El legado de Martin Luther King

Gerald Lenoir

Primero quiero agradecer la invitación del Programa de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), La Casa de los Amigos, el Movimiento Migrante Mesoamericano y otros convocantes que han hecho posible mi asistencia a este Primer Simposio Internacional Interdisciplinario dedicado al Dr. Martin Luther King. Es realmente un honor participar en un evento de esta índole en suelo mexicano para honrar a un líder que ha desempeñado un papel tan importante en la lucha por la paz y la justicia en los Estados Unidos y el mundo. La realización de este evento es una prueba más de la relevancia del Dr. King para los pueblos y las luchas en el continente americano y en todo el mundo.
Me cuesta trabajo creer que ya han pasado cuarenta años de su asesinato. El 4 de abril de 1968 yo era un estudiante de segundo año de licenciatura en la Universidad de Wisconsin en Madison. Como la mayoría de los afroestadounidenses me sentí atónito, triste e indignado por el asesinato de un hombre que había luchado por la justicia, el amor y la no violencia. Esa noche marchamos, lloramos y nos comprometimos a hacer lo posible para que la muerte del Dr. King no fuera en vano.
Como parte de las secuelas inmediatas de su muerte, los estudiantes afros del campus nos organizamos para exigir la creación de un programa de estudios negros en la Universidad de Wisconsin. Nuestra lucha, apoyada por muchos estudiantes blancos, sentó las bases para una huelga generalizada en la universidad, y por primera vez en su historia fue ocupado el campus por tropas de la Guardia Nacional. Fuimos golpeados, detenidos y algunos expulsados definitivamente, pero logramos triunfar.
Al iniciarse el año escolar en septiembre de 1969 se creó un Departamento de Estudios Afroamericanos como resultado de esos esfuerzos, y como expresión de la inspiración del ejemplo del Dr. King. Nos comprometimos a honrar su memoria dándole continuidad a su legado de acción no violenta directa a favor de la igualdad social.
Durante los próximos días, muchos en los Estados Unidos y en todo el mundo honrarán al Dr. King como un gran líder del movimiento estadounidense a favor de los derechos civiles. Y así debe ser. Luchó con todas las fibras de su ser material, intelectual y espiritual para lograr la liberación de su pueblo –el pueblo negro de los Estados Unidos– de las ataduras del sistema de segregación racial (conocido como “Jim Crow”, en el sur del país) y de la explotación racial en general.
Pero recordar al Dr. King simplemente como un líder a favor de los derechos civiles implicaría cometer una injusticia con el significado más amplio y profundo de su vida y su legado. El Dr. King logró trascender las divisiones de raza, clase y nacionalidad para transformarse, con el transcurso de su vida, en un luchador a favor de la justicia económica y social para todos los pueblos del mundo. Ya en el momento de su asesinato en 1968, el Martin Luther King Jr. que había encabezado el boicot de los autobuses del transporte público en Montgomery, Alabama, en 1955, había evolucionado de líder incipiente de la lucha a favor de los derechos civiles a luchador a favor de los derechos humanos a escala mundial. Promovía lo que yo caracterizaría como una variante de la Teología de la liberación adaptada a las condiciones que enfrentaban los afroestadounidenses en el siglo XX. En cuanto a las raíces de ese compromiso en su fe, dijo el Dr. King:

Una religión fiel a su esencia tiene que preocuparse de las condiciones sociales del ser humano… Cualquier religión que profesa preocuparse de las almas de los seres humanos y no de las condiciones de los tugurios que los condenan a la miseria, las condiciones económicas que los asfixian y las condiciones sociales en que están sumergidos, es una religión tan seca como el polvo.1

El Dr. King combinaba sus creencias religiosas con un análisis concreto de las condiciones sociales y con una búsqueda de su transformación. Denunció más de una vez la “triple amenaza” del racismo, el militarismo y el materialismo. Abogaba también por una “revolución de los valores” y por un nuevo orden mundial. En su discurso “Declaración de independencia de la guerra en Vietnam”, pronunciado el 4 de abril de 1967 en la Riverside Church de la ciudad de Nueva York, dijo:

Una verdadera revolución en los valores nos llevará a cuestionarnos la justicia de muchas de nuestras políticas pasadas y presentes. Cierto que estamos llamados a jugar el papel de buenos samaritanos en el camino de la vida, pero eso sólo será un primer paso. Un día tendremos que reconocer que todo el camino de Jericó tendrá que ser transformado para que los hombres y las mujeres no sean constantemente golpeados y robados al hacer su travesía por los caminos de la vida. La verdadera compasión implica mucho más que regalarle una moneda a un mendigo. Implica entender que una estructura social que produce mendigos requiere ser restructurada.

Y concluyó:

Una verdadera revolución en los valores tendría que problematizar los grandes contrastes prevalecientes entre la pobreza y la riqueza. Con indignación justiciera extenderá su vista a través de los mares y tomará nota de los capitalistas de Occidente que invierten grandes sumas de dinero en Asia, Africa, y la América Latina, sólo para extraer ganancias, sin preocuparse por la mejoría social de estos países, y dirá: “Esto no es justo.” Evaluará nuestra alianza con los terratenientes de la América Latina y dirá: “Esto no es justo.” La arrogancia occidental que implica sentir que puede enseñárselo todo a los demás y no tiene nada que aprender de ellos, tampoco es justa.

En ese mismo discurso el Dr. King exigió el retiro inmediato de las tropas estadounidenses de Vietnam, y calificó al gobierno estadounidense como “el mayor causante de la violencia en el mundo contemporáneo”.
Fueron sumamente polémicas sus declaraciones contra el gobierno estadounidense en ese momento histórico. Sabía que su postura en contra de la guerra de Vietnam y su llamado a favor de la justicia económica producirían una reacción adversa. Algunos de sus asesores le advirtieron que no debía seguir ese camino, pero siguió adelante contra viento y marea.
El Dr. King consideraba que los fenómenos del racismo, el militarismo y la explotación económica estaban profundamente entrelazados. Exploró este tema en su discurso en la Riverside Church:
A todos aquellos que me preguntan: “¿no es usted acaso un líder por los derechos civiles?”, pretendiendo con ello excluirme del movimiento a favor de la paz, les contestaré lo siguiente. En 1957, cuando algunos de nosotros fundamos la Southern Christian Leadership Conference (Conferencia de Líderes Cristianos del Sur), acuñamos el siguiente lema: “Para salvar el alma de los Estados Unidos”. Estábamos convencidos de que no podíamos limitar nuestra perspectiva a ciertos derechos para los negros, sino, por el contrario, teníamos la convicción de que los Estados Unidos nunca serían un país libre ni podrían ser rescatados de sí mismos a menos que los descendientes de sus esclavos fuesen liberados de los grilletes que aún llevan.

Ahora bien, debería quedar meridianamente claro que nadie que se preocupe por la integridad moral de los Estados Unidos de hoy puede ignorar la guerra que está teniendo lugar en Vietnam. Si el alma de los Estados Unidos resulta totalmente envenenada, la autopsia debe rezar: “Vietnam”. Nuestra nación nunca podrá alcanzar la salvación mientras destruya las más sentidas esperanzas de los seres humanos de todo el mundo.

El Dr. Martin Luther King, Jr. que honramos hoy era un hombre de una visión de largo alcance y de una convicción religiosa profunda, y se caracterizaba por un don incisivo de análisis y por un compromiso con las acciones decididas. Su comprensión del mundo y su compromiso con la acción directa no violenta son tan relevantes y vigentes en la actualidad como hace cuarenta años.
Hoy enfrentamos los mismos temas –racismo, militarismo y materialismo– que el Dr. King denunció con tanta elocuencia y contra los cuales luchó. En los Estados Unidos, este triple “eje del mal” está dirigido contra la clase trabajadora, especialmente contra los sectores pertenecientes a las minorías raciales y étnicas, que tienen que soportar el impacto fundamental de la recesión económica, el resurgimiento de la ideología de la supremacía racial blanca, y la continuidad de una guerra ilegal e inmoral en Irak. Y la política exterior, militar y comercial de los Estados Unidos está, además, alineada contra los intereses de los países y pueblos del Sur y a favor de las élites sociales y económicas norteamericanas.
Yo crecí en la época de la Guerra de Vietnam, cuando un supuesto incidente de “agresión” de Vietnam del Norte contra un navío estadounidense en el Golfo de Tonkin sirvió como pretexto para una escalada feroz del conflicto. Después se estableció con toda claridad que ese incidente había sido una mentira burda que costó la vida a miles de vietnamitas y soldados estadounidenses. Hoy estamos enfrascados en una guerra “preventiva” iniciada por los Estados Unidos con el pretexto de la supuesta complicidad del gobierno iraquí con los ataques del 11 de septiembre y su posesión de “armas de destrucción masiva” que tenía la intención de utilizar contra los Estados Unidos y sus aliados. Y una vez más son el pueblo iraquí y los soldados de los Estados Unidos los que están pagando el precio que implican las ambiciones imperialistas de un gobierno fuera de control.
Y durante las últimas tres décadas en los Estados Unidos hemos sufrido el embate de un asalto a nuestros derechos civiles, constitucionales y humanos, la criminalización y encarcelación masiva de nuestros jóvenes afros y de origen latino en un volumen sin precedentes, la militarización de nuestra frontera sur, un deterioro marcado del medio ambiente y un aumento de sus efectos en nuestra salud, un retroceso en nuestros niveles de vida, y la transformación de los inmigrantes pertenecientes a minorías raciales y étnicas en chivos expiatorios de nuestros males económicos.
En el contexto de mi trabajo en el movimiento a favor de los derechos de los inmigrantes, he sido cuestionado con insistencia por mis pares: ¿qué hace un hombre negro nacido en los Estados Unidos en esa trinchera? Se me sugiere que el pueblo negro de los Estados Unidos ya tiene suficientes problemas propios que atender.
Mi respuesta es afirmar que el movimiento a favor de la justicia racial y el movimiento a favor de los derechos de los inmigrantes deben unirse para formar un nuevo movimiento a favor de los derechos humanos que impugne y desafíe las políticas y prioridades erróneas de nuestro país. La Black Alliance for Just Immigration se fundó con esa intención.
El Dr. King dijo: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todas partes”. Nosotros les decimos a los afroestadounidenses que tenemos que entender que cuando los inmigrantes de países árabes e islámicos son arbitrariamente perseguidos por su “perfil” racial y religioso, denigrados al llamarlos “jinetes de camellos” y “cabezas de trapo”, encarcelados sin fundamento y detenidos indefinidamente, ello constituye una amenaza para nuestra propia libertad. Cuando los haitianos que arriesgan sus vidas en embarcaciones precarias para huir de la persecución política y las privaciones económicas son detenidos y deportados; cuando los comentaristas de programas de radio y televisión de derecha lamentan el “cambio de color” del país hacia un tono demasiado moreno y lanzan arengas contra los “inmigrantes ilegales” mexicanos que están “invadiendo” nuestro país; cuando el Ku Klux Klan se transforma en los Minutemen y los White Citizens Councils (Consejos de ciudadanos blancos) se visten con el nuevo ropaje de la Federation of Americans for Immigration Reform (Federación estadounidense a favor de una reforma migratoria); cuando nuestro gobierno aplica políticas que implican la vigilancia y el espionaje de sus propios ciudadanos sin autorización judicial y el traslado de inmigrantes a través de los trechos más extensos de un desierto traicionero y peligroso; cuando realiza redadas en lugares de trabajo, hogares y escuelas, y deporta a miles de inmigrantes indocumentados, amenaza también nuestros propios derechos civiles, humanos y constitucionales.
Los afroestadounidenses conocemos demasiado bien el trallazo seco del racismo. Hemos luchado en su contra durante generaciones. Nuestro mensaje al pueblo negro de los Estados Unidos es que no podemos quedarnos cruzados de brazos mientras se les imponen estas agresiones racistas a nuestros hermanos y hermanas de Africa, Asia, la América Latina y el Caribe. Tenemos una causa común con los inmigrantes de minorías raciales y étnicas: la lucha contra un sistema profundamente arraigado de racismo institucional y estructural y de ideología de supremacía blanca.
Los afroestadounidenses siempre hemos contado con aliados en nuestra lucha por la emancipación, los derechos civiles y la justicia social y económica. Hoy nuestros propios intereses como pueblo obran a favor de solidarizarnos con los inmigrantes de minorías raciales y étnicas que resisten el embate de la agresión derechista que nos amenaza a todos. Tenemos que cuestionar los discursos prevalecientes en los medios y círculos afines de derecha y comenzar a entender la lucha de los inmigrantes en sus países de origen y al llegar a los Estados Unidos.
Desde luego, esta alianza tiene que ser biunívoca. Frecuentemente hemos tenido que recordarles a los activistas a favor de los derechos de los inmigrantes y sus comunidades que deben comprender y valorar en toda su amplitud los aportes y el significado histórico de los movimientos de derechos civiles y a favor del poder negro y comprender la situación cotidiana de los afroestadounidenses. Los instamos también a examinar críticamente los estereotipos sobre los afroestadounidenses promovidos por la cultura dominante y a construir alianzas alrededor de una amplia gama de temas convergentes que afectan a nuestras comunidades. El pueblo negro de los Estados Unidos y las comunidades de inmigrantes tienen que emprender un diálogo continuo y establecer relaciones sólidas construidas sobre la base del respeto mutuo y de los principios de unidad política, para beneficio de todos. Esta es una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo.
Pero el diálogo tiene que ir mucho más allá de las fronteras, como este de hoy. Tenemos que desafiar la complicidad entre las elites de nuestros países, que conspiran para violar nuestros derechos humanos y para beneficiarse de la explotación de nuestro trabajo, nuestra tierra y nuestros recursos naturales.
El 20 y 21 de abril, el presidente Bush, el presidente mexicano Felipe Calderón y el primer ministro canadiense Stephen Harper se reunirán en una cumbre en Nueva Orleans para discutir la ampliación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y otros temas. Simultáneamente, activistas, sindicalistas e investigadores de México, los Estados Unidos y Canadá se reunirán para refutar la desinformación prevaleciente sobre los impactos del TLCAN. En fecha reciente, los candidatos presidenciales estadounidenses debatieron también la significación del TLCAN.
El único candidato presidencial que ha afirmado, como nosotros, que el TLCAN ha sido un factor importante en el aumento de los flujos migratorios hacia los Estados Unidos ha sido Barack Obama. Hemos afirmado también que como resultado del TLCAN, México ha abierto sus mercados a productos agrícolas subsidiados procedentes de los Estados Unidos. Las consecuencias incluyen el hecho de que tres millones de agricultores mexicanos no han podido competir con estos productos y han perdido su tierra y sus medios de subsistencia. Muchos de ellos han emigrado a los Estados Unidos en busca de trabajo.
Esas y otras políticas semejantes del gobierno de los Estados Unidos y de la Unión Europea han distorsionado las economías de gran parte de Asia, Africa y la América Latina. Los procesos de globalización económica y la codicia de las grandes empresas transnacionales han sido factores claves de este tipo de desplazamiento y migración. Según informes de las Naciones Unidas, más de dos mil millones de personas en el mundo son inmigrantes. No podemos fingir ceguera ante las acciones y las consecuencias de la conducta de nuestro gobierno y de estos actores empresariales.
En el transcurso de diálogos con comunidades afroestadounidenses en los Estados Unidos hemos señalado que las fuerzas de la globalización económica impactaron a las comunidades negras durante la década de los setenta, en la primera fase del proceso actual de globalización. En el mismo momento que se les abrían las posibilidades de contratación a los afroestadounidenses en industrias como la automotriz, la de producción de llantas y caucho y la del acero, estas plantas huían hacia Taiwán o México o algún otro lugar del mundo para reducir sus costos laborales, eludir la aplicación de leyes laborales y ambientales y en busca de un ambiente empresarial más “amistoso”. Así se evaporaron los logros económicos de los afroestadounidenses por los que tanto habíamos luchado y sacrificado. Y es así como se ha sometido a los pueblos del Sur a condiciones inhumanas de trabajo con sueldos de miseria. Esto se mantiene hoy en las maquiladoras de México y de Bangladesh. Lo que planteamos, entonces, a la luz de esa realidad en que estamos sumidos juntos, es que los afroestadounidenses, los inmigrantes de minorías raciales y étnicas y los pueblos del Sur tenemos una base común para emprender una lucha conjunta en contra de los impactos negativos de la globalización y a favor de la justicia social y económica para todos.
Tenemos que construir la unidad entre nosotros y nuestras luchas mas allá de los límites de nuestras motivaciones inmediatas, creencias religiosas, convicciones humanitarias, o principios políticos; más allá de las divisiones impuestas por nuestras identidades raciales, étnicas, de género, orientación sexual y fronteras nacionales, para fundar un movimiento mundial a favor de la justicia social y económica para todas y todos. Empleando el análisis crítico, construyendo alianzas estratégicas y participando en la acción directa no violenta a escala mundial, venceremos. Ese es el legado del Dr. Martin Luther King, Jr. Ese es el desafío del siglo XXI. ¡Sí se puede!

México D.F., 3 de abril del 2008.

Traducción de Camilo Pérez Bustillo

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