Por estos días, en nuestra iglesia metodista de Jaimanitas estamos enfrascados en un instituto bíblico para líde- res de células de oración y maestros y maestras de la escuela dominical. Hemos preparado varios cursos, entre los que se encuentra una introducción a la teología, la cual me ha tocado impartir.
Con el ánimo de fomentar el diálogo y conocer si los participantes habían escuchado antes la palabra teología –a veces, una mala palabra–, hice la siguiente pregunta: ¿Creen ustedes que sea necesario estudiar teología? En los apuntes que había escrito, llevaba algunas posibles respuestas:
1. El estudio de la teología es el camino habitual para aquella persona que quiera ejercer algún ministerio específico dentro de la Iglesia, o el ministerio ordenado (pastor o pastora).
2. Es una pérdida de tiempo.
3. No es de interés para los cristianos.
4. Sirve a intelectuales que teorizan sobre la fe.
Cuál fue mi sorpresa al ver que todos respondieron que sí era importante. Cuando les pregunté por qué, algunos respondieron que era necesario conocer cómo explicar todas las verdades referentes a Dios a partir de su experiencia de fe. Hablar sobre Dios o estudiar a Dios, según la etimología de la palabra teología, nos hace tomar en cuenta quién es este Dios y cómo le conocemos. Este es, desde las interrogantes planteadas por la fe, el medio histórico en el que vivimos, pensamos y nos movemos los cristianos que hacemos teología. Lo contrario es una teología abstracta, sin pertenencia para nosotros hoy.
Ninguna teología que aspire a ser ciento por ciento au-téntica –y, en nuestro caso, ciento por ciento cubana– se puede hacer con desconocimiento del contexto histórico desde el cual se inicia la reflexión. El punto de partida pa-ra el análisis es la praxis cristiana; o sea, la forma concreta en que se vive la fe, encarnada en un medio histórico tan particular como el que nos ha tocado vivir.
A cada generación aquí representada le ha correspondido vivir un momento histórico especial, y, como tal, ha respondido con fe y mucho valor. Aunque no sufrió martirios ni persecuciones, mi generación sufrió el tener que responder afirmativamente a la pregunta “¿tú eres religioso/a?”, y a partir de ahí soportar todo lo que provoca de-cir la verdad y no negar tu fe.
A mi mente llegan muchas historias personales de momentos en los que tuve que decir “sí, soy cristiana”. Permítanme citar algunos ejemplos. En quinto grado una maestra me hizo la pregunta. Por supuesto, yo levanté mi mano y ella me increpó: “Ven acá chica, y si tu tienes hambre, ¿Dios te manda un plato de comida desde el cielo?” Le respondí que no, pero que me lo haría llegar de alguna manera. En noveno grado un profesor de marxismo me invitó a tener una controversia para ver si él lograba convencerme, o viceversa. Imagínense un aula con dos sillas al frente, un público de treinta alumnos, y un profesor y una alumna que discuten sobre religión y marxismo.
No es mi intención hacer catarsis acerca de los sufrimientos y desventuras de una generación, en la que muchos no pudieron superar lo que padecieron por man- tenerse firmes en su fe y en su iglesia, y en la que muchos corrieron riesgos que los llevaron a perder una carrera universitaria.
¿Qué nos mantuvo firmes en nuestras creencias? El saber que no estábamos solos, que muchos hermanos y hermanas pasaban también por esa misma situación. Nos reuníamos a dialogar y buscar cómo podíamos encarar ese problema y cómo responder a ese momento histórico. Espacios como el Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC) y el Seminario de Matanzas fueron lugares de encuentro, reflexión y afirmación de nuestra fe y de nuestras convicciones revolucionarias.
Aquella fue una época marcada por el compañerismo. Las iglesias se sentían compañeras en el camino, en la misión que les tocaba realizar en ese momento. El participar juntos y juntas en las celebraciones, en los campamentos y los talleres para líderes, impulsó considerable al movimiento ecuménico.
La década de los noventa, marcada por el período especial y por una mejoría en las relaciones entre la Iglesia y el Estado, nos hizo reflexionar de otra forma, concientes de que la teología existe dentro de un contexto que le da una perspectiva concreta y provisional.
La reunión del Comandante en Jefe, Fidel Castro, con líderes cristianos, marcó un momento histórico importante para la Iglesia cubana. En muchos lugares se comenzó a reconocer la labor de los cristianos, que a partir de entonces podrían profesar su fe sin temor a padecer por ello.
El período especial llevó a la Iglesia a emprender nuevas acciones de acompañamiento a nuestro pueblo. La avalancha de personas congregadas en el seno de todas las de- nominaciones hizo que la Iglesia adoptara nuevas formas de trabajo y que proclamara la esperanza y anunciara el “año agradable del Señor”.
Hoy vivimos otra situación histórica, compleja, pero, al igual que en otros momentos, la teología tiene que responder: interpretar los signos de los tiempos a la luz de lo que la Palabra de Dios nos dice, asumir la responsabilidad de revelar a nuestro pueblo el Dios que actúa en los acon-tecimientos humanos, tomar siempre partido a favor de los desprotegidos, los marginados y los humildes. Este Dios que envió a su único Hijo para que habitara junto a nosotros, aquel que se hiciera solidario en nuestros sufrimientos, luchas y esperanzas. Este Jesús que resucitó de entre los muertos y nos conduce de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la injusticia a la justicia.
Retos actuales
1. A lo largo de la historia de la Iglesia se hizo necesario sistematizar la fe cristiana o, al menos, sus puntos esenciales. Considero que se debería sistematizar el quehacer teológico cubano en sus puntos básicos y fundamentales. Esta sistematización tendría como propósito presentar este quehacer como algo ordenado y coherente.
2. La teología debe tener su punto de partida en la pastoral. De lo contrario, se convertiría en un ejercicio académico que no dice nada a la comunidad de creyentes que vive su compromiso de fe en su propio contexto histórico.
3. Si la teología ha de servir con fidelidad a la Palabra de Dios, debe tomar muy en serio su función profética y denunciar aquellas cosas que distorsionan la vida humana y los propósitos del Reino de Dios dentro de la Iglesia o en la sociedad en la que se desarrolla.
4. Comprometámonos a hacer una teología de compromiso de fe y solidaridad con aquel o aquella que camina a nuestro lado; comprometámonos a una praxis cristiana auténtica y a una acción más profunda, porque aquel que comenzó la buena obra la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.