Teología y ciencia en una cultura signada por el pensamiento posmoderno*
La cultura contemporánea está signada por un predominio del pensamiento posmoderno, que declara el fin de los grandes relatos y apoya con fuerza la pluralidad y la relatividad de opiniones y convicciones, acerca de las cuales no puede adoptarse, en principio, una decisión racional; hasta los discursos racionales entre esas opiniones y convicciones parecen imposibles, o al menos muy difíciles.
Si ese punto de vista es correcto, todo diálogo significativo entre la teología y la ciencia resultaría prácticamente insostenible, y lo que es más, los postulados, tanto de la teología como de la ciencia, sólo serían válidos en un área de aplicabilidad muy restringida. Pero, ¿acaso no forma parte esencial de la tarea de la teología y la ciencia plantear verdades universalmente válidas, y acaso no tienen su basamento la teología y la ciencia en grandes relatos: la teología, por ejemplo, en el gran relato de la relación entre Dios y su amado pueblo; la ciencia, por ejemplo, en el gran relato del proceso de la evolución? (Y, además, ¿no podría considerarse al propio pensamiento posmoderno como un “gran relato”?) De ahí que resulte necesaria una cuidadosa reflexión sobre los argumentos de la pluralidad y la relatividad posmodernas, en especial en lo que toca a la posibilidad y la validez de los postulados de verdad. Dicha reflexión crítica sobre el pensamiento posmoderno despejará el camino para analizar el problema de los postulados de verdad y su alcance, tanto en la teología como en la ciencia. A partir de ahí comenzará a tomar forma un planteo acerca de cómo sería posible un diálogo serio entre la teología y la ciencia en una cultura signada por el pensamiento posmoderno.
Introducción
Algunas palabras están muy de moda en la cultura actual, tanto en las discusiones públicas como en los discursos académicos. Una de ellas es “posmodernismo” y/o “posmoderno”. Casi todas las connotaciones de “posmodernismo” son positivas, dado que parece implicar que se está “al día”, que se es “más moderno” que “lo moderno”. Pero el significado real del término no es tan claro como parece de entrada. Una de sus connotaciones más básicas es la alta estima en que se tiene a la pluralidad en sentido general, esto es, la pluralidad de opiniones, convicciones y valores. Entender así el posmodernismo resulta en sí mismo problemático, dado que lo que es más común es considerar que esa alta estima por la pluralidad es una característica clave de la “edad moderna”, que el posmodernismo presume haber superado.
Pero dejando a un lado este problema, no es posible negar que la cultura occidental contemporánea está muy influida y caracterizada por el pensamiento posmoderno, que enfatiza la pluralidad de opiniones, convicciones y valores, ya que la pluralidad de discursos en el mundo constituye uno de sus aspectos claves. El filósofo francés Jean-François Lyotard,1 uno de los pensadores más importantes del posmodernismo, señala con razón que esa pluralidad de discursos entre una comunicación y/o una traducción parece un imposible. Lyotard explica esa incapacidad de diálogo entre discursos del posmodernismo mediante la descripción del fin de los grandes relatos (grand récit), las grandes tradiciones que funcionaban como metadiscursos a los cuales podían referirse los discursos en la edad moderna. Lyotard toma del Wittgenstein tardío la teoría de los juegos de lenguaje, pero va más allá, hasta entender el lenguaje como una lucha, en el sentido de un juego. El propósito de ese “juego” ya no es la búsqueda de la verdad, sino la consecución del poder. Ello se aplica también a la ciencia, que ya no sería una búsqueda de la verdad, sino un medio para adquirir más poder.
Si Lyotard está en lo cierto, las consecuencias de ese hecho serían enormes, y no solo para la relación entre la teología y la ciencia. Por ejemplo, para la convivencia humana implicaría el fin práctico de la política, porque si el juego y/o la lucha por el poder está en la base de los esfuerzos humanos, cualquier crítica al gobierno, el poder o la ideología se torna imposible. La política se reduciría a la alabanza de la gran variedad de posiciones y puntos de vista. Para la relación entre la teología y la ciencia, significaría la falta de sentido de todo intento por establecer un diálogo entre ambas, porque se las consideraría juegos de lenguaje totalmente diferentes, y, en principio, toda conversación significativa entre ellas sería imposible (aparte de la lucha para decidir qué disciplina tiene más poder). Esas consecuencias hacen más que evidente la necesidad de una crítica cuidadosa y a fondo del pensamiento posmoderno, no solo para abrir la posibilidad de establecer un diálogo significativo entre la teología y la ciencia. Las siguientes consideraciones tienen la intención de ayudar a dar los primeros pasos en este tema.
La crítica del pensamiento posmoderno
Hay un problema fundamental con el pensamiento posmoderno tal como lo presenta Lyotard, aunque cuando se entiende el término “posmodernismo” como una simple descripción de la pluralidad que se advierte en nuestros tiempos puede resultar un término útil. Pero cuando el én-fasis se desplaza del aspecto descriptivo al normativo (que parece ser el objetivo de Lyotard) y el posmodernismo se convierte en una especie de programa a seguir, o al menos a aceptar, se plantea un grave problema: entonces el posmodernismo se transforma en una actitud, en un movimiento a saltos entre discursos que son intraducibles en principio, en un juego de citas y alusiones intercambiables, porque no existe un terreno común confiable al cual referirlas.
Pero si el posmodernismo se convierte en una normativa, en una especie de programa, se plantea entonces el problema fundamental del pensamiento posmoderno: ¿Hasta qué punto este momento de pluralidad y de “como guste” se ajusta al concepto del propio pensamiento posmoderno? ¿Los pensadores posmodernos realmente consideran que sus propias ideas y pensamiento no son más que una “gota de pensamiento” más o menos importante en el gran “océano del pensamiento posmoderno”? O dicho de otra manera: ¿hasta qué punto se debe considerar la idea o el concepto del pensamiento posmoderno como uno de esos “grandes relatos” (o bases fundamentales) que el pensamiento posmoderno, estrictamente hablando, presume haber dejado atrás?
Esta dificultad lógica fundamental se refleja también en que comúnmente se malinterprete que el famoso “todo vale” de Paul Feyerabend2 es uno de los eslóganes principales de la pluralidad posmoderna, en especial del enfoque de “haga lo que quiera”. La frase de Feyerabend, formulada originalmente en el contexto de su “filosofía anarquista de la ciencia”, su crítica de una metodología de la ciencia que enfatiza demasiado su racionalidad (el título en inglés del libro citado en la nota 2 es against method, esto es, contra el método) no significa de ningún modo la ausencia de toda regla: la violación de las normas y reglas de la racionalidad exige inevitablemente la existencia de dichas normas y reglas. Como Feyerabend aclaró posteriormente, su frase “todo vale” nunca significó una ausencia total de criterios racionales en la ciencia, sino una crítica aguda y una advertencia sobre la tendencia a absolutizar el racionalismo científico.3
La frecuente interpretación errada del “todo vale” de Feyerabend obviamente pone en evidencia el problema e incluso el peligro del pensamiento posmoderno: al reducir los postulados de verdad a un reconocimiento general de la pluralidad, la filosofía del posmodernismo dificulta mucho más la crítica —si no es que la imposibilita— porque las fuerzas y los paradigmas verdaderos que están tras los acontecimientos quedan ocultos y resulta muy difícil descubrirlos y analizarlos adecuadamente.
En su discurso con el pensamiento posmoderno, el filósofo canadiense Charles Taylor ha expresado su “sentimiento de malestar con la modernidad” (esa es la traducción del título en alemán que se cita al final).4 En su libro, Taylor identifica tres áreas de preocupación relacionadas con su incomodidad: el individualismo moderno y el imperio de la razón económica, los cuales dan por resultado una atomización en el nivel político. Propone un camino intermedio entre la defensa y el rechazo a la modernidad, al subrayar la importancia de la comunidad; el individualismo moderno no es sencillamente malo, sino que tiene como base, entre otros factores, el principio del respeto mutuo. De ahí que haya que volver a alcanzar la autenticidad en un sentido positivo: lo que se requiere es una especie de terreno común consistente en ideales válidos sobre los cuales son posibles las discusiones.
Con el término “autenticidad”, Taylor trata de lograr un equilibrio entre lo individual y la comunidad: creación, originalidad y no conformismo de un lado, y apertura al horizonte de significado y autodefinición dialógica por el otro. El pensamiento posmoderno enfatiza excesivamente lo primero, la dimensión del individuo, y se opone a lo segundo, la dimensión de la comunidad. Pero si, por ejemplo, se subraya excesivamente la dimensión individual, la autodefinición pierde su sentido. De hecho, la vida humana tiene un carácter dialógico. Es im-posible pensar la identidad sin el lenguaje, pero el lenguaje presupone inevitablemente comunidad. “Sostengo que el hombre no puede ser ni siquiera un sujeto moral… fuera de una comunidad de lenguaje y discurso mutuo acerca del bien y el mal, lo justo y lo injusto…”5
La cultura moderna de la autenticidad tiene un carácter algo paradójico: en un sentido —que supone un leve relativismo— el individuo debe definir el significado para sí, pero cualquier significado presupone necesariamente un contexto, dado que no se puede definir o decidir un significado para sí (sentir el significado para sí no es suficiente). El principio de la subjetividad nivela todas las alternativas y niega todo horizonte de significado; pero de ello se deriva que la equivalencia se torna irrelevante.
El pensamiento posmoderno y la relación entre la teología y la ciencia
¿Cuáles son las consecuencias de esta reflexión sobre el pensamiento posmoderno para la relación entre teología y ciencia? Si los criterios posmodernos expuestos arriba fueran ciertos, todo diálogo significativo entre teología y ciencia sería prácticamente imposible. Aún más, todo postulado de la teología o la ciencia solo sería válido en un área de aplicabilidad muy restringida (tanto de la teología como de la ciencia). En el modelo cuádruple de Ian Barbour de modos de relacionamiento entre la teología y la ciencia, ello correspondería a la “independencia”, o al “conflicto”, si se toma en consideración que ambas luchan por el poder.6
La realidad es que, visto con más cuidado, el anuncio del fin de los grandes relatos, aunque es un argumento clave del pensamiento posmoderno, no parece ser una descripción correcta en lo que atañe a la teología o a la ciencia. De hecho, ambas tienen grandes relatos que contar, que siguen cumpliendo importantes funciones en los terrenos del conocimiento: la teología, el gran relato de la historia de Dios con su pueblo elegido y amado, Israel y los cristianos; la ciencia, el gran relato de la historia del universo desde el big bang hasta su fin. De hecho, la historia científica del proceso de la evolución es, probablemente, una de las historias más importantes, y ha adquirido la función de un paradigma muy importante en la cultura contemporánea.
El pensamiento posmoderno sin dudas tiene razón cuando enfatiza que cualquier postulado de verdad es siempre restringido, al apuntar al carácter individual de la verdad. Pero una parte esencial de la tarea tanto de la teología como de la ciencia es postular verdades de validez universal. Y aunque en principio no existe la posibilidad de acceder directamente a la realidad y solo son posibles las conclusiones indirectas, proponer la existencia de la realidad como el horizonte de las afirmaciones es, no obstante, inevitable. La noción misma de verdad exige que se aplique a todos los individuos. En otras palabras: cada persona tiene su propia visión y comprensión de la verdad, pero la relación con la verdad o la referencia a la verdad implican la postulación de una verdad válida para todos en principio.
Una dificultad para aceptar la validez fundamental de los postulados de verdad se plantea cuando el alcance de los mismos no se refleja en un grado esencial. Hay una diferencia importante entre la distinción del alcance (Reichweite) de los postulados de verdad y la manera en que estos se implementan (Durchsetzbarkeit) en confrontación con otros postulados de verdad con los cuales compiten.7 Una consecuencia inevitable del concepto de postulado de verdad es que se aplica a todos. No tiene sentido, por ejemplo, formular (reduciendo el alcance del postulado): “esta verdad solo es cierta en esta área o en este momento”. Sin embargo, esto no significa de ningún modo que la cuestión de la verdad deba decidirse mediante la agresión o la fuerza bruta.
El pensamiento posmoderno puede resultar útil para el diálogo entre la teología y la ciencia al subrayar el papel del individuo y apuntar a la pluralidad de discursos con verdades diferentes que no puede resolver la mente humana sobre la base de principios. Pero este énfasis (excesivo) posmoderno en el individualismo (o la “fragmentación”, para emplear otro término de uso común) tiene que equilibrarse con la toma de conciencia de que las comunidades tienen igual importancia (podría incluso considerarse que la dimensión comunitaria es más importante, si se piensa, por ejemplo, en el lenguaje o la ética). De hecho, la teología y la ciencia son maneras de percibir la realidad que tienen su base, primero que todo, en comunidades: las comunidades enraizadas y preservadas por la conexión de las historias personales de sus miembros individuales con una única gran historia, las comunidades en las que normalmente se introduce a los miembros individuales mediante un largo proceso de aprendizaje y convivencia.8
Las reflexiones de Charles Taylor sobre la autenticidad resultan muy útiles para poner en evidencia los graves problemas del pensamiento posmoderno. La tensión entre la dimensión comunitaria y la dimensión individual son inevitables en principio: las comunidades modernas tienen que buscar continuamente su equilibrio. Taylor subraya la importancia de los análisis acerca de los cimientos y los valores e ideales compartidos de las comunidades. Para el terreno político, propone realizar acciones exitosas conjuntas que fortalezcan el sentimiento de poder e identificación con la comunidad política.
Esta reflexión le proporciona ciertos impulsos importantes al diálogo entre la teología y la ciencia. En primer lugar, indica que hay que estar atento a las trampas del pensamiento posmoderno, que presenta tanto a la teología como a la ciencia como juegos de lenguaje totalmente diferentes sin puntos de contacto entre sí y/o que luchan entre sí, y las reduce a la condición de especulaciones individuales en buena medida sin sentido. Por el contrario, el diálogo que —al menos— presupone correctamente la existencia de un terreno común, tiene sentido, porque convivir como seres humanos en una comunidad siempre implica la comunicación acerca de las distintas maneras de percibir el conocimiento que representan la teología y la ciencia. Como describiera Taylor en lo que toca a la relación entre el individuo y la comunidad, esto puede, por supuesto, implicar tensiones y dificultades de traducción entre lenguajes diferentes, pero ese no es necesariamente el caso. Además, como la genuina pluralidad presupone el terreno común de los valores e ideales compartidos, reflexionar sobre la relación entre la teología y la ciencia sobre todo en términos de diferencia equivale a una grave reducción de la realidad. Por el contrario, en tanto maneras distintas de percibir el conocimiento, ambas muestran el mismo mundo de maneras diferentes. Los diversos postulados de verdad encontrados que se relacionan con esas maneras diferentes de percibir la realidad pueden ser problemáticos, y en ocasiones pueden incluso competir en cuando a veracidad, pero —y aquí el pensamiento posmoderno está en lo cierto—, en principio, la mente humana no puede resolver la pluralidad de los discursos. Y además, más allá de esta dimensión en ocasiones problemática, esa pluralidad demuestra la riqueza y la plenitud de la vida humana, que se caracteriza por el movimiento y la variedad.
Del colorido de la vida humana se desprende que el diálogo entre la teología y la ciencia debe enfatizar el lado práctico: conversaciones intensas y directas entre teólogos y científicos (hay individuos, incluso, que representan ambas disciplinas), conversaciones interdisciplinarias y trabajos de investigación. Para oponerse a la mentalidad posmoderna de “haz lo que quieras” (que, al final, desemboca solamente en luchas de poder por la “sobrevivencia del más apto”) es importante, al menos, analizar el terreno común que se anticipa, los valores e ideales que están en el fondo de nuestra convivencia. Por ejemplo, ¿es permisible mentir en la teología o la ciencia? ¿Cómo cambiarían las actitudes y convicciones si se descubriera una predisposición genética a mentir? ¿Cómo describir el amor según los criterios de la ciencia o la teología (o la filosofía, la psicología…), y según los criterios personales de científicos, teólogos (y filósofos, psicólogos…)? ¿Puede —y si puede, hasta qué punto— la teoría del big bang darle a nuestra vida un sentimiento de origen y sentido, como parecen pensar en la actualidad muchas personas?
El único prerrequisito para esas conversaciones es que los participantes tengan una mente abierta, lo que incluye la conciencia de que la razón humana siempre es limitada, y de que no hay un acceso directo o único a la verdad. Toda cognición de verdad presupone una relación personal con ella, y diferentes maneras de percibir y comprensiones de esa verdad, que deben discutirse de manera franca. La razón humana genuina conoce sus límites y reflexiona sobre ellos, y conoce también la necesidad de un diálogo serio. En primer lugar, la riqueza, la plenitud y el colorido de la vida humana no debe entenderse como la causa de las dificultades, sino como una posibilidad de aprender más acerca del mundo y las maravillas de la realidad de su existencia. Y, al final, el argumento más sólido es que nadie puede estar seguro de que otro ser humano no esté mucho más cerca de la verdad.
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Notas
- Tomado de European Journal of Science and Theology, junio del 2005, vol. 1, no. 2, pp. 27-33. Le agradecemos a Desiderio Navarro haber llamado nuestra atención sobre el texto.
1 F. Lyotard: Das postmoderne Wissen. Ein Bericht (La condición posmoderna), Edition Passagen, Graz/Viena, 1986.
2 P. Feyerabend: Wider den Methodenzwang, 3ra ed., Frankfurt del Meno, 1983, p. 32.
3 Ibid., pp. 11y ss.
4 C. Taylor: Das Unbehagen an der Moderne (El malestar de la modernidad), 3ra. ed., Frankfurt del Meno, 1997.
5 C. Taylor: “The Nature and Scope of Distributive Justice”, en C. Taylor: Philosophy and theHuman Sciences. Philosophical Papers Vol.2, , Cambridge University Press, Cambridge/Nueva York/Melbourne, 1985, p. 292.
6 I.G. Barbour: Religion and Science. Historical and Contemporary Issues, edición revisada y ampliada de Religion in an Age of Science. The Gifford Lectures 1989–1991 (Aberdeen), SCM Press, Londres, 1998, p. 77.
7 G.M. Clicqué: Differenz und Parallelität. Zum Verständnis des Zusammenhangs von Theologie und Naturwissenschaft am Beispiel der Überlegungen Günter Howes (Diferencia y paralelismo. Sobre la comprensión de la relación entre teología y ciencia a partir de las reflexiones de Günter Howe), Peter Lang, Frankfurt del Meno, 2001, p. 73.
8 M. Polanyi: Personal Knowledge. Towards a Post-Critical Philosophy, Routledge & Kegan Paul, Londres/Melbourne/Henley, 1958, pp. 53, 55, 163, 171, 195, 203; D. Ritschl: The Logic of Theology. A Brief Account of the Relationship Between Basic Concepts in Theology, SCM Press, Londres, 1986, pp. xxii, 19, 28, 252.