Estamos ante un nuevo gesto de solidaridad y lealtad de Frei Betto y Marcelo Barros al pueblo cubano, al recibir, también, esta edición cubana. Si La obra del Artista ha sido desde su publicación una invitación a navegar por el universo y el misterio de su origen y desarrollo, El amor fecunda el universo es el convite, en las palabras del profeta Jeremías, a detenerse en los caminos, meditar sobre las sendas antiguas y andar en ellas, porque solo así hallaremos el descanso para nuestras almas y el shalom, la plenitud de la paz de Dios (Jeremías 7,16). En palabras de sus autores, es el desafío urgente y necesario a una seria y profunda conversación, y una apelación a la conciencia que nos lleve al compromiso de ser parte responsable de esta fecundación. También impresiona por el denuedo de incluir en esta conversación el ágape, el amor neotestamentario, cuando precisamente esta tradición nos recuerda que por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se ha enfriado.
No podemos pasar por alto la dedicatoria, que a los creyentes, tal como se les entiende, y a los creyentes que no tienen creencias religiosas, nos recuerda:
A Leonardo Boff, maestro, hermano y amigo, con el cual aprendimos sobre lo que aquí está escrito.
A la ministra Marina Silva, testimonio de espiritualidad evangélica y ecológica, guardiana de la tierra y la naturaleza de Brasil.
Y también al padre José Comblin, que nos inició en la teología que viene de la práctica y en la espiritualidad de la liberación.
Y lo señalo con toda intencionalidad, porque a la Teología de la Liberación latinoamericana nosotros, los cubanos y las cubanas le debemos —recordando a Eduardo Galeano— el andar por el maravilloso camino del nosotros y nosotras, compañeras y compañeros en la lucha y la conquista de la liberación. Y su solidaridad con nuestro pueblo y su Revolución, en las verdes y en las maduras.
En su “primer amor” —finales de los sesenta y principios de los de los setenta— la agenda de esa teología fue la respuesta necesaria, a causa de la fe y desde la experiencia de una nueva manera de ser iglesia para los pueblos de nuestra América, de una teología contextualizada y encarnada en la vida cotidiana y colectiva de nuestros pueblos. Por esa razón tenía que ser liberadora y socialista: no podía ser de otra manera. Este repensar la fe, la identidad y el compromiso requería buscar no solo en la tradición judeo cristiana, sino acudir también, para su mejor sustentación, a las ciencias sociales y, desde luego, a la teoría revolucionaria que desentrañara las causas esenciales de la explotación, la exclusión y la miseria de nuestros pueblos. Valientemente, y sin temor a la condenación usual de toda herejía, incluyó decididamente el pensamiento marxista.
A partir de los años ochenta surgió una nueva situación: el capitalismo asumió la más cruel y anticristiana de sus modalidades, el neoliberalismo. Entonces, la Teología de la Liberación no desapareció. A pesar de las alianzas enemigas, se hizo más vigente y necesaria, con diferentes respuestas, nuevas apreciaciones ante los desafíos de la hora y otros protagonistas que fueron forjando los nuevos sujetos históricos en la lucha común.
Este libro de Frei Betto y Marcelo Barros es una evidencia de la vigencia y la actualidad necesarias de la Teología de la Liberación. En primer lugar, porque cada una de sus páginas es un llamado al discernimiento ideológico, político, económico y social. El desastre casi total de las dos fuentes de la vida del universo, la naturaleza y los seres humanos, es la consecuencia del capitalismo y su intrínseca perversión. Y en este necesario discernimiento, nos recuerda que hasta el mal olor del capitalismo, su peste, hace daño. Si Jesús dijo a sus discípulos “Guardaos de la levadura de los fariseos”, la advertencia es clara “Guardaos del espíritu del capitalismo”.
En segundo lugar, porque la lectura del libro desde el título, la dedicatoria y la nota a la edición cubana, hasta el final, es también un llamado al discernimiento teológico, pastoral y diacónico de las iglesias cubanas, y digo iglesias, porque en Cuba, la Iglesia Una, Santa y Católica se hace presente en las diferentes iglesias. Hemos enfatizado hasta el máximo el pecado individual, y prácticamente olvidado el pecado que se estructura en la sociedad. Los autores destacan la realidad demoníaca que hace gemir a la naturaleza, porque se le ha arrebatado el poder para ofrecernos el sustento nuestro de cada día. Se nos llama a un renovado compromiso profético con el Reino de Dios y su justicia, a poner una vez más la mano en el arado, a abandonar con toda honestidad los rezagos del constantinismo y recordar que la sombra de la Cruz es la mejor cobertura para las comunidades de los seguidores de Jesús, y que, como nuestro Señor, no estamos para ser servidos, “sino para servir y dar la vida por los demás”.
El libro nos llama a la metanoia. Uso esta palabra, porque su traducción al español es arrepentimiento, pero este término se ha llenado tanto de contenido religioso y clerical que nada dice a otros sectores como los políticos, los economistas y los financieros, la mediación humana del sistema que ha llevado la vida del planeta al borde de la desaparición. Y que, además, según nuestro Benedetti, hasta ha servido para dar la base a una seudoizquierda, para formar un nuevo partido: el de los arrepentidos. Metanoia es el cambio radical de la mente. No es solo un cambio de mentalidad, sino un cambio de la mente tan radical como nacer de nuevo. En este sentido, como afirma este libro, le corresponde a la Iglesia tomar la iniciativa. Y hacer la metanoia y la confesión también a todos aquellos a quienes, por no compartir algunos de nuestros criterios, hemos marginado de todo tipo de diálogo, soslayando las muchas cosas buenas que nos unen. Como dijera otro padre de la América nuestra, Don Pedro Casaldáliga durante su última visita: “Hemos trabajo con el sin, y hemos rechazado trabajar con”; y agregó: “La principal condición para dialogar con los demás es tener una identidad definida”. Este necesario encuentro y ese diálogo permanente, lejos de debilitarnos, nos habría fortalecido mucho más. Habríamos estado en sintonía con la sugerencia del autor de la Carta a los hebreos: “Provoquémonos a la fe y a las buenas obras” (Hebreos 18,24).
Nuestro Estado debe estar atento también a hacer el necesario discernimiento sobre la espiritualidad y a asumir la responsabilidad de legislar para garantizar la libre expresión de toda espiritualidad que contribuya a la fortaleza de los pilares de la unidad nacional. Y también a cerrar la muralla, a lo Guillén, a todo lo que nos divide y nos debilita. Tenemos que tomar en serio y dar continuidad al desafío que nos lanzara nuestro presidente, el general de ejército Raúl Castro, en el discurso de clausura del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba:
El Partido debe estar convencido de que más allá de los requerimientos materiales y aun de los culturales, existe en nuestro pueblo diversidad de conceptos e ideas sobre sus propias necesidades espirituales.
Múltiples son los pensamientos en esta temática del Héroe Nacional José Martí, hombre que sintetizaba esa conjunción de espiritualidad y sentimiento revolucionario.
Sobre este tema Fidel se expresaba tempranamente, en 1954 desde el presidio, evocando al mártir del Moncada Renato Guitart: “La vida física es efímera, pasa inexorablemente, como han pasado las de tantas y tantas generaciones de hombres, como pasará en breve la de cada uno de nosotros. Esa verdad debiera enseñar a todos los seres humanos que por encima de ellos están los valores inmortales del espíritu. ¿Qué sentido tiene aquella sin éstos? ¿Qué es entonces vivir? ¡Cómo podrán morir los que por comprenderlo así, la sacrifican generosamente al bien y a la justicia!”
La unidad entre la doctrina y el pensamiento revolucionario con relación a la fe y a los creyentes tiene su raíz en los fundamentos mismos de la nación, que afirmando su carácter laico propugnaba como principio irrenunciable la unión de la espiritualidad con la Patria que nos legara el Padre Félix Varela y los enunciados pedagógicos de José de la Luz y Caballero, quien fue categórico al señalar: “Antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres —reyes y emperadores—, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del
mundo moral”.
No obstante, se hace necesa-
rio continuar eliminando cualquier prejuicio que impida her-
manar en la virtud y en la defensa de nuestra Revolu-
ción a todas y a todos los cubanos, creyentes o no, a los que forman parte de las iglesias cristianas, entre las que se incluyen la católica, las or-
todoxas rusa y griega, las e-
vangélicas y protestantes; al
igual que las religiones cubanas de origen africano, las comunidades espiritistas, judías, islámica, budista y las asociaciones fraternales, entre otras. Para cada una de ellas la Revolución ha tenido gestos de aprecio y concordia.
Al calor de este llamado, algunas iglesias e instituciones religiosas, ecuménicas y fraternales respondimos a la convocatoria del Programa de Estudios Martianos, que inmediatamente tomó la iniciativa, como tantas veces lo ha hecho desde su creación, de profundizar y promover la espiritualidad martiana en la realización de este diálogo tan necesario, afirmando y fortaleciendo lo común que nos une y nos solidariza en la firme convicción de consolidar lo que Fidel nos dijera al inicio mismo del Período Especial: “La unidad nacional es sagrada”.
Finalmente, pienso que ya ustedes se han preguntado a qué viene todo esto que dice el pastor Suárez. Pues sencillamente a que hay que leer este libro, divulgarlo, hacerlo llegar a nuestros diferentes niveles de educación, a los púlpitos de nuestras instituciones religiosas, porque es un regalo de la obra del artista y del amor que fecunda el universo.