Estimado auditorio, estimados colegas, queridos amigos:
stoy sumamente feliz de poder estar presente aquí en el lanzamiento de la edición cubana de mi biografía sobre Julio Antonio Mella. Siempre he tenido el deseo de devolverles esta biografía a ustedes, los cubanos, porque estoy convencida de que esta figura tan importante para la historia cubana del siglo XX les pertenece. Es una enorme suerte que se haya ahora podido realizar su publicación en español aquí en Cuba.
Quiero darles las gracias a todos los que se han dedicado a llevar adelante ese proyecto. Puedo nombrar aquí sólo a unos pocos: menciono sobre todo a la Editorial Oriente y en especial a su directora, Aida Bahr; a Angelina Rojas, del Instituto de Historia de Cuba; a Fernando Martínez Heredia y a Jorge Luis Acanda, profesor de Filosofía de la Universidad de La Habana que logró hacer una traducción muy elaborada de mi texto en alemán.
Por un sinnúmero de coincidencias –personales y profesionales– me tocó a mí, la alemana, escribir esta nueva biografía de Mella. Primero existía mi interés en la América Latina, que tenía su origen en la Revolución nicaraguense, que triunfó cuando yo era muy joven. La Revolución fue seguida con un interés muy vivo en Alemania. Esa ola de simpatía me permitió conocer a Nicaragua como brigadista en 1987. Y un año después llegué a Cuba traída por el deseo de conocer el país que había influido en aquella revolución centroamericana.
Luego fueron mis estudios universitarios de Historia de la América Latina en Alemania y en la Ciudad de México, que me acercaron más a la historia de Cuba y a Julio Antonio Mella. Por un lado fue la lectura de una biografía sobre Tina Modotti que coincidió con una clase en la universidad sobre la historia de Cuba después de la independencia. En esa clase me tocó escribir un primer esbozo biográfico de aquel joven revolucionario cubano que había sido asesinado en México al lado de Tina Modotti. Eso fue en 1994. Ya en el 2002 –cuando terminé la biografía en alemán para obtener el doctorado– había dedicado mucho tiempo a la investigación de la vida de Mella y a la historia de Cuba.
La investigación me llevó a muchos lugares: a Cuba, por supuesto; a muchos archivos en México; a Moscú, a los archivos de la Internacional Comunista; y también a Miami, donde vive la única hija de Mella, Natasha. Esta posibilidad de poder viajar –gracias a una beca de la fundación alemana Heinrich Böll– y de poder consultar, comparar y analizar distintas fuentes y documentos, produjo el resultado que tienen a la mano ahora: una biografía muy distinta a las que se habían escrito antes. La figura de Mella con la que me encontré en todos estos lugares y que he caracterizado en esta biografía es, al igual que su pensamiento político, multidimensional y rica en facetas, pero también provocadora e incómoda a veces. Presento a un Mella que no brinda respuestas acabadas, sino que estimula a pensar.
Pero, ¿cuáles son esas facetas novedosas en la vida de Mella? Enumero las más importantes. En primer lugar, tengo que subrayar la ventaja que supuso para mí no ser una historiadora cubana. Eso me facilitó acercarme a la vida de Mella con otra perspectiva, sin que me hayan obstaculizado emociones, ideologías o la experiencia de una historia específica. Me ayudó acercarme a Mella con la fascinación y la curiosidad del historiador que quiere desconstruir y reconstruir desinteresadamente y con rigor científico a partir de las fuentes que encuentra. Como historiadora he aplicado la ética máxima de mi profesión, que coincide con un leitmotiv de Julio Antonio Mella que formuló en 1923 en su declaración sobre los deberes y derechos del estudiante: buscar y decir la verdad.
Mi biografía ofrece una nueva interpretación de la vida de Mella. No lo presento como un mito, ni como un héroe y un mártir, y tampoco se trata de una biografía revolucionaria idealizada. Por el contrario, esta es la biografía de un ser humano y un actor político-social con todas sus rupturas y discontinudades. Y son exactamente esas imperfecciones las que hacen su vida tan fascinante, tan irresistible.
Además, presento al hombre en su lugar: su vida, su pensamiento y sus acciones están ubicadas en su contexto político, social, cultural e histórico. Revelo al actor político inserto en el tejido de las relaciones sociales de poder, los grupos sociales, las organizaciones políticas y las instituciones estatales. Todo ello me llevó a realizar una nueva valoración de su significación política, sin silenciar las rupturas.
Mi biografía demuestra también que una de las grandes fascinaciones de Mella es su pensamiento multifacetico: es profundamente cubano, profundamente latinoamericano, pero también profundamente internacional. La interrelación de la multifacética herencia de un pensamiento latinoamericano (Martí, Rodó…) y la tradición de las luchas independistas (su abuelo era Ramón Matías Mella, padre de la patria en la República Dominicana) con las teorías de Marx y Lenin que Mella compartía, produjo una mezcla explosiva: hizo de él una persona imprevisible para contrincantes y enemigos políticos y también para quienes militaban en sus mismas filas. Mella no sólo era un nacionalista latinoamericano, sino también un comunista no ortodoxo.
En el terreno político Mella siempre fue una figura heterodoxa. Las disparidades que se encuentran en su trayectoria política se debieron, sobre todo, a sus permanentes conflictos con las organizaciones comunistas. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba en 1925, y sin duda una de las personas políticamente más avanzadas de aquel grupo. Sólo cuatro meses después fue expulsado de sus filas como resultado de un juicio interno por indisciplina e insubordinación.
El juicio completo está documentado textualmente al final del libro. Aunque su expulsión fue temporal y reingresó después al partido hermano mexicano, sus dificultades con las organizaciones comunistas continuaron hasta su muerte.
Sin embargo, su relación con el comunismo no estuvo en modo alguno marcada solamente por la disidencia, sino también por una fascinación y una esperanza muy grandes en la transformación social: hasta su último aliento defendió abiertamente los principios del comunismo y de la Internacional Comunista. Pero Mella fue la antípoda del burócrata, del acatador de órdenes, del apparatschik. Se empeñó en la búsqueda de una concepción revolucionaria que proporcionara una orientación ante las realidades sociales, culturales, políticas y económicas de la América Latina.
Mella tenía también constantes conflictos con su familia y con instituciones sociales como la escuela y la universidad. Era el “ángel rebelde” que combatía contra todo aquello que lo constriñera o lo obligara a conducir su actividad según principios que no fueran los suyos. A la edad de veintidós años, después de su expulsión de la Universidad de La Habana, cuya reforma había naufragado, se definió a sí mismo como un “hereje”.
La figura de Mella es tan fascinante porque fue capaz de pensar y actuar más allá de sus fronteras nacionales. Ello se debió al hecho de que creció en el seno de dos contextos culturales distintos: el cubano y el norteamericano. Su padre era Don Nicanor Mella, dominicano de origen, sastre que poseía un negocio floreciente frecuentado por la clase alta en la calle Obispo y una sucursal en Nueva York. Fue allí donde conoció a la madre de Mella, Cecilia McPartland, una joven de veintiún años de origen irlandes que había ido a vivir en los Estados Unidos a finales del siglo XIX y se convirtió en su amante. La lengua materna de Mella era el inglés, pues su madre no dominaba al español. Durante buena parte de su infancia y su juventud vivió en los Estados Unidos: durante su juventud su identidad oscilaba entre esos dos rumbos.
Pero fue así también que llegó –como Martí– a conocer a los Estados Unidos “desde adentro”, y ese conocimiento le ayudó a analizar el fenómeno del imperialismo. Su dominio del inglés le sirvió después para leer textos de Marx y Lenin que en su mayoría no habían sido traducidos al español. Es muy probable que él mismo hiciera algunas traducciones.
El inglés y su conocimiento de otras culturas y contextos también le sirvieron para moverse en las filas de la Internacional Comunista. Le sirvieron durante su viaje a Europa en 1927, donde asistió en Bruselas al Primer Congreso Mundial contra el Imperialismo y la Opresión Colonial. Le sirvieron durante su estancia en Moscú para participar en los medios de la Internacional Comunista y la Internacional Sindical Roja. También le ayudaron a organizar la Asociación Nacional de Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC).
El ambicioso proyecto polícito de la ANERC, cuyo propósito era lograr el derrocamiento del régimen de Machado por la vía de las armas, es –en mi opinión– su proyecto más maduro políticamente y conserva su trascendencia en la historia contemporánea y en la actualidad. Por eso, como un último punto, quisiera caracterizar brevemente la ANERC.
Inspirado por la lucha de Sandino en Nicaragua, Mella quería abrir en Cuba otro frente de combate contra el imperialismo. Su plan era que un grupo de hombres armados cruzara el Golfo de México y llegara a Cuba. Para esto fundó la ANERC, que era una alianza transclasista para llevar a cabo una revolución con objetivos nacionales, democráticos y socialistas. Apoyándose en las concepciones de las ligas antimperialistas, Mella llamaba a todas las fuerzas nacionalistas, revolucionarias, democráticas y antimachadistas a unirse a la ANERC. La ANERC estaba contra “la venta de la riqueza nacional al capitalismo extranjero”, la discriminación racial y la discriminación social y política de las mujeres. Formulaba así una nueva definición de la nación cubana: a ella debían pertenecer expresamente también los cubanos con antepasados africanos y las mujeres.
El programa de la ANERC era extraordinario para su época: exigía una reforma agraria y la entrega de tierras a campesinos pobres, además de la jornada laboral de ocho horas, salario mínimo, derecho a la huelga, libertad de organización para los trabajadores en la ciudad y el campo. Y estaba a favor de una organización del Estado sobre la base de principios democráticos: la libertad de organización y de reunión, de palabra y de prensa, así como la eliminación de la pena de muerte.