Cero y memoria: dos estribos para escalar

Yolanda C. Brito

Rebusco papeles de cada época después de tanto andar. Una lista escrita en papel verde-azuloso me llena de inquietudes. Nombres. Direcciones que nunca busqué, que nunca supe cómo se hacían casa, presencia, humanidad. Direcciones vacías. A un costado de los nombres, trabajo, ubicaciones, apodos, bromas. Mis notas aquí y allá en documentos, libros, tarjetas… Bueno, ¡este original tiene un gran precio! ¡El Taller cero!
Y se me enredan en la memoria las voces, las sonrisas, las preguntas, las miradas —las tiernas, las impulsivas, las superiores, las perdidas, las indiferentes— y los gestos, el sube y baja de las escaleras elevadas sobre los ricos olores de la cocina que nos evocan a mamá y a abuela, los despertares llenos de canciones y sorpresas, los obsequios —los pequeños obsequios, los grandes obsequios, los salidos del corazón—: el papelito arrugado, la tarjeta con un verso inspirador, la flor seca que deja su huella amarilla contorneada entre las páginas. ¡Y el lazo!, el lazo que baila sobre mi cabeza efervescente en aquella inolvidable “noche de los disfraces” (que si se cae, que si no se cae; que si soy esta o si no soy; ¿seré aquella?) Y los paradigmas, con sus alas altas que llenan el espacioso salón con sus verdades inobjetables hasta hacerme decir: “Estoy tocando la pared del fondo” a la que nadie ha podido llegar, la que da paso a la inmensidad que no es vacío, sino surcos diferentes por los que ando y por los que seguiré andando.
“El olvido (mío) está lleno de (mi) memoria”, dijo Benedetti. A veces decimos que no hemos olvidado, y otras, las más, que estamos aptos para revivir momentos vividos. “Taller Cero”, un número impreciso, un número detenido en el tiempo, capaz de marcar un instante exacto entre pasado y futuro, lleno de dicotomías y de nebulosas. De ahí, recomienzo el camino (1… 2… 3… 8…15…) breve o difuso por el que hemos andado desde abril de 1995 hasta hoy.

¿Educación popular? No sabemos qué es. Pero Raúl Suárez nos ha invitado y eso es suficiente. Arribamos asustadas al CMMLK, pero ahora estamos juntas y juntos. Y el barco que se hunde y las lanchas de socorro que nos “salvan”. No sé bien para dónde coger: soy de las dos partes, pudiera ponerme aquí, pero también me gusta allí (tengo un trabajo, pero soy cristiana; sé algo sobre “participación”, pero no he tenido contacto con la Educación popular, ¿o sí?) Y luego nuestras prácticas anteriores: talleres de creatividad, encuentros de participación y de promoción cultural, cursos de especialización del Centro Nacional de Escuelas de Arte, y Mónica Sorin, Alicia Minujín, Mayra Navarro…, y la iglesia, con su larga historia de enseñanza-instrucción ribeteada de espiritualidad y luchas intestinas en la llamada educación cristiana, y las organizaciones de masas, la circunscripción. Y entonces, por último: ¿dónde me pongo? ¿Me hundiré?
¡Esto es diferente! ¡Ah, aquí tengo a Freire! Al fin, Paulo Freire convertido y multiplicado en una mujer inmensa en la pequeñez de su estatura (Esther Pérez) y en un hombre delgado y alto, indefenso y cariñoso (Manuel de la Rúa). ¡A perseguirlos!, que los he encontrado. Y por varias semanas. ¡Uy, uy, uy!
Altas y bajas. El balance del diseño es perfecto: a un tiempo de carga emocional o de aprendizajes violentadores, un tiempo de relajamiento, juegos, canciones. A veces, en medio de una teorización profunda, me escurría en el piso y me cuestionaba y me deprimía y me revolcaba en mis excretas: no es fácil romper mis esquemas, mis criterios, mis argumentos, mis aprendizajes, mi herencia familiar, mi cultura machista, mi verticalidad insoportable, mi sobreposición, mi saber, mi poder. Todo lo aprendido y atesorado, muchas veces a altos costos de sacrificio y tesón, de voluntad y lucha contra todo el mal que se impone, de compromiso revolucionario y cristiano, de lucha contra las injusticias y el dogmatismo social y religioso que he vivido, todo esto conseguido a precio de oro, todo pagado con desvelo para “ayudar” a otros, para “enseñar” a otros. En resumen, todo lo que tengo. ¿Y ahora es a mí a la que se cuestiona? ¿Que yo no sé nada, que “el otro” sabe igual que yo? ¿A todo eso me llama la Educación popular-Freire-Esther-De la Rúa-Raúl-Fernando-Revolución-Jesús? ¿A todo eso tengo que renunciar? Me desvelo. Quiero y no puedo.
¿Estaremos bien situados en este Cero (todavía no le llamábamos así)? ¿No nos habremos equivocado de opción? Todos se preguntan. Y en las madrugadas —a veces puertas adentro, regados por los pisos en los cuartos, o sentadas bajo el chasquido húmedo del sereno del patio— se suceden largas teorizaciones y preguntas entre los bandos: las y los que entendían algo, las y los que no entendían nada. ¿Comunistas y cristianos juntos y juntas? ¿Podrá ser, no me botarán del núcleo cuando se enteren? ¡La suerte es Raúl, sí, Raúl Suárez nos defenderá! ¡El sí puede! ¿Y qué es la Biblia? ¿Marx conocía la Biblia? Yo nunca he leído la Biblia. ¡Oh!, ¿y Martí? Pues claro, fíjate: ¿A qué se refiere cuando dice: “mi onda es la de David”? Y la aceptación del diferente, ¡oh!
¡Homofobia, qué es eso! ¡Yo también “soy diferente” a los demás! Pero soy, ¿y el reconocimiento de lo que he sido y soy y su valor (ni más ni menos, de verdad)?, y puedo hablar y me debes escuchar porque puedes hablar y te debo oír atentamente. ¡Para, para, para ahí! ¿Y qué es eso de género? El, ella y nosotras, sí porque en “nosotros” quedamos invisibilizadas, y si no, fíjate bien. A ver, ¿por qué la Biblia habla de “padres y madres”, de “siervos y criadas”, de “tu hijo y tu hija”? ¡La Biblia, con lo marcadamente patriarcal y androcéntrico que es el lenguaje de la Biblia! ¡Qué de sorpresas, qué de sustos a la conciencia colectiva del grupo! Sin embargo, la razón, la lógica, podía más que nuestras marcas. ¡Teníamos que ganar la partida, habíamos sido llamadas y llamados a dar un paso suave y armónico hacia el programa de análisis y organización de la Educación popular en el CMMLK.
Agudicemos hoy la memoria para levantar nuestras vidas sobre los derrumbamientos, por amor: a darlo todo por un mundo mejor, porque “un mundo mejor es posible” fue siempre y deberá continuar siendo nuestro gran reto, y si de algo se puede enorgullecer el Taller Cero es de que sus integrantes creímos eso de verdad. Nuestra fe se agigantó como la del pequeño joven frente al astuto, engreído y poderoso gigante. “Nada es imposible, el único obstáculo está en que el corazón no persevere…”, una de las frases de Ho Chi Minh que llevaba por aquellos días en mis libretas junto a “Porque nada hay imposible para Dios”, la desafiadora expresión que le había dicho el ángel a la virgen María, en la que ella creyó de verdad. Estas fueron nuestras primeras lanzas diarias para derribar los enemigos.
Lo más difícil era cambiar, el arrancamiento de “lo invisible a los ojos”, el desgarramiento de las partes que nos han integrado, y en eso, el Taller Cero se agigantó: fuimos cambiados, nos convertimos al verdadero evangelio del Jesús humilde, pacifista, emancipador, justiciero, inclusivo, trabajador; nos convertimos al Martí visionario, soñador, libertador, patriota; nos convertimos al Che sanador de heridas, aventurero, desinteresado, disciplinado, coherente, revolucionario, sacrificado; nos convertimos a la Sor Juana Inés de la Cruz valiente, feminista, fraterna, amante, mística, firme; nos convertimos a la Ana Betancourt antiesclavista, briosa, alegre, visionaria, exigente, arrestada; nos convertimos a Freire como educadores de la verdad en la retroalimentación colectiva, sin que una o uno sepa más que el otro o la otra. Somos iguales. Nos sumergimos en la horizontalidad, en la belleza de la amistad y el decoro del bien cooperativo; supimos que todas y todos somos importantes por igual y que también tenemos una misión que cumplir como educadores-educandos en la sociedad que nos ha tocado vivir: acompañar a nuestro pueblo, no como agentes externos sino como parte de él, sumergirnos en sus pantanos, disfrutar de sus “calles de oro”.
En nuestras vidas nos fuimos domesticando como sencillas ovejas al borde del precipicio. Ahora construimos nuestra transformación de forma colectiva. No hay otro camino para el mundo del futuro que no sea el de hombres y mujeres educados y renovados por el espíritu más genuino y entrañablemente subjetivo de la Educación popular. De ahí saldrán hombres y mujeres capaces de enfrentar los grandes desafíos que nos impone el presente siglo y sus temores e imprecisiones. El atajo es largo y abrupto, pero esa luz que emana del punto más lejano nos inspira; hacia allá andamos con pasos ahora firmes, ahora frágiles, ahora cansados.
Recuerdo una acción provocadora que vivimos cuando, al término de nuestro Taller Cero, comprendimos que desde hacía días arrastrábamos una palabra que nos había dicho Fernando Martínez Heredia en su popular-académica-inquietante-profunda conferencia dos días atrás. Era el término “militancia”.
¿”Militantes” de qué? ¿Con qué hemos comprometido nuestra existencia finita y pasajera? ¿En qué bando “militamos”? ¿Cuál será nuestra futura opción de vida? Con nuestra mano izquierda sobre el corazón, entre lágrimas de confesión y sustracción de lo que sentíamos, comprometimos nuestro futuro: “militantes del amor”, “militantes de la esperanza”, “militantes de la justicia”, “militantes del dolor ajeno”, “militantes de la inclusión”, “militantes del servicio”, “militantes de la paz”, “militantes de la verdad” “militantes del compromiso revolucionario”, “militantes de la participación colectiva”, “militantes de la Educación popular”.
Aquel primer núcleo de talleristas se comprometió a multiplicar por todo el país la experiencia extraordinaria que había marcado nuestras vidas. No voy a mencionar nombres, porque no quiero que nadie quede fuera (¡éramos treinticinco!), pero sé que donde quiera que nos encontremos, en el lugar donde el tiempo nos haya colocado, estaremos cumpliendo lo prometido. A más de quince años de aquel momento, cada uno de nosotros y nosotras ha tropezado en su “militancia” con duros y escabrosos momentos. Ha faltado el aire, hemos sudado, pero en nuestras “memorias” está fresca, vigente y activa la concepción intrínseca a la Educación popular cubana.
Cero ni fue ni es el grupo más importante. Muchos talleres vinieron después, no solo para gloria del querido Centro Martin Luther King, que impulsó esta concepción por todo el país, sino, y mejor aún, para el crecimiento y mejoramiento de la calidad de vida de cientos y cientos de hombres y mujeres que han transitado por su línea educativa. Ahora sabemos que Cero fue un estribo puntual sobre el que se impulsaron los nuevos derroteros y propósitos para lo que sería después el Programa de Educación Popular del CMMLK, y para las múltiples experiencias educativas que hoy tienen lugar a lo largo y ancho del archipiélago y que cuentan con este importante y sui géneris referente.
Cero, y a veces escasa memoria: ¡aquí estamos para seguir adelante con la ayuda de la gente que confía en la Educación popular!

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NOTAS

1. La autora hace alusión en el curso de su artículo a varias actividades lúdicas de aquel taller: la noche de los disfraces, el amigo secreto, la técnica de las lanchas. Esta última se realizó el primer día para que el grupo empezara a conocer su propia composición. Consistió en pedirles a los participantes que imaginaran que estaban en un barco que se hunde, y que debían montar en lanchas según sus experiencias y preferencias

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