Dios llama a personas humildes para servir

Amós López

Los textos de la liturgia de hoy (Sal 138; Is 6,1-8; 1 Co 15,1-10; Lc 5,1-11) confluyen claramente para dejarnos su mensaje. Se trata de relatos de llamamiento o relatos de vocación. En el templo de Jerusalén, Isaías tiene una visión de la gloria de Dios y acepta el llamado para ser profeta de su pueblo, Israel. El apóstol Pablo declara a la iglesia de Corinto que la buena noticia que él les ha predicado no es otra que la misma que recibiera directamente del Señor Jesucristo y como resultado del estudio de las Escrituras. En el evangelio de Lucas, Pedro, Jacobo, Juan y otros pescadores responden al llamado de Jesús y dejan sus redes para seguirle.

Siempre recuerdo la manera en que el maestro René Castellanos nos explicaba el misterio de la vocación. La vocación ocurre cuando se da la coincidencia entre un sentimiento interno y una necesidad externa. De ahí que la vocación necesite de dos ingredientes para materializarse: la disposición interna y la urgencia que clama desde fuera. Es el encuentro de dos llamados, uno desde adentro y otro desde el mundo circundante.

Hoy se habla mucho, en nuestra realidad social, de la crisis vocacional, agudizada sobre todo en el llamado “período especial”. Para enfrentar la difícil situación económica que vivimos, muchas personas abandonan los trabajos que aman para dedicarse a otras faenas que rindan mejores entradas. En otros casos, se acude al multioficio, lo que se traduce en una sobrecarga de trabajo y agotamiento que afecta la vida y la integridad familiar.

Siento que en nuestros días se confunde vocación con necesidades de confort, buen salario, prestigio, bienes materiales, viajes, acceso a teconologías de punta. Y les confieso que se me hace difícil distinguir cuando estoy en presencia de una vocación auténtica para ser personas realizadas y felices con lo que hacemos o de la búsqueda a cualquier costo de la prosperidad y el status social, ya sea que hablemos de médicos, políticos, pastores, artistas, arquitectos, choferes, psicólogos, albañiles o escritores.

Pero, ¿de qué vocación nos habla la Biblia en esta ocasión? ¿Cuál es el supremo llamamiento al que Dios nos convida en estos pasajes?

La idea central que quiero compartir con ustedes puede resumirse en una sola frase que iremos construyendo a medida que avancemos en esta reflexión.

Dios llama

La primera certeza que podemos tener en relación con el llamamiento en clave cristiana, evangélica, es que Dios nos llama. Y aquí se pueden ver las dos caras de la vocación: el llamado desde adentro y desde afuera. El Dios que nos habita, que sentimos, y el Dios que nos trasciende y se revela en el mundo, en los acontecimientos de la historia.

Sin embargo es importante preguntarse, ¿cómo llama Dios? ¿Desde dónde? ¿Con qué propósito?

Dios llama de diversas maneras, y lo hace desde la vida misma para contemplar la vida desde otra perspectiva. Isaías está inmerso en sus labores en el templo y de repente se produce el encuentro con la gloria divina. Dios lo llama desde su espacio cotidiano, sagrado, apacible, para abrirle las puertas a un mundo difícil y necesitado, un pueblo de corazón duro e incapaz de comprender los acontecimientos de su propia historia.

Saulo de Tarso iba camino a Damasco, enfrascado en lo que en ese momento representaba para él la misión más grande e importante de su vida: perseguir y borrar de la faz de la tierra a los seguidores y seguidoras de Jesucristo. De repente, el propio Cristo Resucitado le sale al encuentro en medio de una luz irresistible y lo derriba de su cabalgadura, de su manera de ver las cosas, de su fuerza y su autoridad ganadas sobre la base de la violencia y el miedo, para mostrarle otro camino y otra visión.

Pedro, Santiago y Juan habían estado toda una noche en el lago sin pescar un solo pez. Pero Jesús de Nazareth se monta en una de sus barcas y les invita a tener fe, a intentarlo una vez más. Entonces ocurre el milagro de la pesca abundante. Y en lo adelante se convirtieron en “pescadores de hombres”, en instrumentos de Dios para la salvación y la liberación plena de las personas, una tarea de tal magnitud que de haberlo pensado dos veces habrían quizás preferido quedarse con sus redes, sus barcas y su lago sin peces.

Cuando Dios nos llama, lo hace desde nuestra experiencia de vida, y su llamado no es algo que, por lo general, suene agradable a nuestros oídos. Dios nos pide algo más que vivir. Para Dios, la vocación humana esencial es existir, salir fuera de nosotros mismos, escapando de nuestro egoísmo, nuestra ceguera, nuestro sitio cómodo y seguro para ir al encuentro del otro y acompañarlo en su necesidad. El destacado biblista católico italiano Gianfranco Ravasi nos dice que “la vocación es un éxodo, un desinstalarse de una situación aceptada, quizá amada, para embarcarse en una aventura, en un riesgo con Dios”.

Dios llama a personas humildes

Llama la atención que los personajes de nuestros textos dan señales de humildad, al reconocer su naturaleza pecadora y, por tanto, indigna delante de la presencia viva de Dios. Eso hacen Isaías y los pescadores de Genesaret. También Pablo se reconoce como el menor y el último de los apóstoles, ni siquiera merecedor de ese título, por cuanto persiguió a la iglesia de Jesucristo. El propio Jesús es otro gran ejemplo de humildad. El milagro de la pesca abundante está en función de una necesidad humana y no para hacer alarde y engrandecerse a sí mismo. Jesús nos dirá en otro pasaje del evangelio: “el que se humilla será enaltecido, y el que se enaltezca a sí mismo será humillado” (Lc 18,14). El Salmo 138,6 nos recuerda que el Señor “ve a los humildes y distingue de lejos al orgulloso”.

Dios llama a personas humildes, hombres, mujeres, niños y ancianos para que se conozcan a sí mismos y puedan identificar sus limitaciones y defectos. Pero también para que sepan cómo convivir con ellos, cómo irlos superando, de modo que esas limitaciones no dañen a otras personas. La arrogancia, la prepotencia, la autosuficiencia, el narcisismo, el creernos el centro del universo son conductas que nos impiden comprometernos con el llamado de Dios, porque sólo nos hacen vivir para nosotros mismos y no para los demás. En ese sentido, Pablo nos dice algo tremendo: “por la gracia de Dios, soy lo que soy”. Dios es la fuente de toda humildad y nos llama a colaborar con su misión en esa misma condición. Es imposible existir si no se es humilde.

Dios llama a personas humildes para servir

De acuerdo con los pasajes que estamos estudiando, el servicio tiene tres dimensiones importantes:

· Identificarse con la necesidad del pueblo
· Compartir con la gente los espacios comunes, convivir, ser uno más
· Colocar desafíos y brindar esperanza

El propósito de Dios al llamarnos es el servicio, el ofrecimiento de nuestra vida y nuestras capacidades para la extensión de su reino y su justicia. Pero este llamado no está exento de renuncias y riesgos. Isaías es llamado para profetizar a un pueblo sumido en la inestabilidad política y militarmente amenazado, pero el pueblo no lo escucha. Será una tarea ingrata, pero ese es su llamado. Isaías también enfrenta a los líderes políticos y religiosos con su corrupción y su falta de responsabilidad, recordándoles que la comunión con Dios y la justicia con los más débiles deben ir de la mano, que la fe y la misericordia no andan por caminos distintos.

Pablo tendrá que enfrentar incomprensiones, maltratos, cárcel, pero afirma que de esa manera tiene la oportunidad de participar de los sufrimientos de Cristo. Pablo se convirtió en un misionero errante que supo ganarse la vida con el trabajo de sus manos, compartiendo con familias y comunidades en diversos contextos de vida, respetando y exaltando los valores culturales de cada pueblo a la vez que denunciaba las prácticas que atentaban contra la vida y la dignidad de las personas.

Los apóstoles que en un tiempo fueron pescadores también seguirán el camino difícil del maestro de Nazareth, y la ofrenda de sus vidas sirvió y seguirá sirviendo de inspiración para muchas generaciones de cristianos y cristianas. Llama poderosamente la atención que justamente en el momento en que aquellos hombres obtienen la mayor pesca de su vida, lo dejan todo y siguen a aquel extraño que les ofrece un trabajo desconocido. Jesús ofrece un servicio a sus amigos pescadores compartiendo su angustia, dándoles ánimo, montado en su barca, ayudándoles a sacar las redes llenas de peces.

Guillermo Carey, más conocido como William Carey, es uno de los más importantes misioneros de la modernidad. De origen inglés, trabajó gran parte de su vida en la India, y comprendió que el anuncio de las buenas noticias debía pasar por un servicio genuino y respetuoso al pueblo. Impulsó numerosos proyectos educativos, y tradujo la Biblia, o porciones de la misma, a varios idiomas hindúes. En las escuelas superiores que Carey ayudó a organizar se estudiaban a la vez las Escrituras cristianas y los libros sagrados de la India. Denunció también prácticas culturales en aquel pueblo que atentaban contra la vida de personas inocentes. La visión amplia de Carey influyó en la formación de muchos misioneros del siglo XIX.

Otras fueron las vocaciones del joven católico José Antonio Echevarría, del joven bautista Frank País y del sacerdote Guillermo Sardiñas, quienes entendieron que la mejor manera de ser coherentes con el llamado de Dios en el momento histórico que les tocó vivir era participar en las luchas por la liberación de la patria. En los tiempos de revolución, la iglesia cubana ha desplegado una importante vocación profética, denunciando formas de discriminación –incluida la religiosa– y contribuyendo, desde los valores éticos del evangelio, a la conformación de una nueva sociedad, en la que el esfuerzo por el bienestar común no excluya la realización personal, la diversidad de criterios y las muchas maneras de entender y vivir la vocación revolucionaria.

En las últimas décadas hay una expresión que se ha hecho recurrente en el ámbito de las iglesias evangélicas cubanas: “Cuba para Cristo”. Existe incluso un himno con ese título. Sin embargo, si invertimos la frase podríamos comunicar mejor el significado del llamado evangélico: “Cristo para Cuba”. El lema evangelístico “Cuba para Cristo” contiene al menos tres intenciones que he podido corroborar por experiencia propia: 1) “Cuba para Cristo” equivale a “Cuba para las iglesias”; 2) “Cuba para Cristo” afirma la conversión a la fe evangélica como la única solución a nuestros problemas nacionales; 3) “Cuba para Cristo” desvaloriza y condena cualquier otra práctica religiosa o forma de espiritualidad.

Estas posiciones entran en abierta contradicción con la esencia de la vocación cristiana que los pasajes leídos nos proponen. Primero: la razón de ser de las iglesias es servir al pueblo en el nombre de Jesucristo. La vocación implica salir, descolocarse, que por medio nuestro el amor de Jesús llegue a las personas, esto es, “Cristo para Cuba”. El llamamiento cristiano no se verifica sólo en los templos sino también, y fundamentalmente, en el testimonio cotidiano de la fe. Segundo: el anuncio del evangelio debe dialogar y enriquecerse con lo mejor del pensamiento cubano, con nuestras tradiciones, nuestra historia y nuestra riqueza
cultural. De ese encuentro fecundo podrán nacer caminos de restauración que preserven una sociedad justa y solidaria. Tercero: la fe cristiana no puede definirse o sostenerse en contraposición a otras experiencias religiosas. Su valor le viene de sí misma, sobre todo de su ética, una ética que afirma la vida en toda su diversidad.

Como iglesia de Jesucristo, hemos recibido un llamado y Dios lo reafirma hoy. Nos llama a servir, sin aferrarnos a privilegios o posesiones, a salir de nuestro camino para colocarnos en el camino del otro, identificando necesidades, compartiendo y creando comunidad de iguales, comunidad de vida, de esperanza. La vocación cristiana en nuestros días tiene un importante ingrediente ético: recuperar la humildad, la honestidad, la integridad de carácter, el valor del ser humano por lo que es y no por lo que tiene. El gran desafío es acompañar a las personas en su camino vocacional para que el impulso más fuerte de sus corazones encuentre eco en los clamores de nuestra sociedad y nuestro mundo. Así podrá el ser humano encontrarse a sí mismo y encontrar un lugar donde sentirse útil y amado. La vocación verdadera es el camino de la reconciliación verdadera.
Sabemos que este camino no es fácil, pero Dios ha prometido su compañía. Aun en los tiempos difíciles en que nuestra vocación entre en crisis, las dificultades crezcan y sintamos la fuerte tentación de renunciar a nuestro llamado, su Palabra será como un fuego incontenible que nos consume y que no podemos apagar (Jer 20,9) y podremos, en cualquier circunstancia, decir como Pablo: “Ay de mí si no anuncio el evangelio” (1 Co 9,16).

Que Dios permita que sigamos respondiendo a su llamado y que, humildemente, podamos servir; que podamos ser instrumentos de su bendición, de manera comprometida, de manera responsable. Que así sea.

*—-Texto del sermón pronunciado en la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao el 4 de febrero del 2007.

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