Palabras de Frei Betto

Frei Betto

Primero quiero agradecerle al reverendo Suárez sus bellas palabras de presentación. Son las palabras de un hermano muy querido con quien tengo contacto desde la primera vez que vine a este país en los años ochenta. Le agradezco también a Sonia y a todo el equipo de la Editorial de Ciencias Sociales que haya publicado aquí de nuevo una obra mía, esta vez escrita fraternalmente con mi querido hermano Marcelo Barros, un monje benedictino de la Teología de la Liberación que también ha venido a Cuba en varias ocasiones y me pidió que les transmitiera su abrazo a todos los amigos y amigas, y que les dijera que lamenta no haber podido venir por encontrarse enfermo. Agradezco también a todos los amigos cubanos, a los organizadores de la Feria, a Zuleica Romay, a todos los que se han esforzado por promover una vez más esta importante y bellísima Feria del Libro.
He estado ya en cinco o seis ferias del libro en Cuba, pero me sigue impresionando mucho. En la Feria de Brasil no hay ese gesto solidario de ustedes, que consagran cada año la Feria a un país como va a ser el próximo año a nuestro hermano país de Angola. Este año ha sido muy importante que la dedicaran a los países del Caribe, porque los latinoamericanos hemos estado de espaldas al Caribe durante siglos. Hemos estado más cerca de los Estados Unidos y Europa que de los países del Caribe que están aquí al lado. Hasta los años setenta, Brasil estuvo de espaldas a la América Latina y muy cerca de Europa y de los Estados Unidos. Ahora no, en los años setenta, con la literatura de García Márquez y la Revolución sandinista se comenzó una latinoamericanización de Brasil . Ahora estamos cada vez más cerca y comprendemos mejor el español que ustedes el portugués. Yo hablo portuñol en Brasil y españés cuando vengo a Cuba, para hacerme entender.
Este es un libro para el que hace falta entender mi trayectoria literaria personal. Escribí mi primer libro en 1963, cuando tenía diecinueve años. Fue publicado años más tarde en mimeógrafo, y se llamaba Sinfonía universal. La cosmovisión de Teilhard de Chardin. Theilard De Chardin era una cura jesuita que vivió más de veinte años como científico en China. Era un gran teólogo y paleontólogo, un hombre de una cultura vastísima que hizo una obra monumental que nunca se publicó en vida de él. Murió solo, en Nueva York, en 1955, un domingo de Pascua. Asistió solo una sola persona a su funeral. ¿Y eso por qué? Porque como tenía un pensamiento muy avanzado y una visión fantástica de la evolución del universo, la Iglesia Católica no lo aceptaba. No llegó a condenarlo, pero lo censuró, lo hizo callarse, lo mandó cada vez más lejos, a China. Pero ese hombre nos enseñó una cosa muy importante a nosotros los que escribimos: lo más importante no es publicar, lo más importante es escribir. Theilard de Chardin tuvo la inteligencia de no dar su obra a la Iglesia, sino a sus amigos de Bélgica. Entonces, inmediatamente después de su muerte, en los años sesenta, se convirtió en un best seller en todo el mundo, sobre todo su libro El fenómeno humano.
Como su obra estaba en moda en Brasil, y como yo vivía en Río de Janeiro, hacía periodismo en la universidad y no tenía dinero, traté con un amigo belga de hacer una versión más popular, en mimeógrafo, del pensamiento de Theilard de Chardin. Veinte años después, mi agente literario lo descubrió y se publicó en Brasil. Así titulé mi primer libro, Sinfonía universal, y quedé fascinado con la visión holística de Theilard, con su idea de que el universo es el vientre de Dios. Así como nosotros hemos venido del vientre de nuestras madres, un día ese vientre de Dios va a llevarnos al paraíso, a lo trascendente, al misterio. Y todo eso pensado con una articulación muy bien hecha entre los tres niveles de la naturaleza: mineral, vegetal, animal.
La iglesia ya hizo una autocrítica oficial y pública y acepta a Theilard de Chardin, quien tuvo mucha influencia en el Concilio Vaticano II, entre los seminaristas. El papa Juan Pablo II fue quien lo rescató —vamos a decir así—, y la Iglesia suspendió la censura que le había impuesto. La Iglesia Católica siempre llega tarde a esas cosas: llegó tarde a perdonar a Darwin, a Galileo… Siempre llega tarde, pero llega. Lástima que no llegue contemporáneamente.
Entonces, ese fue mi primer trabajo en la línea de la evolución de la naturaleza. Más tarde estuve cuatro años en la cárcel durante la dictadura militar brasileña del 69 al 73. Después de estar dos años entre los prisioneros políticos, me llevaron a convivir con presos comunes en la misma penitenciaría y con un régimen igual al de ellos. Éramos seis presos políticos con cuatrocientos presos comunes. Debo decir que al inicio yo tenía mucho miedo, pero nos salvó nuestra fama de terroristas, porque ellos nos tenían más miedo que nosotros a ellos, y me miraban como a un nuevo Al Capone.
Ahí decidimos organizar clases para esos prisioneros comunes, porque tenían mucho tiempo de ocio. Todo el mundo sabe cómo es la vida en la cárcel común: mucha ociosidad, mucha promiscuidad, mucha violencia. Decidimos entonces organizar una
clase con reconocimiento oficial, porque a fin del año venían los profesores de la ciudad y los examinaban, de modo que hacían la secundaria en la cárcel. Las clases eran en la noche. Hicimos dos grupos con los cuatrocientos ochenta prisioneros, pero llegó el momento de dividirnos el currículo entre nosotros seis, y ya se sabe cómo son los presos políticos: es difícil encontrar un preso político científico o ingeniero. Es fácil encontrar entre ellos gente de letras, de derecho, de especialidades humanísticas, pero gente del mundo científico es difícil.
Entonces, nadie quería impartir las clases de Física, Química y Biología, y me tocaron a mi, que no sabía nada de eso, esas tres disciplinas. Como las clases eran por la noche, me pasaba toda la mañana y toda la tarde aprendiendo lo que tenía que enseñar en la noche, y me encanté con las tres disciplinas, me encanté. De esa experiencia nació el libro que ustedes conocen, La obra del artista. Una visión holística del Universo, al que el comandante Fidel acaba de hacerle propaganda en su encuentro con los intelectuales. Ese libro, decía, fue resultado de las clases con los prisioneros comunes, aunque no lo produje ahí, lo produje después.
Ahora Marcelo y yo hemos escrito este libro, El amor fecunda el Universo. En portugués tiene un subtítulo: “Ecología y espiritualidad” ¿Por qué lo escribimos? Primero por una preocupación: la izquierda, lamentablemente, ha llegado tarde al tema de la ecología. La izquierda es el genio del prejuicio. Así como la Iglesia Católica llega tarde al reconocimiento de las ciencias, la izquierda llega tarde a todo aquello que no está en la obra de Marx , de Engels y de Lenin. Es como si tuviera la “uniciencia” para abordar temas que solamente el futuro va a poner en el orden del día.
En segundo término, por un brasileño llamado Chico Mendes, que fue asesinado por su defensa de la naturaleza. Él fue quien dijo que en la ecología lo central es el ser humano, porque todo lo que le pasa a la naturaleza le pasa al ser humano, y todo lo que le sucede al ser humano tiene su reflejo en la naturaleza. Entonces, no se puede hablar solamente de los peces, del Ártico, de los monos de África o no sé qué cosa. No: la ecología tiene que tener una relación con el ser humano; nosotros somos naturaleza en su expresión inteligente. Ello, por cierto, no quiere decir que seamos los únicos seres inteligentes, porque yo, para encontrar el camino de La Habana hasta La Cabaña, tengo que hacer muchas preguntas en la calle, a pesar de haber venido otras veces. Una abeja, sin embargo, viaja cinco kilómetros, encuentra su florecita, vuelve a su colmena, hace una danza y todas sus compañeras van, sin hacerle una pregunta, directamente a la florecita. Por eso digo que el discurso de que somos los seres más inteligentes de la naturaleza se debe a que jamás les preguntamos a las abejas, a los perros y a otros animales qué piensan ellos. Porque yo estoy convencido de que los gatos dicen: “Nosotros somos los seres más inteligentes de la naturaleza, porque sabemos saltar, somos capaces de caminar en la sala entre varios objetos de cristal y no hacer ningún daño”. En fin, hay que tener mucho cuidado con el discurso antropocéntrico.
Pero nosotros somos los únicos seres que interactuamos directamente con la naturaleza. Los demás son programados. Los animales actúan siempre a partir de su atavismo ontológico, pero nosotros somos creativos. Y con nuestra actividad, debido a nuestra ambición, a nuestro afán de amasar riquezas, de tener poder, de apropiarnos de la naturaleza, hemos destrozado a esa misma naturaleza. En los últimos doscientos años hemos destrozado el 30% de la capacidad de autorregeneración de la tierra. Si yo tengo una herida en este dedo, dentro de dos o tres semanas ya va a estar curada. Pero si me corto este dedo, a menos que rápidamente me haga un reimplante, no me nacerá otro dedo. Exactamente es eso lo que hemos hecho con la Tierra. O se produce una intervención humana o nos encaminamos al Apocalipsis.
Posiblemente, este mundo terminará mucho antes de lo previsto por la naturaleza. Todo tiene principio, medio y fin. Todos los seres humanos tenemos dos características insuperables: defecto de fabricación y plazo de calidad. Eso es universal, por eso es bueno autocriticarse de vez en cuando. La espiritualidad, entonces, ha sido el primer factor que nos ha indicado que la naturaleza no es un objeto, sino un sujeto. Es nuestra madre, porque de ahí venimos, y una madre con la que tenemos una relación permanente, porque ahora, aquí, en este momento, cada uno de nosotros está aspirando oxígeno que ha sido producido por las plantas y el plancton marino, y como un beso en la boca de la naturaleza, devolviendo gas carbónico. Eso es permanente, no puede cesar. Y dentro de poco nos vamos a sentar a la mesa sobre la que habrá una ensalada, maíz, arroz, frijoles, pescado o pollo, y todo ello proviene de la naturaleza, para alimentar a nuestra naturaleza.
Pero ocurre que los capitalistas y sus antecesores decidieron explotar a la naturaleza, y lograron que tuviéramos una visión de sujeto-objeto con respecto a ella. O sea, hay que sacar el máximo de provecho y ganancias de la naturaleza, no importan las generaciones futuras. No había ninguna conciencia de sostenibilidad. Si tú miras un niño aquí en La Habana, un niño de dos años y un perro, verás que el niño mete la mano en la boca del perro, monta al perro como un caballito, agarra el rabo del perro y lo sacude y no pasa nada. Pero ve tú a hacer lo mismo. ¿Por qué esa diferencia? Porque hasta los tres o los cuatro años, la relación de las personas con los animales es de sujeto a sujeto. El perro sabe que el niño no tiene con él una relación sujeto-objeto, y por eso no pasa nada.
No sé si se enteraron del caso de los ingleses que criaron un león en su casa. Se trata de dos ingleses que tomaron un león muy pequeñito y lo criaron como un perro en la casa, pero después creció y lo mandaron a África del Sur. Años después, uno de los ingleses fue a visitar su león, que estaba con otros leones y leonas y —es impresionante ese video— el león llega, le pone las patas en los hombros y empieza a lamerle la cara, como un perrito. Los demás leones se acercan en pose ofensiva, y su león se mueve como quien dice: “No , a este no se le puede tocar, este es mi amigo”. Ahora bien, ¿dónde pasa esto en la edad adulta? Solamente en las tribus indígenas que no se mezclaron con los bárbaros blancos colonialistas. Los indígenas logran tener una relación de reciprocidad con la naturaleza, que nosotros hemos perdido, y que después de los tres o cuatro años de edad nos resulta imposible tener, a menos que se viva en la selva.
Todas las tradiciones religiosas, entre ellas la Biblia, tienen a la naturaleza como algo sagrado. La gente que vive en el campo respeta el ritmo al que vive la naturaleza, sabe que la naturaleza tiene su tiempo, sus procedimientos, sus maneras. No se incomodan con la lluvia o la sequía. Se pueden preocupar, pero saben que hay una relación de cooperación entre el ser humano y la naturaleza.
Nosotros hemos perdido eso: hemos perdido un respeto mínimo a esa naturaleza y a sus recursos naturales. Hemos promovido un crecimiento al que no podemos llamar desarrollo: el crecimiento del producto interno bruto de los países, que beneficia a una minoría de la población. Nunca hemos hablado de desarrollo sostenible, porque nunca hemos pensado que el despilfarro de agua, de energía eléctrica, la producción de determinadas fuentes de energía se iban agotar.
Quiero terminar diciendo dos cosas. Primero, este es un libro de contemplación y acción hacia la naturaleza. Es un libro que nos ayuda a entender el proceso intrínseco de la naturaleza y nuestra responsabilidad actual con un futuro sostenible. Segundo, del 20 al 22 de junio de este año se va a celebrar un importante evento en Brasil, que es Río+20. Río+20 es una convocatoria de la ONU a la que asistirán muchos jefes de Estado. En paralelo a Río+20 se va a celebrar la Cumbre de los Pueblos. Es muy importante que nosotros desde ahora nos preparemos para valorar Río+20. ¿Por qué? Porque los jefes de estado del G8 cada vez tienen menos interés en el tema de la preservación ambiental. Copenhague fue un fracaso total. Obama pasó por ahí porque tenía que recoger en Oslo su Premio Nobel de la Paz, que indignó a Pérez Esquivel, que está aquí en La Habana, porque Obama tenía dos guerras a sus espaldas. ¡Cómo se puede dar un Premio Nobel de la paz a un guerrero de estos! Lo cierto es que cada vez son menos los países metropolitanos que se comprometen con la preservación ambiental. Entonces, tenemos que hacer un esfuerzo para que lleguen a Río de Janeiro al menos todos los jefes de Estado de la América Latina y el Caribe, y movimientos sociales, para impugnar con fuerza la propuesta de la ONU, que se llama Economía Verde. Esa propuesta es una ofensa a nuestra conciencia ecológica, porque consis-
te en ir creando condiciones para que las transnacionales de los alimentos, las transnacionales que explotan la naturaleza, puedan enriquecerse cada vez más, y en ningún momento el documento de la ONU toca el tema de la desigualdad social. Y ese es un punto central, porque no hay otra manera de poner fin a la desigualdad social que crear un nuevo modelo de sociedad que incorpore el tema de la preservación ambiental. No se trata de preservar el “medio” ambiente, sino todo el ambiente, el ambiente completo.
Entonces, dejo ahí el texto a la lectura crítica y nuevamente le agradezco a Ciencias Sociales por esta publicación y esta presentación. Y de modo especial agradezco el cariño de todos ustedes que han venido aquí esta mañana.

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