de Marienthron, don-
de realizó votos de pobreza, obe-
diencia y castidad. En 1523, cuando tenía veinticuatro años, se fugó del convento junto con otras monjas en barriles de basura. Ella fue la que sugirió a Martín Lutero que se casaran. Administró los recursos y el dinero del monasterio de los agustinos que les cedió el príncipe Juan. No fue una teóloga como Marie Dentière: la importancia de su persona radica en que formó parte de la primera generación de mujeres casadas con pastores protestantes junto a los cuales lucharon por la fe. Dio abrigo a monjes y monjas que habían abjurado de su fe y no tuvo miedo de los riesgos que esto y ser esposa de Lutero significaba.

Úrsula Münstenberg. Nació a
fines del siglo XV y murió en 1534. Era monja en el convento de la orden de María Magdalena de la Penitencia en Freiberg, Sajonia. Encabezó el movimiento para infiltrar la doctrina luterana en su convento, para lo cual introducía de contrabando libros de Lutero. Huyó del convento en 1529. Rechazó la vida de enclaustramiento de las monjas gracias al texto “Id por todo el mundo y predicad el evangelio”

Elisabeth Cruciger (1500-1535). Su boda fue la primera celebrada según los principios protestantes. Participó en discusiones teológicas con Lutero y Melanchton, quienes la consideraban una mu-
jer inteligente. Escribió un himno, “El hijo único del cielo”, que causó una polémica, pues las mu-
jeres no escribían himnos en ese
tiempo. Normalmente se le atri-
buye por error a Andrew Knoep-
ken.

Elisabeth Von Brandenburg (1485-1555). En 1517 recibió por primera vez la eucaristía de manos de un ministro luterano, lo cual enfadó grandemente a su marido Joachim I quien la quería condenar a prisión perpetua. Elisabeth huyó y defendió la pos-
tura de que una mujer debe decidir por sí misma su propia religión. Sufrió pobreza y soledad. Influyó en la Reforma protestante de Dinamarca.

Elisabeth de Brunswick (1510-1558). Se convirtió al protestantismo después de escuchar un sermón del pastor luterano Antonio Covinus. A la muerte de su esposo fue nombrada regente y promulgó como religión oficial de su ducado el luteranismo, al
que defendió en la dieta de Augs-
burgo.

Catherine Zell (1497-1562). Fue
de las pocas mujeres que en la Reforma protestante desarrollaron un papel fuera de lo común. Predicaba junto a su esposo. Escondió a refugiados y escribió algunos ensayos e himnos. Después de la muerte de sus dos hijos se dedicó a predicar y apoyar la fe anabautista. Escribía de sí misma:
“Siempre, desde que tenía diez años de edad, he sido estudiosa y una especie de madre de la iglesia, muy dada a asistir a los sermones. He gustado y frecuentado la compañía de hombres de saber, y he conversado mucho con ellos del Reino de Dios.”

Margarita de Navarra (1555-1572). Fue interlocutora directa de Calvino. Tradujo al francés la Meditación sobre el Padre Nuestro de Lutero y fue autora de va-
rios poemas, entre ellos “Prisiones”. Su hija, Juana de Albret, vio a su padre golpearla por rezar oraciones protestantes. Durante el reinado de Margarita de Na-
varra, Francia se convirtió en refugio y vivero de la Reforma. Escribió y publicó poemas, tenía un carácter abierto, mucha cultura e hizo de su corte un centro del humanismo.
Tuvo fuertes desavenencias con Calvino debido a que albergó a Poque y Quentin, a quienes Calvino llamaba “libertinos Espirituales”, pero Margarita, como ellos, creía que el ser humano po-
día ser divinizado. Creían que un ser humano deificado no puede
pecar, porque Dios no puede pe-
car. Tal era la indignación de Calvino que se dirigió a Margarita con estas palabras: “Como un pe-
rro debe ladrar para defender a su maestro, de igual forma debería denunciar a estos seductores del honor de Dios.”

Juana de Albret (1528-1572). Hija y sucesora al trono de Margarita de Navarra, siguió los pasos de su madre y bajo sus auspicios se llevó a cabo la traducción del Nuevo Testamento a la linguæ navarrorum. Rompió totalmente con el catolicismo y fue excomulgada por el papa. Declaró su reino oficialmente protestante aun cuando no persiguió el catolicismo. Para ella, la Reforma era oportuna y necesaria, tanto que pensaba que sería una cobardía y deslealtad a Dios dejar que el pueblo permaneciera en un estado de suspenso e indecisión.
El matrimonio de Juana de Albret, con Antonio de Borbón reunió va-
rios territorios bajo su control. Dada la identificación de ambos monarcas con la Reforma, esos territorios se convirtieron en zonas de refugio para numerosos protestantes.
Renata de Ferrara (1510-1575). Conservó su fe protestante después de casarse con un duque católico y trasladarse a su corte en el norte de Italia. Tuvo problemas religiosos, ya que albergó a Calvino durante un mes, protegió a los herejes protestantes y se negó a asistir a misa. Fue confinada a su palacio por su esposo por presiones de la Inquisición.
 
Debido a los devastadores efectos de la Inquisición, la Reforma protestante en España no tuvo un gran auge. Muchos hombres y mujeres sufrieron persecución y hasta la muerte, como fue el caso de María de Cazalla, quien había logrado acceso a los libros de Erasmo y Lutero. Después de esas lecturas, cuestionó la validez de los sacramentos católicos. Fue inspiración espiritual de amas de casa y profesores de la Universidad de Alcalá, a quienes ofrecía consejería pastoral y estudios bíblicos. Fue detenida por la Inquisición y torturada en 1534. Muchas mujeres más en España y toda Europa fueron encarceladas, torturadas y quemadas en la hoguera por luchar a favor de la Reforma protestante.
No fueron muchas las reformadoras, pero cada una desde su lugar influyó, de una manera u otra, para que se diese el movimiento de la Reforma. Es justo y necesario reconocer y nombrar no solo a los hombres que hicieron posible la Reforma protestante: ese movimiento no solo tiene padres, también tiene madres. La historia de la Reforma protestante también tiene rostro y nombre de mujer.
Estos son algunos de los nombres de mujeres que se comprometieron y lucharon a favor de los cambios urgentes que ne-
cesitaba la iglesia en el siglo XVI.La Reforma protestante no ayudó, en la práctica, a reivindicar el papel de la mujer, limitado al
marco doméstico sin poder acceder al eclesiástico en el reconocimiento de sus ministerios o a la ordenación. Pero sentó las bases de doctrinas tales como el sacerdocio universal de los creyentes y la soberanía de Dios,
que sirven de base para deba-
tir la tradición patriarcal.

SOLA FE, SOLA GRACIA, SOLA
ESCRITURA, ¿SOLO VARONES?
Para Martín Lutero era posible
reformar la estructura eclesiás-
tica, que debía estar orientada al servicio. ¿Cuál es la relación entre esta comprensión y
el sacerdocio universal de los creyentes? La estructura jerár-
quica de la iglesia no debe es-
tar integrada solamente por hombres. La Reforma protes-
tante del siglo XVI fue muy
revolucionaria en su época, por-
que apuntaba a crear cambios en la estructura misma de la
institución. ¿Podemos nosotros,
hombres y mujeres, miembros
de la Iglesia Nacional Presbite-
riana de México, introducir
cambios en la estructura de
nuestra Iglesia?
El sacerdocio universal de los creyentes fue una relectura que hizo Martín Lutero de la teología paulina. Todos, hombres y mujeres, tenemos la condición de pecadores, y si Jesús nos rescata del pecado a todos y todas por igual, nada justifica considerar a unos puros y a otras pecadoras. Es decir, ni los hombres son totalmente puros ni las mujeres somos totalmente pecadoras. To-
das y todos somos justos y pecadores al mismo tiempo, dignos y dignas del sacerdocio.

ECCLESIA REFORMATA,
SEMPER REFORMANDA
Definitivamente, la Reforma protestante fue un movimiento de renovación. Somos una iglesia reformada. ¿Qué hace falta reformar en nuestra iglesia? ¿Hasta dónde estamos comprometidas en esta reforma?
En nuestros días, ¿cómo es Gi-
nebra? ¿Cómo son las iglesias
reformadas en el mundo? ¿Cuál
es la trascendencia que ha tenido la Reforma en la vida de las mujeres?
En Ginebra, por ejemplo, se encuentra la pastora y teóloga Isabelle Grassle, primera mujer moderadora de la Compañía de Pastores y Diáconos de la Iglesia Protestante en Ginebra, puesto que ocupó el reformador Juan Cal-
vino. La gran mayoría de las iglesias reformadas en el mundo or-
denan a mujeres al ministerio pas-
toral, al ancianato y al diaconado en Europa, América del Norte, Centro y Sur América, el Caribe, Australia, etc. ¿Por qué nuestra iglesia continúa sin permitir la ordenación a las mujeres?
Cuando somos recibidos por el sacramento del bautismo, hom-
bres y mujeres gozamos de todos los derechos, privilegios y responsabilidades de la comunión de los santos. De este principio reformador se desprende el acceso de la mujer al ministerio ordenado en las iglesias protestantes. Dios nos autoriza, por medio del bautismo, al sacerdocio común de los fieles. Si Dios no nos limita para el sacerdocio ministerial, no hay ningún motivo o impedimento justificado que impida que las mujeres sean ordenadas al ministerio pastoral.
Hombres y mujeres somos iguales ante Dios; por tanto, en la iglesia no deberíamos hacer distinción entre ministerios masculinos y ministerios femeninos. Existen simplemente hombres y mujeres llamados por Dios a cumplirlos.
Si nuestra iglesia acepta la doctrina del sacerdocio universal de todas y todos los creyentes y la doctrina calvinista de la soberanía de Dios, ¿cómo pueden los hombres decirnos a las mujeres miembros de la misma, miembros del cuerpo de Cristo, que no podemos ni debemos aspirar a los distintos ministerios ordenados? ¿Cómo pueden callar un llamado que solo hace Dios a través del Espíritu Santo? ¿Cómo pueden interponerse a la voluntad de Dios con respecto a sus siervas?
Cuando se les niega la ordenación a las mujeres no solo se dejan de lado sus dones y sus perspectivas y se violentan sus derechos humanos. No solo es cuestión de igualdad de género: también se violenta el ejercicio libre de su ministerio, se violenta la libertad de obedecer a Dios en el llamado que él nos hace al santo ministerio por medio del Espíritu Santo, se deja de lado la soberanía de Dios, ¡y esto es una blasfemia!
Estamos celebrando los quinientos años del natalicio de Juan Calvino, lo que nos recuerda que somos una iglesia que vive en un proceso continuo de reforma y renovación. Ahora es el momento de recuperar el gran lema de la Reforma, Ecclesia reformata, semper reformanda, y recurrir a él para enfrentar los problemas de la vida y el testimonio de la actualidad.
¿De qué manera somos agentes de la renovación en nuestra iglesia? ¿De qué forma promovemos en ella la igualdad de la mujer? Los tiempos de la Reforma fueron tumultuosos y se caracterizaron por escabrosos de-
bates y luchas. Generalmente, el
cambio trae consigo miedo: miedo al cambio mismo, miedo a que la situación sea diferente, aun cuando prometa ser mejor. Desde mi muy particular punto de vista, cuando se impide a las mujeres llegar a ser ordenadas como ministros de culto es por miedo. Cuando la iglesia decide aferrarse a su situación y no promover un cambio desde la raíz, se vislumbra como un ser atrofiado, tullido y sin vida.
El espíritu de la Reforma nos llama a promover la renovación y la reforma continua en nuestra iglesia hoy, a mirar hacia al futuro y responder a los cambios que son urgentes si queremos que nuestra iglesia trascienda la agonía. Ese espíritu nos llama a confrontar y desafiar al sector conservador que justifica y sustenta el sistema patriarcal que durante tantos años ha sostenido las estructuras de nuestra sociedad. Sobre todo, porque casi todas las iglesias protestantes del mundo se han sensibilizado en lo que respecta a la situación de las mu-
jeres y han sido pioneras en la reivindicación de la inserción y la participación de la mujer en todos los ámbitos que configuran la vida de una sociedad.
¿Qué papel juegan las mujeres en las iglesias protestantes hoy día? Sería falso afirmar que en todas las iglesias protestantes se ha practicado la igualdad entre hombres y mujeres. En las iglesias protestantes encontramos
grupos con un fuerte compromiso con la causa de las mujeres y también grupos que promueven todo lo contrario, negando así los principios de la Reforma.
Hago un llamado a todas mis hermanas, a las que han recibido el llamado de Dios para servirle en un ministerio pastoral y a las que desde su lugar quieren trabajar en la obra de Dios, a prepararse teológicamente, a seguir estudiando en los distintos seminarios, a no tenerle miedo a la palabra “teología”. Teología es pensar y hablar acerca de Dios a partir de sus propias experiencias y su propia lectura de la Biblia.
Que las mujeres seamos voz y no eco. Que hablemos por nosotras mismas, que hablemos a favor de otras mujeres, a favor de nuestras pastoras, nuestras misioneras, nuestras hijas, nuestras hermanas, nuestras nueras. Siempre la mujer a favor de la mujer. Muchos hombres y mujeres expusieron su vida por la Reforma, por la renovación eclesiástica: sus vidas tuvieron un objetivo común. ¿Hasta dónde podemos, como mujeres, comprometer nuestras vidas para renovar a nuestra iglesia en cuanto a la igualdad de género? ¿Podremos las mujeres luchar unidas por nuestras hermanas?
Estamos llamadas a participar en la obra de Dios de transformar este mundo, para lo cual debemos convertirnos en fuerzas positivas e influir en nuestras co-
munidades.
Señor, Dios padre y madre, que la luz de tu presencia anime esta celebración e inspire nuestras vidas.
Por una iglesia reformada siempre reformándose.

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  • Conferencia pronunciada en el Presbiterio del Estado de México, Santa Ana Tlapaltitlán.

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