Hace pocos días, un despacho de la agencia Prensa Ecuménica informaba que el gobierno boliviano había decidido eliminar los privilegios de pasaportes diplomáticos y oficiales a miembros del episcopado católico local. El hecho provocó pocas reacciones en Bolivia. Entre las más pintorescas, una aclaración por parte del cardenal Terrazas, que manifestaba contar con un pasaporte vaticano. Se trata de otra escaramuza –una más, y seguramente no la última– en el complejo ámbito de las relaciones entre jerarquía católica y autoridades de gobierno. Es el capítulo más reciente de una serie de colisiones sazonadas por diversos ingredientes: por una parte, el empecinamiento de ciertos funcionarios gubernamentales, que no pierden oportunidad para criticar sin distinciones todo lo que se relacione con el cristianismo, como muestra de “voluntad descolonizadora”. Por otra parte, la obsesión de la mediocracia aliada a las élites de poder económico, que aprovecha cada situación para atizar el fantasma de la persecución religiosa y el ataque a los que llama valores tradicionales. Finalmente, el desconcierto de la cúpula católica y de líderes evangélicos que, desde una manifiesta incomodidad, no se resignan a abordar con responsabilidad un escenario diferente, desconocido, en el cual el Estado se define por primera vez en su historia como laico. El artículo 4 de la nueva Constitución indica: “El Estado respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales, de acuerdo con sus cosmovisiones. El Estado es independiente de la religión”. En el art. 21 garantiza “…la libertad de pensamiento, espiritualidad, religión y culto, expresados en forma individual o colectiva, tanto en público como en privado, con fines lícitos” (el art. 3 de la anterior Constitución expresaba el reconocimiento y sostenimiento de la religión católica, apostólica y romana).
Como si lo anterior no fuera suficiente, existe una franca visibilización y valorización de religiones y cosmovisiones originarias, que emergen como parte de diversas reivindicaciones, y se instalan además a modo de alternativa, aportando un tipo de espiritualidad holística, biocéntrica, crítica del antropocentrismo y promotora de valores como armonía, complementariedad, equidad y respeto a la Madre Tierra. Adquieren relevancia singular en medio de la actual crisis civilizatoria, y no son de ninguna manera productos fabricados para incordiar a las instituciones eclesiales. Se trata sencillamente de la exteriorización de expresiones arraigadas en las culturas originarias, que durante siglos fueron objetadas, menospreciadas o demonizadas por las iglesias.
*¿Cómo hablar de Dios en el proceso de cambio?
*
En medio de este panorama, se celebró a mediados de diciembre un primer encuentro nacional sobre relaciones entre fe y política. Participaron personas involucradas en tareas eclesiales e identificadas a la vez con el proceso de cambio. En la convocatoria se subrayaba lo siguiente: buena parte de los movimientos sociales e indígenas se han nutrido con personas de fe que asumieron un compromiso militante para el cambio de estructuras de opresión, sin embargo, al pasar el tiempo se han creado distancias entre la práctica política y la vivencia de fe. Por eso, se insistía en la urgencia de construir espacios de reflexión críticos a la vida eclesial y política, así como la necesidad de constituir comunidades y redes de mutuo acompañamiento. A continuación, algunos puntos del ejercicio de análisis de la realidad que realizaron.
En relación con la cuestión política, la mayoría de los participantes considera que dicho proceso no se debe restringir al gobierno actual ni al MAS, sino que es el resultado de una larga historia de luchas y búsquedas del pueblo boliviano, que dan por resultado los nuevos protagonismos de sectores que recuperaron identidad y dignidad. Por primera vez Bolivia procura soluciones desde sí misma, y el voto popular amplio expresa las ansias emancipatorias de las mayorías antes postergadas. Por eso mismo, indican que es fundamental una perspectiva de esperanza y una mirada de fe desde el interior del proceso del pueblo que camina y no desde afuera. A pesar de este nuevo horizonte, advierten, sin embargo, que el poder económico y el judicial siguen en manos de los grupos tradicionales, y que los mecanismos y la lógica política gubernamentales siguen funcionando, en general, de arriba hacia abajo.
Coinciden en destacar la profunda crisis de los partidos políticos de oposición, que han pasado prácticamente a la categoría de inexistentes, y su correlato en la emergencia de la conferencia episcopal católica con rasgos de facción opositora.
En lo que toca al ámbito eclesial, indican que el pueblo, en busca de mejores condiciones de vida, no halla contradicción entre fe y opción política. Sin embargo, enfatizan la incoherencia existente entre iglesias que preparan laicos para un compromiso político teóricamente liberador, pero luego se espantan con las mediaciones históricas, y en el mejor de los casos los dejan solos. En los últimos años hay incluso una franca condena institucional a laicos involucrados en el proceso de cambio, que en ocasiones deben disimular su militancia cuando actúan o laboran en espacios administrados por algunas iglesias.
Comunidades de base y movimientos laicales han derivado hacia conductas cada vez más centradas en prácticas exclusivamente religiosas, marcadas por el “intramurismo” y por los controles doctrinarios clericales. Parecen lejanos los tiempos en los que la vivencia de fe resultaba naturalmente en un compromiso emancipatorio.
A tono con procesos similares en Nuestra América, las personas que participaron en el encuentro decidieron ser consecuentes con su mayoría de edad en la fe, y seguir reflexionando y pronunciándose públicamente sobre temas relativos a la vivencia del evangelio. La recién aprobada ley sobre educación, en un país en el cual la iglesia católica cuenta con numerosísimos establecimientos educativos, promete generar más debate. La contribución que puedan realizar personas y colectivos con talante crítico, enraizado en los valores del evangelio y no en intereses corporativos, será sin dudas un aporte valioso a lo que Evo Morales denomina “revolución democrática y cultural”.