Navegar por las aguas ecuménicas: tiempo inestable, el barco firme

Magali do Nascimento Cunha

La oportunidad de reflexionar sobre la coyuntura eclesial y ecuménica latinoamericana, a partir de la memoria de los ochenta años del Congreso Evangélico de La Habana es muy significativa. ¿Cuántos momentos vividos? ¿Cuántos cambios? ¿Cuántos nuevos escenarios?
Es innegable la contribución de los esfuerzos a favor de la cooperación llevados a cabo por misioneros en nuestro continente para construir la historia del movimiento ecuménico latinoamericano en el siglo XX. Ellos hicieron posible la articulación de demandas de la unidad en la misión y de la unidad con respecto a los desafíos sociales, y también el surgimiento de conferencias evangélicas extraordinarias, movimientos de jóvenes cristianos, educadores cristianos, consejos de iglesias… ¡Es una historia que merece ser recordada y celebrada siempre!
La temática política del nacionalismo y de la dimensión cultural como elementos importantes para la construcción de una presencia eclesial relevante en el continente, la reflexión en torno a una teología latinoamericana, las acciones en pro de los derechos humanos, el proyecto de educación popular ecuménica, estas y otras tantas dimensiones, son parte de una rica historia de casi un siglo de esfuerzos de unidad entre los cristianos acá en estas tierras. Esa memoria nos ayuda a afirmar que es posible encontrar unidad en el diálogo teológico y también en las acciones misioneras solidarias/en cooperación.
Estas significativas y estimulantes expresiones concretas de unidad que han dado destaque y sentido al movimiento ecuménico en nuestro continente y en el mundo, sin embargo, no ocultan la existencia de tensiones y situaciones de conflicto que también son señales de la historia.

Crisis e incertidumbre

Desde el inicio, las tensiones con la Iglesia Católica Romana han marcado el movimiento ecuménico en el continente. Las reacciones de líderes católicos a la presencia protestante en la América Latina, los boicots y persecuciones, en ocasiones con apoyo de gobiernos, generaron acciones y posturas vengativas y sentimientos de rencor en muchos líderes protestantes. Las posturas misioneras que estimulaban la unidad protestante para hacer frente a la presencia católica hegemónica en el continente intensificaron una posición anticatólica que se mantiene hasta el día de hoy.
Es cierto que ha habido cambios provocados por la historia, como la apertura de la Iglesia Católica a las perspectivas de unidad cristiana y al movimiento ecuménico en curso en los años sesenta, con Vaticano II, y en la América Latina con las conferencias de Medellín y Puebla. Antes, una reunión de la Federación Mundial del Movimiento Estudiantil Cristiano (FUMEC) celebrada en Bolivia en 1955 ya predicaba que las relaciones ecuménicas en la América Latina debían incluir a la Iglesia Católica. La experiencia de Iglesia y Sociedad en la América Latina (ISAL) también demostró que era posible que protestantes y católicos dialogaran y actuaran juntos.
Aun así, hay que admitir que, entre nosotros los latinoamericanos, estas posturas de superación del sentimiento anticatólico y de afirmación de la concreción del espíritu ecuménico siempre fueron minoritarias. ISAL, por ejemplo, intentó impulsar una renovación de las iglesias y fue el pilar ecuménico de lo que pasó a llamarse Teología de la Liberación, que es una de las marcas distintivas de nuestro continente en el escenario eclesial y ecuménico mundial. No obstante, la mayoría de las iglesias asumieron una posición de crítica y rechazo a las acciones de ISAL. Lo mismo se aprecia en términos de la adhesión a los consejos nacionales, latinoamericano y mundial de iglesias. Es muy pequeña la presencia oficial, si se considera el alto número de iglesias y asociaciones cristianas del continente. El hecho es que ya desde los primeros esfuerzos en pro de la unidad, una mayoría cristiana entiende que el movimiento ecuménico constituye un peligro y una amenaza para las iglesias y los grupos cristianos, y que el catolicismo debe ser evitado y combatido.
Es importante destacar aquí que no podemos examinar estos elementos con una mirada ingenua que no incluya las dimensiones políticas e ideológicas que implica el movimiento ecuménico. El ecumenismo en la América Latina se reveló como un elemento promotor de cambios, muchas veces como un agente de transformaciones sociales y renovación de las iglesias en los campos teológico, pastoral y litúrgico. El conservadurismo político-social adicionado a lo teológico-pastoral-litúrgico, que cierra posibilidades de cambio y niega la presencia transformadora de las iglesias en el espacio público, ciertamente ha sido un hecho decisivo en el rechazo al movimiento ecuménico y sus expresiones.
Es un hecho también que muchas de estas posturas negativas se deben al poco acceso a la información adecuada sobre el ecumenismo y a una carencia de formación para la unidad como parte de los procesos de educación cristiana de las iglesias. Hay mucha desinformación y muchos prejuicios. Muchas veces se habla contra el ecumenismo y el movimiento ecuménico sin saber exactamente de qué se está hablando. Por otro lado, quienes abrazan el movimiento no parecen haber encontrado una forma pedagógica de comunicación que sea eficaz y formativa. El gran fenómeno eclesial de nuestro continente –el crecimiento de las iglesias pentecostales– es distintivo de nuestro contexto religioso, pero no cambió este cuadro.
No obstante, tenemos también que reconocer que buena parte de estas crisis y incertidumbres se ubican en el campo eclesiástico, dada la fuerza de las jerarquías y el clericalismo que marca la vida de las comunidades cristianas latinoamericanas, posiblemente a causa de la cultura patriarcal y paternalista presente entre nosotros. Volveremos a esto más adelante.
Por eso es posible encontrar posturas bastante diferentes en el seno del pueblo común, en las experiencias de lo cotidiano, en que las tensiones confesionales y las divisiones clásicas se superan sin planeamientos y estructuras, en las luchas por la vida y por la conquista de derechos. Las experiencias de acciones comunes entre cristianos latinoamericanos, resultantes de necesidades comunitarias son una realidad, como momentos de deseo de estar juntos, aparte de las formalizaciones institucionales, para la oración y el estudio común de la Palabra. Las experiencias de evangélicos y católico-romanos en las comunidades eclesiales de base son un ejemplo. Algunos de nosotros llamamos a estas experiencias ecumenismo de base. Existen y son un hecho en la América Latina.
Ellas son un signo de resistencia y esperanza en una coyuntura eclesial y eclesiástica que resulta desfavorable a la práctica ecuménica en nuestras tierras, dado que, de modo general, en el contexto actual de las iglesias en la América Latina se ha producido la asimilación de una nueva orden religiosa: la religión del mercado. Sus características fundamentales son la búsqueda de resultados mensurables por parte de los dirigentes (crecimiento numérico y del patrimonio); la búsqueda de visibilidad en el ámbito social (ocupación de cargos públicos y presencia en los medios de comunicación); la predicación de una religión intimista, marcada por la búsqueda de respuestas a los problemas prácticos inmediatos, la valorización del consumo y la búsqueda del ascenso social como prueba de las bendiciones de Dios en la vida de los creyentes. No estoy hablando de los grupos llamados neopentecostales, como hacen muchos analistas cuando tratan de estas formas teológicas y pastorales. Me refiero a una buena parte de las iglesias de nuestro continente, incluso la Católica Romana, que ha asimilado estas dimensiones en sus discursos y prácticas.
Hay un hecho concreto en la realidad de las iglesias como resultado de este proceso: el creciente número de evangélicos, en especial pentecostales y miembros de movimientos de avivamiento y renovación carismáticos, y la consecuente comprensión de una amenaza a la hegemonía del catolicismo, a pesar de un cierto fortalecimiento de su expresión religiosa.
Esta religión del mercado se manifiesta en formas de culto que basan sus discursos en promesas de prosperidad y victoria sobre las dificultades de la vida, sumado a la asignación de un espacio privilegiado para la música (denominada gospel), que trae con fuerza los elementos lúdicos, de diversión y de espectáculo al momento religioso.
Y además, esta pastoral se ve reforzada actualmente por la perspectiva de trabajar con las “misiones” con sus diferentes formas de fragmentación (“transversal”, “nacional”, “indígena”, etc.). Esta actitud hace aún más fuerte la desconexión con la forma de ser y de vivir de la población y sus necesidades: lo que importa es el crecimiento numérico. Y aquí tocamos en un punto delicado: con esta configuración de crecimiento a toda costa emergen con fuerza nuevas formas de proselitismo religioso, un reavivamiento del anticatolicismo y una negativa a toda propuesta de diálogo interreligioso, lo que torna la dimensión ecuménica entre las iglesias aún más frágil.
En este contexto de visibilidad evangélica a alcanzar y consolidar en el continente se ubican las acciones sociales. Los gobiernos y las empresas, en respuesta al modelo político-económico dominante, el capitalismo global, organizan programas sociales para paliar los efectos de la exclusión (las “fundaciones”, las “organizaciones de caridad”, los “proyectos comunitarios”), que no buscan una superación coherente y seria de las causas y las estructuras. Del mismo modo, muchas iglesias han invertido en un trabajo social carente de análisis crítico en relación con el funcionamiento de la sociedad, que se convierte en una mera fuente de evangelismo o de marketing institucional.
Como resultado de todo lo anterior, los evangélicos ganan confianza y empiezan a sentir que pueden ser una presencia significativa en la sociedad. La prueba son las estadísticas de crecimiento de algunas iglesias, la creciente presencia en los medios de comunicación (televisión y radio, columnas religiosas de revistas y periódicos, sitios electrónicos, ampliación del mercado editorial) y la cada vez más nutrida actuación de los políticos evangélicos.
Esta descripción no significa que exista una situación monolítica en el escenario cristiano de nuestro continente. Hay otras perspectivas que caminan por la senda de un testimonio evangélico más comunitario y contextualizado. Pero este parece ser el cuadro teológico-pastoral hegemónico.

Ecuaciones por desactivar

Estas reflexiones que comparto requieren la desactivación de algunas ecuaciones que a menudo encuadran la reflexión sobre la coyuntura ecuménica. Una de ellas es la ecuación “movimiento ecuménico = asociación de Iglesias” (muchas veces sinónimo del Consejo Mundial de Iglesias/CMI). Si enfatizamos que el movimiento ecuménico, tal como dice el término, es un movimiento integrado por una variedad de expresiones y vocaciones que buscan la unidad, y que fueron los grupos de laicos, misioneros, pastores, teólogos, hombres y mujeres dedicados a la promoción de la unidad, quienes, junto a un grupo de familias religiosas unidas entre sí y con los demás, plantó las semillas de este movimiento, logramos superar esta ecuación.
El movimiento ecuménico tiene en las iglesias a una de sus principales fuerzas, y en el CMI a su expresión más significativa e importante, pero ha consolidado su dinámica con independencia del apoyo o la oposición, de la separación o la adhesión de las iglesias. La historia lo confirma.
En la América Latina, el movimiento ecuménico ha vivido momentos muy ricos con la realización de conferencias evangélicas (CELAS), la creación de ISAL con su publicación Cristianismo y Sociedad, el movimiento juvenil, las diversas asociaciones y sus extensiones, especialmente en los años cincuenta. A partir de los golpes militares en varios Estados del continente y el consiguiente período de represión, a lo que se sumó la sumisión explícita o implícita de algunos líderes de iglesias a las dictaduras militares, fuera mediante el apoyo directo o el silencio y la omisión, el movimiento ecuménico vivió días difíciles hasta los años ochenta. Ese momento ha sido superado en los últimos treinta años, y el movimiento sobrevivió gracias a los esfuerzos de personas dedicadas que se sumaron, aunque de manera subversiva, a la tarea de mantener el principio y los ideales en organizaciones que se formaron desafiando a las iglesias. Ello fue asimilado por algunas, que luego se rearticularon en consejos y asociaciones locales y posteriormente en el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), cierto que, como ya mencioné, no con la fuerza original, dado que heredaba los efectos de la represión política y eclesiástica.
Estas ideas surgen cada vez que reflexiono sobre la coyuntura del movimiento ecuménico. Si nos detenemos en la situación de las iglesias y en sus posiciones, actitudes y decisiones, identificaremos mucho de crisis y frustración. En Brasil, la retirada de la Iglesia Metodista en el año 2006 del Consejo Nacional de Iglesias Cristianas y de otros órganos en los que participa la Iglesia Católica Romana ha hecho aún más frágil la perspectiva ecuménica y más visibles los límites de la adhesión de las iglesias brasileñas a estas y otras organizaciones ecuménicas, situación que se repite en otros de nuestros países de la América Latina. También en Brasil está el caso de la Iglesia Presbiteriana que, cerrada a cualquier articulación nacional, aún respiraba el aliento de la unidad mediante su participación en la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, pero que se retiró de ella en el 2006, promulgando un absoluto autoaislamiento. Aquí en Cuba se dan las tensiones entre la Iglesia Metodista y el Seminario Teológico de Matanzas. En México, la Iglesia Metodista se retiró del Consejo Mundial de Iglesias…, entre otras historias de tensiones y conflictos.
Respecto a los católico-romanos, tenemos la reciente declaración Dominus Iesus del Vaticano, que evoca la supremacía de la Iglesia Católica Romana frente a otras iglesias cristianas. Esto, junto a otras posiciones romanas que indican retroceso, como la comprensión de la liturgia y su forma de comunicación, en particular el latín, sin duda cierra muchas vías de diálogo e interacción.
Atar el movimiento ecuménico a las iglesias y al mundo eclesiástico es atarlo a estas y muchas otras posiciones que, cuando no niegan el principio de unidad inserto en el proyecto de Dios para su creación, lo relativizan y cambian para dar paso a sus propios proyectos institucionales eclesiásticos, alrededor de los cuales gira siempre una cuestión fundamental: el poder y sus polémicas.

¿Es posible tener esperanza?

Un elemento positivo en este contexto, logrado en la Novena Asamblea del CMI, celebrada en Porto Alegre en el 2006, fue el desafío a las iglesias y a otros participantes en dos aspectos: (1) el programa “Conversaciones ecuménicas”, encaminado a abrir un camino para el futuro del CMI y del movimiento ecuménico: la búsqueda de la reflexión y la práctica en torno a los cambios en el contexto eclesial y ecuménico; (2) la experiencia del mutirão.
El diálogo ecuménico “Cambios en el contexto eclesial y ecuménico” trajo a colación las cuestiones emergentes de las nuevas formas de ecumenismo y los desafíos en el camino de la unidad, en otras palabras, la búsqueda de una respuesta ecuménica para hoy. Estos dos temas se unirán con otra reflexión titulada “La reconfiguración del movimiento ecuménico”. Ya no se puede seguir entendiendo el movimiento ecuménico como una unidad de las estructuras, sino más bien como un mosaico con muchos organismos, miembros y ministerios especializados. Las iglesias, protagonistas en el pasado, ahora comparten el escenario con muchos otros actores. Uno de los plenarios logró, a fin de entender este proceso, una metáfora: la de una coreografía ecuménica en la que muchos participan, cada uno con un paso, una expresión distinta, pero todos “bailando” la misma canción (el proyecto de Dios) en armonía. El CMI es, de hecho, como los otros consejos de iglesias, uno de los muchos elementos de este contexto complejo, destinado a garantizar la coherencia en el movimiento como un todo, porque trae consigo el legado articulador de los movimientos que se originaron en el proceso ecuménico.
El movimiento ecuménico institucionalizado ha procedido a reconocer a duras penas –es cierto que en medio de muchas tramas políticas y financieras– que su futuro solamente será prometedor si es fiel a su vocación de articulador de los movimientos, construidos a partir de sus raíces. La Asamblea de Porto Alegre ya anunciaba en el “diálogo ecuménico” que si el movimiento ecuménico se rinde a las trampas de la institucionalización, los organismos estarán condenados a la extinción, o por lo menos a un estado vegetativo.
El segundo momento destacado aquí, el mutirão, confirma esta observación. Eran cientos de proyectos, organizaciones, grupos eclesiásticos y no eclesiásticos que asistieron para compartir sus acciones, visibilizando el mosaico de cuerpos y miembros. La educación, el género, la teología, el medio ambiente, la superación de la violencia, la juventud, la salud, los derechos humanos…, resulta difícil enumerar en pocas palabras todos los temas y motivaciones para la acción y la reflexión compartidos por gente de más de un centenar de países, de diferentes sexos, edades, etnias, culturas, confesiones de fe. Fue estimulante y contagiante experimentar tanta vitalidad. Sí: el movimiento ecuménico es mucho más grande que las iglesias. ¡Por eso hay esperanza!
Con ello no quiero decir que no debemos seguir desafiando a las iglesias al compromiso y a la conversión. Como metodista, espero seguir trabajando para que los dirigentes de mi comunidad de fe rehagan el camino de muros y barreras que han construido, es decir, que abandonen los proyectos de poder institucional en nombre del proyecto mayor de Dios, en el cual las palabras claves son diálogo y compartir y no polémica y rencor. Esto es conversión, metanoia, siempre en la pauta del caminar cristiano. Creo que lo mismo deben estar haciendo otros metodistas, presbiterianos, católicos, pentecostales… Y como lo hacen personas de todo el mundo, podemos decir que hay esperanza.
La historia reafirma lo que siempre nos ha enseñado: el movimiento es movimiento, y el barco ecuménico, por más que sufra a manos de algunos que quieren apropiarse del timón o agitar el agua para hundirlo, sigue navegando por corrientes cada vez más fuertes, pues, como canta el poeta brasileño:1

Yo no soy quien me navega
Quien me navega es el mar.
El timón de mi vida es Dios quien lo hace gobernar.
Y cuando alguien me pregunta
¿Cómo nadar?
Explico que no soy yo quien me navega
Quien me navega es el mar

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Notas:

1 Timoneiro, de Paulinho de Viola (N. de los E.)

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