Introducción
La Reforma protestante del siglo XVI tuvo como paladín al monje agustino Martín Lutero, quien desde sus años mozos tenía determinadas inquietudes, al punto de renunciar a su carrera de abogacía para entrar a un monasterio y comenzar así el derrotero que lo llevara al sacerdocio. Desde su aula de estudios cuestionó las enseñanzas de Karlstadt, se preguntó si los hermanos cristianos de la Iglesia Oriental estaban o no dentro de la iglesia verdadera.
Lutero se ejercitó hasta el martirio de la carne, las penitencias, visitó Roma y experimentó el vacío después de cumplir con todas las prácticas y exigencias de la Iglesia. Durante su estancia en Wittenberg rechazó las reliquias y se enfrentó a la venta de indulgencias. Para el reformador, la Biblia como Palabra de Dios, la gracia y la fe eran la expresión sintetizada del Solo Cristo, como el camino, la verdad y la vida. Nunca quiso salir de la Iglesia porque su intención era reformar lo que para él estaba fuera de la Biblia.
Cualquier resumen que hagamos sobre la vida de Lutero tendrá lagunas y aspectos sin desmenuzar. No obstante, presento aquí algunas ideas que pueden caracterizar a un hombre considerado indistintamente por amigos o detractores como intérprete de la Biblia, pastor de la Reforma, profeta, predicador, doctor, sacerdote, músico, liturgista, visionario, ciudadano, padre de familia, amigo y colega. Lo que sin dudas podemos afirmar es que fue un varón de Dios, un hombre de fe de posiciones firmes, temeroso de Dios y entregado a la causa del evangelio, un hombre dialéctico y reformador.
Su experiencia de fe, el estudio que realizó sobre Romanos 1,16-17, y luego sus comentarios sobre Gálatas, las tesis de Heildelberg, la libertad cristiana, entre otros temas, son valiosas contribuciones al pensamiento evangélico. Aunque no se le considera un teólogo sistemático, la historia lo destaca como una de las principales figuras del pensamiento y la práctica teológicos. Pero Lutero no se limitó al claustro. Tuvo vida eclesial y familiar, cultivó la amistad, se le consideraba un refugio para sus alumnos y un sostén para su familia. Sin duda, un hombre prominente, utilizado por Dios para rencauzar el evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Lutero no escribió sus obras bajo una lógica lineal, sino que lo hizo según el momento y las circunstancias.
Es cierto que usó un idioma vulgar contra sus opositores en algunas ocasiones, sin dejar de reconocer que también fue agredido constantemente por los que pensaban diferente. No estamos juzgando a Dios, sino a un simple mortal. Era un hombre impulsivo que hizo comentarios bruscos sobre los campesinos y los judíos, los papas, el diablo, y sobre sí mismo. Pero no cabe dudas de que fue un hombre de fe, humano y sensible. Para comprender a Lutero son necesarias virtudes como la humildad y la paciencia, toda vez que en la estructura de su pensamiento están presentes la dialéctica y las paradojas. Por un lado, consideró que no era posible una relación completa y perfecta con Dios, pero si apoyó la libertad civil y la libertad cristiana en la cual, bajo la vocación cristiana, el hombre coopera y vive su ética en beneficio de la humanidad. Sus doctrinas sobre la cruz, los dos reinos, la distinción entre la ley y el evangelio son contribuciones metodológicas para la investigación bíblica y teológica.
Poco se ha divulgado en Cuba sobre la vida y la obra de Lutero. Se desconoce que tradujo la Biblia al alemán, que sufrió persecución del poder secular por ser discípulo de Cristo y por reconocer la autoridad bíblica. No siempre se ha hecho justicia ni destacado de manera adecuada el papel de Lutero como paladín de la Reforma del siglo XVI, en la que estuvo presente la mano de Dios y que se convirtió en un movimiento que hoy estamos llamados a avivar en medio de este mundo de confusión y falsas religiones.
La intención del presente trabajo es presentar a un Lutero actual, cuyas enseñanzas están vivas en el quehacer teológico internacional y, en particular, en la obra luterana cubana. Ampliar los conocimientos sobre el pensamiento del reformador puede contribuir a extender las fronteras del saber y el quehacer teológicos. Por solo citar un ejemplo, los artículos de la Confesión de Augsburgo de 15301 son, directa o indirectamente, la base de las doctrinas de todas las iglesias evangélicas, y en varios de sus artículos se ratifican las sanas enseñanzas de la Iglesia de Roma.
Lutero hoy nos interpela desde una dimensión contracultural, soteriológica, sacramental y escatológica. Su teología es de importancia actual. Existen debates en los medios teológicos: algunos ignoran la teología de la cruz como método de hacer teología y otros rebaten el pensamiento de Lutero, pero sin temor a equivocarnos estamos en presencia del autor de una escuela teológica que rebasa al luteranismo como denominación cristiana.
El luteranismo, junto al resto de las confesiones, está llamado a promover la unidad del cuerpo de Cristo. Damos gracias a Dios por los cambios que se han venido produciendo en la Iglesia de Roma, que ha declarado el purgatorio como doctrina espuria y ha reconocido el papel central de la Biblia en el crecimiento de la fe en los laicos. De igual forma, firmó la declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación por la fe con la Federación Luterana Mundial y llegó a un consenso sobre la autoridad como don de Dios con la Iglesia Anglicana. Aun queda mucho camino por andar en la unidad externa y visible de la Iglesia, pero con la ayuda de todos y la unción del Espíritu Santo, tenemos este reto por delante los interesados en dar testimonio como Iglesia Universal de Jesucristo.
La cruz como clave
interpretativa de Lutero
“Para Lutero, la cruz… es la marca distintiva de toda teología.”2 “La teología de la cruz es la llave hermenéutica para la lectura y el estudio de Lutero.”3
En el Medioevo, la salvación y la redención operadas por Dios se explicaban a partir de la cruz en el contexto de la teología. Para Lutero, la salvación es, sencillamente, obra de Dios. El enroque que se produce en su pensamiento es que Dios nos da su ser y su persona en su Hijo, el verbo encarnado, y en la cruz de este por nosotros, en lugar de nosotros darle algo a Dios. Este pensamiento se puede resumir si llamamos teólogo o teóloga al que llega a comprender las cosas visibles e inferiores de Dios, a la luz de la pasión y de la cruz (tesis 19 y 20 de Heildelberg).4
Ni nuestras teorías ni nuestros conocimientos son suficientes para acercarnos a Dios ni definir quién es. Tal intento, en la historia de la fe, nos ha llevado a crear dioses según los intereses humanos. No se puede reducir a Dios al agua, el sol, la arena; como nos canta René González, no lo podemos medir. La intención del primer mandamiento es exigir la fe y la confianza de corazón que alcanzan al verdadero y único Dios.5 Algunos piensan tener al dios de la abundancia, y otros, los que confían en su erudición, inteligencia, poder, merced, amistad y honor, también tienen un dios. Sin embargo, el mandamiento exige todo el corazón del hombre y toda su confianza depositada en el Dios verdadero y no en un dios.6 Dios echa por tierra nuestra idolatría, desechando nuestra falsa seguridad o inseguridad y nuestra maldad; se hace presente en nuestra historia personal, el nuevo eón entra en nuestra experiencia de fe. Al reconciliarnos con nosotros mismos, nos declara que esa reconciliación es inquebrantable, ya que se basa en la promesa y la realidad histórica de Dios en nuestras vidas enmarcadas en el viejo eón. Cristo es nuestro Monte Moriah, pues Dios no reconoce ni ve a nadie que no se ofrezca y viva en este lugar, esto es, sobre Cristo y en Cristo…7 Parafraseando el salmo 2, podemos decir que somos bienaventurados quienes ponemos la confianza en Cristo Rey del Monte de Sión. La cruz nos lleva al Monte Moriah, para dar por terminadas nuestras intenciones de explicar a Dios y para crear nuevas situaciones de vida, amor y esperanza en y por Cristo. La cruz nos conduce a dejar atrás nuestra seguridad en nosotros mismos, nuestras expectativas o bienes.
La seguridad en la reconciliación tiene su base en que la cruz nos hace ver el mundo de acuerdo c0n la presencia de Dios. De aquí parte el trastrueque de la teología de la cruz. La cruz nos llama a romper con el viejo eón, en lugar de animarnos a las explicaciones humanas. Somos llamados teólogos de la cruz porque vivimos la realidad de Cristo a nuestro favor: hacemos teología desde la práctica del discipulado de la cruz, práctica que se hace realidad en una nueva vida, el arrepentimiento y el perdón.
La cruz debe ser estudiada y comprendida en las dimensiones teológicas de lo contracultural, lo encarnacional, lo soteriológico, lo sacramental y lo escatológico.
Dimensiones de la teología de la cruz
Contracultural
El evangelio solo se puede captar y aceptar plenamente cuando ha echado raíces en una cultura dada. En tal sentido, la Federación Luterana Mundial se siente desafiada en varias de sus actividades, razón por la que organizó y dirigió estudios sobre el culto y la cultura como la consulta de Nairobi en 1996, que dio como resultado la aparición del libro Relación entre culto y cultura, en el que S. Anita Satuffer, Gordon W. Lathrop y Anscar J. Capungco abordan lo contracultural desde la perspectiva del culto cristiano.8
Nuestra condición humana desfigura y trastoca las cosas que construimos en la sociedad y la iglesia. Por eso podemos entender que la crítica de Lutero a la “teología de la gloria” es una crítica de nuestro pecado ante Dios. El reformador no se limitó a criticar la teología de las buenas obras de la Iglesia de Roma, que recogía en sí misma una práctica y una cultura religiosas impuestas a los feligreses de la época. El reformador queda impactado por la justificación por la fe, como nos lo declara Pablo en Romanos. Y ese impacto se convierte en base de su teología. Lutero observa una dialéctica entre ley y evangelio: Dios nos condena en la ley y nos llama a nueva vida en el evangelio como un acto enteramente suyo.
Desde esta perspectiva paulina, la ley no es idolatría, sino manifestación activa en el presente del individuo transformado por Dios, porque muestra el carácter activo del evangelio en medio de la promesa de vida. Por esta razón la cruz puede vivir en la dimensión contracultural en los tiempos de la Reforma y en nuestros días.
La cruz, de hecho, es una crítica contra todos los altares que simbolizan nuestros ídolos particulares. La cruz nos llama a quitarnos la máscara, a reconocer nuestra debilidad y a buscar en Cristo nuestro sostén. Estos altares destruyen nuestras vidas, incluso imponen otra cultura, al punto de podemos trastocar lo malo en bueno si pensamos que el altar que hemos fabricado es lo bueno. Del mismo modo, esta conducta nos lleva a despreciar la creación y conspirar contra ella, como sucede en relación con el tema ecológico y la preservación del medio ambiente. Aquí Lutero irrumpe para llamarnos a la reflexión: “El teólogo de la gloria llama a lo malo, bueno, y a lo bueno, malo; el teólogo de la cruz denomina a las cosas como en realidad son” (Tesis 21). Aunque Lutero aquí no trata la cuestión cultural, lo cierto es que cultura es todo lo que los humanos hacemos y creamos para la vida. En el Génesis, Dios nos bendijo para levantar un mundo y una cultura conformes a su obra creativa, a partir de la preservación mediata e inmediata de la creación y sus criaturas. Sin embargo, soberbia y pecado sobreabundaron y se corrompió lo bello.
La condición humana caída desfigura las cosas que construimos, tanto en la sociedad como en la iglesia. En todas las épocas han estado presentes la violencia, la maldad, la discriminación, el menosprecio del hombre por el hombre. Por esa razón, parafraseando a José Martí, la ley primera de la República debe ser el culto a la dignidad plena del hombre. En el Apóstol de la Independencia de Cuba se pueden hallar las huellas de la teología de Lutero.9
Según la perspectiva de Lutero, podemos denunciar el pecado institucional y personal del hombre desde una posición confesante, y comprender que en nuestros contextos culturales existe opresión de personas y pueblos. En medio de la confusión podemos cometer el error de trastocar lo bueno y lo malo, e incluso justificar lo injustificable. El llamado de Lutero en la Tesis 21 de Heildelberg es un acto contracultural. La cultura de reconciliación de Dios está llamada a quebrantar las culturas de dominio y exclusión.
En Cuba también se expresan manifestaciones de esta cultura de discriminación y dominio en las relaciones interpersonales y las acciones de abuso de poder de dirigentes y de personas con más recursos ante las de menos recursos o peor condición de vida. También se puede trastocar lo malo y lo bueno en prácticas ciudadanas que favorecen el “jineterismo”. Por otro lado, se ha ido introduciendo una forma peligrosa de pensar en relación con la detección de los casos delictivos, en particular cuando alguien es atrapado robando o desviando fondos en una empresa o institución. En casos así se escucha la exclamación (incluso los cristianos la hacen): “¡Qué mala suerte tuvo fulano!” Se ha convertido en una práctica entre muchos cristianos llevar a cabo negocios sin tributar a Cesar, es decir, al fisco. Estas son maneras de trastocar lo bueno y lo malo, al calificar un fenómeno o conducta vinculados a nuestra cultura.
La dimensión contracultural de la teología de la cruz rompe con los ídolos creados entre culturas e intraculturas, de manera que la cruz establece puentes particulares y universales de reconciliación. Desde la perspectiva de la cruz, Dios rompe nuestros esquemas para dar lugar a nuevos espacios de libertad en medio de su amor y perdón incondicionales. En su obra Tratado sobre la libertad cristiana, Lutero nos anima a romper el espacio del yo para dar cabida a la comunidad en Cristo como un espacio verdadero de fe. La verdadera libertad nace al priorizar el amor hacia la comunidad, de la cual somos piedra viva, diferenciada y especial. Es menester que nuestro yo mengüe para que el Cristo se levante. Para comprender la dialéctica del morir y el vivir en Cristo es necesario comprender la dimensión de la soteriología, incluso en la cristología luterana.
La encarnación como
soteriología en Lutero
Creo que Jesucristo, verdadero Dios engendrado del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre nacido de la virgen María, es mi Señor, que me ha redimido a mí, hombre perdido y condenado, y me ha rescatado y conquistado de todos los pecados, de la muerte y de toda la potestad del diablo, no con oro ni plata, sino con su santa y preciosa sangre y con su inocente pasión y muerte, y todo esto lo hizo para que yo fuese suyo y viviese bajo él en su reino, y le sirviese en justicia, inocencia y bienaventuranza eternas, así como él resucitó de la muerte y vive y reina eternamente. Esto es con certeza la verdad.10
En esta explicación podemos ver cómo Lutero resume magistralmente su cristología, que en buena medida, si hacemos énfasis en la oración, es la misma enseñanza de toda la iglesia cristiana: es mi Señor, que me ha redimido a mí. Estamos ante un planteamiento teológico sistemático de absoluta actualidad y vigencia para la iglesia cristiana hoy día.
Este es el resumen teológico de Lutero sobre la cristología que enseñamos los luteranos de hoy en la oración: “es mi Señor, que me ha redimido a mí”. El reformador muestra que para él son inseparables la persona y la obra salvífica de Cristo, lo cual evidencia cuán unidas define la cristología y la soteriología. En el misterio de la encarnación, Dios revela cómo toma la carne para salvarla y suministrarle vida nueva en Cristo Jesús, hecho manifestado en Emanuel.
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo”.11 Al asumir la naturaleza humana y nacer de la Virgen María, Jesucristo mostraba su amor y gracia por el hombre, para desde su existencia humana manifestar la obediencia al Padre y así ser el camino, la verdad y la vida. En el pensamiento del reformador quedaba establecido que Cristo se ve en su historia desde abajo, como un simple hombre, criado por el carpintero José, del linaje de David, de cuyo linaje también era María. “Cristo debe ser conocido como hombre antes de ser conocido como Dios, y primeramente debemos seguir y entender el camino de su cruz y su humanidad antes de que conozcamos la gloria de su divinidad. Cuando lo tomemos como hombre, inmediatamente nos llevará a conocerlo como Dios”.12
Cada persona tiene su propia historia y procede de dos familias, es decir, en la concepción de todo ser humano intervienen un hombre y una mujer que proceden de dos familias convergentes en el tiempo, lo que implica toda una historia para los nuevos nacidos. De manera que heredamos la historia familiar y comenzamos a vivir nuestra historia personal, social, política y religiosa. Es entonces cuando el tema central de la encarnación como señal de la soteriología se hace presente en los individuos movidos por el evangelio de la gracia, momento en que Cristo irrumpe en nuestra historia, dejando una huella conocida como redención: Cristo vive e interviene en la historia de cada personada salvada o redimida. Cristo viene a establecer un ayer y un hoy, un antes y un después. Viene a delimitar el viejo y el nuevo eón.13
Lutero parte de que la obra vicaria de Cristo tiene su génesis en el sufrimiento de Dios por nuestro estado caído, y para ello asume el sacrificio de su Hijo como elemento de reconciliación. Quien muere es Cristo, no Dios Padre. Dios en Cristo entra en nuestra historia personal para tomar nuestro lugar y vivir con nosotros en su historia de salvación. No hay Dios verdadero fuera del Dios revelado en Jesucristo, quien es la revelación especial. Para Lutero es un hecho que Dios toma nuestro lugar para vivir con nosotros nuestra humanidad.
A partir del Concilio de Calcedonia, Lutero presenta la doctrina de la doble naturaleza, divina y humana en la única e indivisible persona de Cristo. De esta manera, afirma: “Pues los cristianos debemos atribuir a la persona de Cristo los idiomata [predicados] de ambas naturalezas, todos por igual. Es decir, Cristo es Dios y hombre en una persona. Por ello, lo que dice de él como hombre, debe afirmarse como Dios, a saber, Cristo murió y Cristo es Dios, por tanto Dios murió, no el Dios separado, sino el Dios unido con la humanidad”.14
Junto a las confesiones del siglo XVI, los luteranos hoy reconocen a Cristo como Dios y hombre en una persona, sin mezclar las naturalezas ni dividir la persona. En el mismo sentido se expresa Lutero en su obra Los concilios y la Iglesia. “Esto hemos de saberlo los cristianos: cuando Dios no está en la balanza para hacer peso, nos hundimos con nuestro platillo. Con esto quiero decir lo siguiente: si no es verdad la afirmación de que Dios murió por nosotros, sino un hombre, estamos perdidos. Más si la muerte de Dios —y Dios sufrió la muerte— está en el patillo, este baja y nosotros subimos como un platillo liviano y vacío. Él puede volver a subir o saltar de su platillo. Pero no podría estar en el platillo a menos que se hiciera un hombre igual a nosotros, de modo que se pueda afirmar que Dios murió, y hablar de la pasión de Dios, su sangre y su muerte. Pues Dios en su naturaleza no puede morir, pero estando unidos Dios y hombre en una sola persona, bien puede hablarse de la muerte de Dios cuando muere el hombre que con Dios es una sola cosa o una persona”.15
Las expresiones de que Dios padeció, Dios murió, no son simples palabras sin existencia real. Tal idea se contrapone a la enseñanza del credo apostólico. El sufrimiento de Dios es necesario para entender este hecho y para el desarrollo de la soteriología, a pesar de ser un misterio que la razón del hombre no pueda comprender. La comunicación real de los atributos es real en el movimiento de la divinidad a la humanidad y de la humanidad a la divinidad en la persona de Cristo. Lutero no acepta la idea de la apatía de Dios. Según el reformador, Dios sufre en la persona del Hijo. Sin embargo nuestra incomprensión sobre este misterio no debe llevarnos a no proclamarlo por fe. La soteriología no es una simple explicación, sino que ella se encarna en la real presencia de Dios con nosotros y en nosotros. Dios toma el pecado, el dolor humano, para obrar su redención en el hombre y salvarle del mal, para ser llamado a nueva vida con él. La encarnación como elemento soteriológico nos conduce a la dimensión sacramental, que es uno de los temas más controvertidos de la teología cristiana.
Dimensión sacramental
El cristianismo no tiene unanimidad en torno a lo sacramental. Existen varios caminos o nociones teológicas sobre el particular; las posiciones de la Iglesia Romana, la Iglesia Reformada y la Iglesia Luterana. En el presente artículo solo abordaré algunos elementos básicos de la teología de Lutero, pero, sin dudas, este es un aspecto en el que hay mucho diálogo por delante para los cristianos que busquemos la verdad en la Biblia. De hecho, algunas denominaciones cristianas no reconocen el término sacramental y, en su lugar, utilizan el término ordenanzas.
Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, Lutero percibe que el cristiano, a partir de ser teólogo de la cruz, está llamado a vivir su fe y a hacer teología desde y en la comunidad de fe. La vida en comunidad, en su visión, reclama la práctica, la vivencia y la administración de los sacramentos del bautismo y la Santa Cena, los que junto a la Palabra predicada constituyen los medios de gracia; son medios externos a partir de los cuales Dios nos imparte su gracia. Es esencial la actividad evangelística desde la perspectiva de llevar al individuo del pecado a la gracia, y no debe menospreciarse la función del evangelismo frontal, persona a persona, por ser relacional y testificante, aunque este debe tener continuidad en la conexión con la comunidad de fe y la integración a ella, en la Palabra y los sacramentos.
Al abordar la cuestión del bautismo, Lutero apela a Pablo y nos dice: “Consecuentemente, Pablo enseña que el bautismo no es un signo, sino la vestidura de Cristo, en realidad Cristo mismo es nuestra vestidura. Por tanto, el bautismo es algo muy poderoso y efectivo. Pues cuando nos hemos revestido de Cristo, el vestido de nuestra justicia y salvación, entonces estamos también revestidos del vestuario de su imitación”.16
En cuanto al sacramento del altar, la Eucaristía o la Santa Cena, términos que indistintamente han sido empleados por la iglesia, cabe destacar que Lutero proclama con poder la vocación sacramental de la cruz bajo la Santa Cena e insta a la iglesia a vivir la vocación de la cruz de manera sacramental: “Consecuentemente, en este sacramento el sacerdote le ofrece al ser humano un signo confiado por Dios mismo cuando [el comulgante] se une a Cristo y todos sus santos, y lleva todas las cosas en común, donde los sufrimientos y la vida de Cristo son suyos en comunión con la vida y los sufrimientos de todos los santos”.17 En la perspectiva sacramental subyace la dimensión escatológica.
Dimensión escatológica
Desde la perspectiva de Lutero, los sacramentos señalan la salvación de Dios, en la que encontramos nuestra salvación y nuestra seguridad personal. Esto como acción de Dios sobre nuestro pecado que nos anima a vivir en una nueva comunidad orientada a la experiencia escatológica entre la vida en el viejo y el nuevo eón, la vida vieja y la vida nueva, las dimensiones de ser pecadores y justos al mismo tiempo. En esta dialéctica entre justo y pecador se mueve la dimensión escatológica de Lutero. En la cruz vivimos la visión de una nueva realidad, una nueva vida, a pesar de la maldad, en sus funciones de fe. Esta verdad, según Lutero, debe verse a partir de la resurrección. Cruz y resurrección son una dinámica en la dialéctica del Reformador.
Sufrir con Cristo por nuestros hermanos y hermanas y con ellos o sufrir por declarar el mensaje de amor, reconciliación y justicia bajo la cruz no es un sufrimiento en vano. Este no es un sufrimiento impotente, sino que es un sufrimiento en la realidad de la resurrección de Cristo. Es un sufrimiento bajo la visión escatológica de la realidad de la cruz en beneficio nuestro. Es vivir el mensaje concreto de la cruz en el amor y la esperanza de la resurrección como discípulos de la cruz.18
Debates actuales
Lutero nos habla hoy a los latinoamericanos desde la contribución de la teología de la cruz a nuestro contexto. En los últimos dos siglos varios autores han incursionado en el pensamiento de Lutero, retomando las enseñanzas que se corresponden con nuestros tiempos y expectativas. Revisemos algunos de ellos.
Manfred Hoffman, en su obra Martín Lutero y la mente moderna —notas tomadas del libro de Alberto García y Rubén Domínguez Introducción a la vida y teología de Martin Lutero— presenta las contribuciones de Lutero en materias tales como libertad cristiana, antropología, relación Iglesia-Estado y libertad de pensamiento. Eberhard Jungel, en la obra titulada La libertad cristiana, resalta la libertad cristiana en relación con la época moderna. También existe otra obra titulada El significado ecuménico de Lutero, de Peter Manns y otros.
Estas obras son referentes importantes para el estudio de la temática, pero no abordan la materia desde nuestras expectativas y necesidades como latinoamericanos que vivimos en nuestros respectivos países o somos inmigrantes en otro. Cabe una pregunta interesante: ¿cómo hacer teología desde nuestra condición de pueblos latinoamericanos, des-
de nuestras razas y culturas? ¿Cómo se inserta Lutero en nuestro contexto?
Hagamos referencia a algunos títulos editados desde este, nuestro contexto. La Revista Eclesial de Brasil publicó en diciembre de 1983 un artículo de Leonardo Boff titulado “Lutero entre la Reforma y la liberación”. Otras publicaciones de nuestro interés son Confrontación y liberación, de Walter Altman;19 Teología de la liberación, de Gustavo Gutiérrez;20 y Jesucristo y la liberación del hombre, también de Boff.21 En estas obras se abordan temas como la cristología, la justificación y la iglesia a la luz de la Teología de la Liberación. Irrumpe en el escenario de los escritos acerca de Lutero Vitor Westhelle, con su ensayo Dios contra Dios.22 En él, desde una posición subjetiva y negando la muerte de Cristo como hecho real en la vida de Dios y su pueblo, ofrece una visión de la cruz para criticar la opresión y ofrecer espacios de libertad desde lo escatológico.
Al estudiar a Altman, coincidimos con él cuando este considera que la justificación por la fe en Lutero es una idea liberadora.23 El autor elabora tres ideas básicas sobre el tema: primero, nuestra salvación está reflejada en el Cristo pobre y rechazado; segundo: la justificación nos lleva a una vida que nos anima a ofrecer amor verdadero al prójimo (en su formulación utiliza la obra La libertad cristiana);24 tercero: la justificación por la fe, desde la cruz, es importante para nuestra vocación como teólogos de la cruz.
Por otro lado, en la obra El Dios crucificado Molt-
mann interviene en el escenario teológico con la cristología de la solidaridad. El autor critica la expiación vicaria universal, y en su lugar expone que la soteriología no incluye a todo el género humano, sino a un sector. Así, nos declara: “¡Cristo es el hermano de las víctimas y el redentor de los culpables. El toma, por un lado, los sufrimientos del mundo y por el otro, los pecados del mundo!”25 De ahí que, según Moltmann, para que exista solidaridad entre víctimas y victimarios, estos deben entender que Dios sufre por esta situación y quiere cambiar esa relación de opresión. El opresor, entonces, está llamado a entender la situación de sufrimiento y que Dios se identifica con el que sufre: los opresores tienen que ser reconciliados y recibir perdón para vivir en solidaridad con los que sufren. Desde esta visión, los opresores olvidan sus acciones y deben ser llevados a un acto comunitario de reconciliación con las víctimas y con Dios- Según este pensamiento, entonces, la reconciliación no tiene que ver con el perdón de los pecados por Jesucristo, sino que es un hecho que Dios obra en la humanidad, en una relación solidaria entre opresores y oprimidos.
Este planteamiento, sin embargo, no encaja con el pensamiento de San Pablo expuesto en 2 Corintios 5,19-21, donde el Apóstol declara que la reconciliación y el perdón de los pecados es para la humanidad toda. El verdadero sentido de la reconciliación es que Cristo toma el lugar de todo el mundo pecador y nos reconcilia con Dios. Lo que sí podemos afirmar es que todos tenemos necesidad de perdón para estar genuinamente reconciliados con Dios y la humanidad. Moltmann no reconoce la condición humana del pecado en todas las personas, de ahí su conclusión de que la salvación y el perdón solo lo necesitan los opresores. Sin embargo, vale decir que para comprender la reconciliación debemos mirar más allá de las clases y las culturas. Nuestra idolatría es la marca de nuestra acción con relación al resto de las personas. Intentar ocupar el lugar de Dios es el pecado que mora en todos nosotros. No hay excusa para nuestro pecado. Cuando Pablo habla de reconciliación no se refiere a la cuestión del deber cívico social: se refiere a la naturaleza humana caída, la imagen caída que necesita ser restaurada por Dios en el perdón.
Debemos aclarar que Westhelle, Altman y Molt-
mann ignoran la objetividad ontológica de la cruz expresada por Lutero, que difiere de la posición de Anselmo. Otra temática no asumida por la mayoría de los teólogos no luteranos que utilizan la metodología de la cruz de Lutero es que no participan del carácter sacramental de la doctrina de la cruz.
Alberto García asume una posición paulina vinculada al pensamiento de Lutero cuando afirma que “Para que no haya revanchas y odio, y que comience una manifestación del poder de Dios en nuestra comunidad, tenemos que brindar el perdón y la paz que Cristo ofrece de manera incondicional al mundo;
en el perdón tenemos la verdadera reconciliación de Cristo, para que tengamos reconciliación con nuestra familia y sociedad”.26 Gustavo Gutiérrez resume de manera magistral este aspecto al decir: “¡Cristo salvador libera al hombre del pecado, raíz última de toda ruptura de amistad, de toda injusticia y opresión, y lo hace auténticamente libre!”27
Los comentarios de Lutero sobre Gálatas28 y Romanos29 son, sin dudas, una guía metodológica, desde la cruz y la obra vicaria de Cristo, para comprender la dialéctica de condenación y vida nueva. Dios obra conforme a su misericordia y no conforme a la ira. Gutiérrez presenta el amor de Dios en lugar de la liberación como categoría principal.30 Esta perspectiva es muy acertada y a tono con la teología de la cruz de Lutero.
Alberto García aborda diferentes aspectos del tema. En particular, resalta:
Nuestra conversión es, entonces, un hecho dinámico en el que Cristo mora en nosotros en una vida genuina y libre. Esta vida nueva nos compromete, en la realidad de la encarnación de Cristo, a vivir de manera concreta en solidaridad con los que son esclavos de su condición humana y de los poderes de la maldad. Estar libres del pecado no nos invita a una soledad en la que solamente vivimos en paz por estar libres del pecado, sino que somos llamados a vivir en compromiso con los que se encuentran esclavizados por el pecado y los poderes del antirreino. De allí parte la genuina libertad cristiana.31
En este acto de contextualización del pensamiento de Lutero a la luz de nuestra realidad hispana podemos encontrar un medio de evaluar nuestro contexto y, en particular, la influencia de la iglesia y los cristianos como agentes de cambio en función de la misión de Dios. García trata en este libro temas muy interesantes y actuales como la soteriología del dolor de Dios, la presencia de Cristo en lo cotidiano, Cristo como centro y poder de nuestro mestizaje, y otros, todos desde una posición confesional o confesante fiel a lo más puro del pensamiento de Lutero. García declara: “Observo este punto de vista, refiriéndose a que Cristo es centro y poder de la vida nueva en nuestras comunidades, que promueve la libertad genuina, arraigado en la visión de Lutero de vivir en feliz intercambio en que Cristo, como nuestro libertador, mora en nosotros. Quiere decir, que se nos compromete de una manera concreta a interferir en la esclavitud que los seres humanos experimentan en todas sus dimensiones.”32
La liberación de Cristo actúa primero de manera personal y comunitaria en nuestra relación con Dios y las personas; segundo, cuando el Cristo que vive en nosotros escucha y actúa en los problemas oscuros de la sociedad.
Tanto Jon Sobrino como Leonardo Boff presentan argumentos interesantes desde la perspectiva soteriológica que vinculan la conversión con el compromiso de servir a Dios en el mundo .33
Un joven autor, el doctor Leopoldo Sánchez, presenta de manera magistral la actualización luterana sobre la inhabitación del Espíritu y la participación en la vida de Cristo, la espiritualidad, así como críticas a diversas corrientes erróneas sobre el tema. Como una guía metodológica aparece su repaso de Hegel, Feuerbach y Marx, para así presentar la acción liberadora del Espíritu Santo. Una precisión que caracteriza el rigor de este libro es la que reza: “El Bautismo da a todos los creyentes el privilegio de ser llamados hijo o hija de Dios, sin importar su trasfondo cultural, estatus social, o dones en particular. En un sentido amplio, no solo un grupo privilegiado sino todos los miembros del cuerpo son ‘carismáticos’, pues han bebido de un mismo Espíritu en el bautismo y han recibido del mismo los dones”.34 En este planteamiento no queda espacio para la discriminación ni el exclusivismo: es una evidencia de que todos somos criaturas de Dios. Esta es una contribución en contra del sectarismo en el seno de la iglesia.
Este trabajo podría resultar tan interminable co-
mo múltiples son las ideas y aspiraciones de nuestros pueblos. Queda limitado el estudio, por tanto, de estos autores, que no son los únicos que tratan la teología de Lutero y que actualizan su vigencia hoy.
En el ámbito cubano se aprecia desde inicios del siglo XX la organización y funcionamiento del Ministerio Luterano como una extensión del Ministerio del Distrito Sur de la Iglesia Luterana Sínodo de Missouri, que terminara su actuar en la isla en la década de los sesenta. Reorganizada en los ochenta aparece en la escena protestante la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana, y posteriormente, en los noventa, se organiza a partir de esta la Iglesia Evangélica Unida. La existencia de ambas constituye una evidencia de la vigencia de la teología de Lutero en nuestro país en el momento actual.35
Con respecto a la Iglesia Evangélica Unida, vale decir que ha venido desarrollando y contextualizando el pensamiento teológico luterano a partir de la elaboración estrictamente nacional de su Constitución,36 su Código de Ética37 y su Canon.38 Cada sínodo ha servido de espacio para llegar a acuerdos sinodales sobre temas teológicos diversos,39 como práctica para promover la unidad doctrinal de la Iglesia. Por otro lado, desde el Proyecto JOEL, los luteranos cubanos han incidido en el relacionamiento con la sociedad civil cubana con la formulación teológica desde Lutero sobre temas como los valores, la violencia, la ética, la ecología, la discriminación, los dos reinos y la teología de la cruz. JOEL ha producido música gospel y producido, reproducido, aplicado y distribuido múltiples folletos sobre orientación y consejería a diferentes edades y sectores. Hablar de ecumenismo en Cuba implica necesariamente tomar en cuenta la acción por la unidad cristiana de los luteranos, dado su involucramiento en los eventos y actividades de corte ecuménico
Una contribución vital para el luteranismo contemporáneo ha sido la elaboración de las cinco misas cubanas, que preservan órdenes litúrgicos luteranos antiguos o contemporáneos a partir del uso de las células melódicas de la música popular cubana. Martha Romero y el finado Esmérido Betancourt son artífices de esta contribución cultual y cultural, en la que se pone de manifiesto la dimensión contracultural de la teología de la cruz.40
Santiago de Cuba, 9 de octubre del 2012
Notas
1. Libro de concordia (LC), Editorial Concordia, Missouri, 1989, pp. 22-61.
2. Walther von Loewenich: Luther’s Theology of the Cross, Christian Journals Ltd., Augsburgo, 1976, pp. 17-18.
3. Brunero Gherardini: “La theología crucis, chiave ermeneutica per la lettura o lo Studio di M. Lutero”, en La Sapienza della Croce oggi, vol. I, Turín, 1976.
4. Tesis de Heildelberg OML, vol. 1, Ed. Aurora, Buenos Aires, 1967.
5. Libro de concordia… 382.5.
6. Ibid., 383,10 y 14.
7. Martín Lutero: Edición de Weimar (WA), 5,58.17-18.
8. Departamento de Teología y Estudios: Relación entre culto y cultura, Federación Luterana Mundial, 2000.
9. Ariel Jordán Martínez: “Lutero en el pensamiento de José Martí”, trabajo de tesis como graduado del Seminario Concordia en Cuba, 2011.
10. Libro de concordia… 359.4.
11. Hebreos 1,1.
12. Alberto García y Rubén Domínguez: Introducción a la vida y la teología de Martin Lutero. Ed. AETH, Aurora CO, 2008.
13. Anders Nygren: La Epístola a los Romanos, Editorial Concordia, 2010.
14. OML 7, Ed. Aurora, Buenos Aires, 1982, p. 212.
15. Libro de concordia… 652.44-45.
16. Luther’s Works, 26,353. Ed. Concordia, San Luis Missouri y Fortres Press, Filadelfia, 1957-1968.
17. Ibid., 35,52.
18. Alberto García y Rubén Domínguez: op. cit.
19. Walter Altman: “Lutero y liberación: una perspectiva latinoamericana” en Walter Altman: Confrontacion y liberación: una perspectiva latinoamericana sobre Martín Lutero, ISEDET, Buenos Aires, 1987.
20. Gustavo Gutiérrez: Teología de la liberación. Perspectiva, CEP, Lima, 1971.
21. Leonardo Boff: Jesucristo y la liberación del hombre, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1981.
22. Vitor Westhelle: Voces de protesta en América Latina, Escuela Luterana de Teología, Chicago, 2000, pp. 105-28
23. Walter Altman: op. cit.
24. OML I… p.150.
25. Jürgen Moltmann: “The Crucified God Yesterday and Today:1972-2004”, en Jürgen Moltmann y Elisabeth Wendel Moltmann: Passion for God: Theology in Two Voices, Westmister y John Knox Press, 2003, p. 77
26. Alberto García: Cristología, Ed. Concordia, 2006, p. 116.
27. Gustavo Gutiérrez: op. cit., p. 69.
28. OML 8.
29. OML 10
30. Gustavo Gutiérrez: op. cit.
31. Alberto García: op. cit., p. 110.
32. Ibid., pp. 111-112.
33. Leonardo Boff: op. cit., pp. 95-102 y 12-14.
34. Leopoldo Sánchez: Pneumatología, Ed. Concordia, 2005.
35. Ismael Laborde: Desafío para levantar un Ministerio Luterano en Cuba, monografía Impresa por la IUE, 2010.Contiene la historia del luteranismo en Cuba a partir de misioneros de LCMS hasta la organización de la IEU y sus sínodos, incluido el del 2009.