No es nada fácil para mí estar hoy aquí frente a ustedes y desempeñar el papel de akpwon, aporín, es decir, de narrador, de yeli, sobre todo cuando el tema que estamos abordando es tan trascendente. Es una herida abierta en nuestra isla desde principios del siglo xvi, cuando los primeros españoles entraron en contacto con la población aborigen y la sometieron al sistema de encomienda, la aniquilaron con sus maltratos, la obligaron a lavar las arenas auríferas en los ríos o a cavar en busca de otros metales preciosos.
A partir del momento en que se inició en nuestra isla lo que un periodista chileno describió en un libro que les recomiendo a todos, que se llama La conquista erótica de las Indias, y que se publicó en España durante las conmemoraciones del Quinto Centenario, es decir, a partir del momento en que esos primeros españoles llegaron a Cuba y se apropiaron de la vida de los hombres y las mujeres –avasallaron a esas mujeres, les hicieron hijos, los primeros mestizos, que luego murieron a causa de las epidemias traídas de Europa– se inició el maltrato, la conquista a fuerza de fuego, hierro, cruz sangrante y espada llameante. A partir de ese momento se inició uno de los capítulos más oscuros, no solo de la historia de Cuba, sino de todo nuestro continente: las relaciones interraciales desastrosas que se iniciaron en el siglo xvi con la conquista de nuestro continente por los europeos. En plena expansión renacentista, los españoles no solo conquistaron las tierras, sino también los cuerpos y los redujeron a la categoría de semovientes, llegaron a negar hasta su condición humana diciendo que no tenían alma. Por último, los sumergieron en lo más profundo de la pirámide social como fuerza de trabajo bruta.
Ahí se inició este drama, el drama de las relaciones interraciales y de las prácticas racistas, que ha durado más de cinco siglos. En nuestro continente ese es un trauma de millones de hombres y mujeres porque, a partir de ese momento, las potencias colonialistas europeas implantaron una estructura de castas según la cual el color de la piel, la forma de los cabellos, la nariz y los labios decían si se era un ser humano o un semoviente, un objeto. Eso ha traumatizado tanto a millones de personas y sigue traumatizando tanto, que se olvidan las motivaciones verdaderas de ese proceso de subordinación, explotación, discriminación, que son las motivaciones económicas.
Al establecerse una sociedad dividida en castas coloridas, el color se convirtió –en mi opinión– en lo más negativo que le ha dejado la colonización europea al llamado Nuevo Mundo. Junto a la explotación económica, junto a los genocidios, está esa enajenación de la que no nos hemos podido librar.
Pocos años después de la llegada de los españoles a Cuba y a otras áreas del Caribe, comenzaron a llegar negros procedentes de España, los llamados negros horros, y también de África, en cautiverio. Y digo los llamados negros, porque esa denominación es un invento de los europeos para designar a otros hombres que eran diferentes en cuanto a su genotipo. Se trata de un vocabulario venenoso, maligno, que aún hoy pesa sobre nuestras cabezas como una espada llameante; sin embargo, todavía hay personas que se resisten a que lo eliminemos del habla cotidiana.
El español es una lengua imperial, no olvidemos nunca eso, una lengua que se impuso a todas las demás etnias de la península ibérica también a fuego y espada, y que terminó por expandirse por el resto del mundo como una lengua imperial. Una lengua que más tarde nuestros antepasados cimarrones, indígenas, asiáticos y blancos pobres fueron cimarroneando y trasmutando en lenguas nacionales mediante las cuales se expresaban nuestras ansiedades, nuestras utopías, nuestras frustraciones, nuestras rebeldías. Pero el español es una lengua cuyos términos mantienen hoy una carga tremendamente destructiva, sobre todo cuando designan a otras personas que no tienen la piel clara. En español, el blanco es pureza, luminosidad, creatividad, altura; el negro es oscuridad, suciedad, mugre, podredumbre; mulato significa hijo de mula, estéril. Por tanto, esas son denominaciones inventadas por las clases dominantes para humillar, para subordinar, para recordarle constantemente a ese sector de nuestra población sus orígenes: el barracón, el látigo, el cepo o el ayuntamiento violento de la mujer negra con los dominadores. Todos sabemos que al principio no abundaban las mujeres blancas en América; por tanto, los impulsos genéticos, eróticos de los europeos y conquistadores se tuvieron que satisfacer primero con las indias, después con las negras, después con las mulatas, y ocurrió entonces, como dice el periodista chileno, la verdadera conquista erótica de las Indias.
Pues bien, esta terminología hace del negro sinónimo de sucio, del blanco sinónimo de pureza, del mulato sinónimo de esterilidad, “paradoja esta, porque también se identifica al mulato como símbolo de la sexualidad, el erotismo, y la mulata como arquetipo del erotismo, es la Magdalena, o la Salomé, o la Eva origen del impulso pecaminoso”. Sin embargo, se olvida que mulatas eran también Mariana Grajales, María Cabrales y tantas y tantas heroínas de nuestra patria, que posteriormente se han convertido en científicas, escritoras, arquitectas o simples madres, hermanas, tías, abuelas, bisabuelas, hijas o nietas. O sea, esa terminología nefanda y nefasta surgida en el período colonial se sigue utilizando con el mismo sentido despectivo. Refleja que la herida permanece abierta en el cuerpo, en el alma de la Isla y el pueblo de Cuba. La discriminación racial, la práctica del racismo, son sinónimos de la xenofobia y el chovinismo, porque excluyen a un grupo minoritario o mayoritario, encierran en un microuniverso en el que se es el centro, el único que puede determinar lo que es bueno, lo que es noble. Todo lo que sea diferente a uno, es decir, a los intereses económicos, sociales, políticos, culturales propios, a la hegemonía propia como centro de ese universo conquistado, se torna peligroso, vulgar, marginal y debe ser destruido o digerido (y todo lo que se ingiere, después se expulsa como excreta).
Yo creo que el racismo es proteico: se reinventa de forma permanente, se reconstituye y adquiere millones de máscaras, millones de rostros de yagruma. Hace unos diez años nos reunimos en la Fundación Fernando Ortiz y tratamos esta temática. Allí hice un recordatorio, porque no solo debemos recuperar la memoria, sino el olvido, como complemento dialéctico. Recordaba en aquel momento que a fines del siglo xviii ya se discutía la problemática de los llamados negros, se hablaba sobre el negro, sobre qué hacer con el negro. Junto a la epopeya del pueblo cubano, que logró levantarse de los barracones, los palenques, los bohíos y las casas de los barrios más humildes citadinos, fue naciendo una identidad a contrapelo de la mayoría, que eran los descendientes de los conquistadores españoles. Porque no olvidemos que mientras América luchaba por su independencia –una independencia frustrada en aquellos primeros años del xix por la falta de un proyecto social que incluyera a las grandes mayorías indias, negras, mestizas, mulatas o asiáticas–, Cuba se fue quedando atrás. Esa mayoría que detentaba el poder económico disfrutaba, además, de lo que se llamaba privilegios de color, por tener la piel blanca. No olvidemos nunca eso.
Y sin embargo, en las capas populares, esas capas de piel más oscura, de rasgos no helénicos, se fue gestando una nueva identidad. Como bien dice Fernando Ortiz “y a veces la gente no lee los textos de Fernando Ortiz, o los lee y asimila lo que le conviene”, la cubanía no llovió desde arriba, sino que surgió desde abajo. Esto mientras muchos, o la mayoría de los descendientes de españoles, hasta principios del siglo xix, defendían la integración, la integralidad del español, hasta el punto que a esta tierra le decían la siempre fiel isla de Cuba, y eso no es por gusto. Sin embargo, las capas populares, esas capas surgidas de la opresión más discriminada, de la exclusión paupérrima, analfabeta, fueron fusionando esos diversos patrimonios y, sobre los remanentes genéticos y culturales de nuestra población aborigen, se enraizó un nuevo sentimiento de pertenencia, una cubanía que no llovió desde arriba, sino que surgió de las cementeras más raigales de nuestros países. Y a esos sustratos originales se fusionaron las aportaciones de origen africano, de origen europeo, de origen asiático, venidas de las Antillas o de la América continental. Al mismo tiempo, las expresiones culturales, tanto de la cultura material como de la espiritual, se iban separando más de los patrones importados e impuestos por la metrópoli colonial, y se iba gestando algo cubano, y por supuesto no me refiero al concepto de lo cubano de José Antonio Saco o Domingo del Monte; no olvidemos que para ellos cubanos eran los blancos, en un momento en que más del 50 % de la población de Cuba era afrodescendiente. A pesar de esta paradoja, la identidad nuestra seguía su marcha: brotó de los sectores de artesanos, de los pequeños campesinos, de los cimarrones. Surgió nuestro ejército mambí, que al principio, como todos sabemos, estaba dirigido por hombres de las clases altas, pero que poco a poco, a lo largo del fragor de la batalla, fue dejando mayor protagonismo para las masas, que dejaron de ser paisaje, hasta llegar a fines del siglo xix con las figuras supremas de Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Martí y tantas y tantos otros.
La cultura cubana se fue gestando, fue surgiendo e imponiéndose a contrapelo. El concepto racial era tan fuerte que la música, por ejemplo, que es la expresión cultural más universal creada por nuestros pueblos y donde se expresan todos los enfrentamientos clasistas y los choques interculturales que han tenido lugar en nuestra Isla, aun dando muestras nuestra musicalidad de que era distinta a los patrones importados, era rechazada. Ahora nosotros asumimos la contradanza cubana y asumimos el danzón, la danza, el son, la rumba y la conga, pero todas estas manifestaciones fueron despreciadas, denigradas; se decía que era música de negros. Si la gente se movía con un poco de sandunga, entonces estaban copiando las danzas vulgares de las negras y los negros en escandalosos tangos por las calles habaneras. Si un instrumento como el guayo intentaba sonar en una orquesta de la época, esta inmediatamente debía ser suprimida. Aun nuestro danzón fue rechazado. Y ni qué decir de los primeros años del siglo xx, en el que el racismo alcanzó un nivel extraordinario y se traicionaron todos los ideales y la sangre vertida por nuestros pueblos en la lucha contra el yugo español. Qué decir de esos primeros años del siglo xx, período en el que tiene lugar una de las mayores tragedias de Cuba, ocultada por los historiadores burgueses: al mismo tiempo que se mataba a miles de negros y mulatos que simplemente defendían sus derechos como cubanos amantes de su tierra y su país, la música misma era discriminada. El son se prohibió y cuando se tocaba son llegaba la policía y se llevaba presas a las personas y rompía los instrumentos. Es decir, no hay un momento en la historia de Cuba en el que el racismo no haya marcado nuestro devenir, adquiriendo, como ya dije, nuevos rostros proteicos, sobreviviendo contra viento y marea.
Al mismo tiempo, siempre lo mejor de nuestro pueblo se ha alzado contra el racismo, la discriminación, las expresiones más burdas de la explotación del hombre por el hombre. Hay una frase de Antonio Maceo, ese gigante de nuestra historia, que expresa las ideas, la ideología latente en las masas de esclavos, analfabetas, condenadas y humilladas, una ideología que ha sobrevivido mediante la oralidad, un aspecto de nuestra cultura tan poco estudiado. Qué curioso: no se le presta la suficiente atención a la oralidad cubana. Mediante la oralidad se ha trasmitido siempre el carácter contestatario, de cimarrón permanente, de los sectores más oprimidos de nuestra sociedad, y si se le hiciera más caso tendría que hacerse entonces otra lectura de la historia. Sabemos que la historia refleja los intereses de las clases en el poder y que a través de los siglos la han escrito los vencedores. Sin embargo, la oralidad es la contracorriente, y en ella hay otra lectura de los acontecimientos históricos. Eso explica por qué no se le ha prestado mucha atención a las oralidades cubanas, en especial, a las afrocubanas, que son el tema fundamental de este encuentro, gracias a esta revista que hoy vamos a disfrutar.
Yo recordaba entonces la expresión aquella de Antonio Maceo: “Los derechos no se mendigan, se conquistan con el filo del machete”. Evidentemente, ese es un pensamiento cimarrón; ahí no se habla de bajar la voz ni de ser un imitador de la forma de expresión de las clases dominantes. Es el mismo pensamiento de un cántico que entonaban las negras y los negros durante la conspiración de Aponte en las calles de La Habana, a principios de la segunda década del siglo xix:
_Francisco Mandinga se murió
Francisco Mandinga se murió
Donde come mi amo como yo
Francisco Mandinga se murió
Donde duerme mi amo duermo yo
Francisco Mandinga se murió
Donde jode mi amo jodo yo_
Parece un texto de Frantz Fanon, y expresa lo mismo: los derechos no se mendigan, se conquistan con el filo del machete. Es un texto de reafirmación de la cimarronía raigal de nuestra identidad, que tiene continuidad en otro texto que apenas se cita, también de nuestro gran Maceo: “Es importante la libertad, pero más importante es la igualdad”. Ahí está la cuestión. La igualdad es la aspiración suprema de todos los hombres y mujeres y, en nuestro continente, a principios del siglo xxi, todavía se lucha por la igualdad. De ahí los proyectos nuevos de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, y también la luminosa expresión de Evo: “reinventar nuestras naciones, reinventar nuestras identidades”. Solo cuando logremos alcanzar esa unidad extraordinaria, reinventar una nueva identidad, una nueva patria grande con todos y para el bien de todos, de la que desaparezca ese vocabulario venenoso que transmite los sentimientos de superioridad de unos pocos y hace que la mayoría siga padeciendo el complejo de inferioridad de sus traumas, que se quede enquistada y no dé un paso al frente para conquistar sus derechos con el machete, o con la espada o con el arco y la flecha, como dicen los símbolos de la República Bolivariana de Venezuela; solo en ese momento se conseguirá la razón de nuestro Maceo: la igualdad.
El racismo debe ser eliminado, pero no con simples palabras, sino con acciones concretas. Yo les recordaba a ustedes que hace diez años la Fundación Fernando Ortiz lo había planteado, y que a fines del siglo xviii se hablaba ya de esta problemática, y a fines del xix también. En aquella oportunidad, 1998 o 1999, hablábamos de lo mismo. Y ya han transcurrido ocho años del comienzo del siglo xxi y seguimos hablando de lo mismo. Yo les pregunto: ¿tenemos que llegar a fines del siglo xxi o a fines del siglo l para que erradiquemos esta temática de nuestro discurso o nuestro círculo de preocupaciones y se tomen las medidas precisas para eliminar los remanentes de racismo que afectan a determinados sectores de nuestra sociedad o a otros países hermanos de nuestro continente?
Yo creo que la publicación de este segundo número de Caminos dedicado al tema es un hito en esta lucha por erradicar los prejuicios raciales y los actos racistas que sobreviven en nuestras sociedades. Paradójicamente, nuestro proyecto social no tiene espacio para esas actitudes ni para esas concepciones enajenadas y enajenantes, pero aquí están. No olvidemos que en el anterior Congreso de la UNEAC [Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba] el Comandante en Jefe se reunió con nosotros y durante varias horas estuvo hablando sobre esta temática; hizo un análisis extraordinario de por qué habían logrado sobrevivir estas prácticas en nuestra sociedad, y nos aclaraba cómo hasta ahora seguían funcionando. Son las fuerzas proteicas de una ideología enfermiza. Y es terrible constatar cómo, precisamente en este momento, el racismo renace en otras partes del mundo. No hay más que mirar a Europa para verlo: las marchas racistas desde Portugal hasta Rusia, desde Sicilia hasta Suecia. Y las expresiones de racismo están presentes en los enfrentamientos en Asia, en África, en nuestra América. Es decir, es un problema que no nos atañe a nosotros los cubanos, es un problema crítico para la humanidad, para la supervivencia de nuestra especie. Y todo pequeño esfuerzo que se haga es positivo.
Esta revista ha sido concebida muy inteligentemente. En primer lugar, quisiera felicitar a los diseñadores por su bello emplane. En segundo lugar, a los editores por la selección tan inteligente y equilibrada de los contenidos. Desde el texto de nuestro amigo, hermano, asere, monina, ecobio, panga, yunta de los años, desde que estábamos en la Universidad, Fernando Martínez Heredia, hasta el texto de Walterio Carbonell, un texto seminal que puso los puntos sobre las íes en una época en que muchos historiadores se tapaban los ojos, se tapaban la boca y se tapaban los oídos como los tres monitos para no enfrentarse a una realidad que ya se veía sacar su oreja peluda en la década de los sesenta. Él dio el aldabonazo y llamó la atención, y ese libro fue una bomba en los medios historiográficos de nuestro país, porque les quitó la careta a muchos historiadores burgueses o pequeñoburgueses que portaban una versión de la historia de Cuba y que publicaban su interpretación de cómo se había fundado la nación o la cultura cubanas, en la que, por supuesto, los no blancos éramos simple paisaje exótico, fondo de una obra de teatro donde nunca habíamos sido protagonistas. Y vemos en la revista parte de ese libro ya clásico, muy nombrado, estudiado y valorado en el extranjero, y que con la nueva edición en Cuba se ha puesto un poco más al alcance de los jóvenes lectores cubanos.1
Pero podemos encontrar, además, textos como el de Esteban Morales, como el de Leyda Oquendo, en el que se vuelve a llamar la atención sobre el ideario antirracista de nuestro José Martí. También uno dedicado a Los jacobinos negros, otro de los textos sobre la historia de nuestro Caribe y sobre ese mundo al cual pertenecemos y que es nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, el Caribe, ese punto extraordinario de encontronazos durante siglos donde han surgido los pueblos nuevos, las culturas nuevas, como bien los definiera el gran sociólogo brasileño Darcy Ribeiro. Hay un texto muy interesante sobre la historia de la Iglesia etíope, tan poco conocida en el llamado mundo occidental, que ignora que Etiopía fue uno de los primeros países cristianos del mundo. Antes de que el cristianismo fuera oficial en Europa, ya el rey Izana había convertido a Etiopía en un país cristiano. Y de ahí podemos ver el devenir de varios milenios de esa civilización africana, profundamente cristiana. Se publican en este número de Caminos otros textos importantes, como el que nos habla de la formación política en Latinoamérica.
Esta revista es una joya. Por primera vez tenemos el privilegio, gracias a que vivimos en Cuba, de ver documentos del Partido Independiente de Color (PIC), las hermosas fotos de esos grandes cubanos, Evaristo Estenoz y Pedro Ivonet. Y es una muestra de cómo nuestro país, nuestro gobierno y las mentes más preclaras de nuestro pueblo, cómo la Inteligencia con mayúsculas se da cuenta de que, como dice un viejo proverbio bantú del Yabon “pasito a pasito se llega al cielo”, o “poquito a poquito los pájaros construyen su nido”.
Con la publicación de esta revista aportamos una nueva hebra, una nueva brizna, una nueva ramita a la construcción de ese gran nido en el que habiten los cubanos plenos que se librarán de todas las concepciones discriminatorias, raciales, de todo remanente heredado de ese período oscuro, nada romántico como algunos quieren ver, que se llamó la dominación colonial española en Cuba. Un período terrible, como el de cualquier otra dominación colonial, como la francesa, la inglesa, la holandesa, la danesa, de los siglos xvi, xvii, xviii o xix, o como las nuevas formas de colonización de nuestros siglos xx o xxi, que también son terribles, enfermizas y deben ser erradicadas.
Yo le doy las gracias a todo el conjunto de compañeros y compañeras de la revista, a los autores, diseñadores y editores que nos han puesto entre las manos esta segunda entrega de Caminos, una revista que se ha dado cuenta de que hay que develar el verdadero rostro de la historia, sin chovinismo ni xenofobia, de que la verdad y el derecho a la verdad histórica, como siempre ha dicho Leyda, es innegable, y hay que alcanzarlos para que alcancemos la realización humana.
Hay un texto que sería un complemento de este número que conmemora el centenario de la fundación del PIC, ya muy próximo también el centenario de esa terrible matanza que tuvo como escenario principal el sur de la provincia de Oriente y que dejó huella en la conciencia más profunda de nuestro pueblo. Porque, como decía el historiador Leckosvki en una polémica hace algunas décadas con otro historiador cubano, había tres momentos en los que la integración de la nación cubana había tenido un encontronazo y experimentado un retroceso: uno había sido Aponte; otro, la mal llamada Conspiración de la Escalera; y el otro, la llamada Guerrita del Doce. Esos tres acontecimientos terribles, sangrientos, marcaron la memoria colectiva de todos los sectores de nuestro pueblo, sobre todo de las familias afrodescendientes. Dudo que haya alguna familia de los mal llamados negros y mulatos por los que se autodenominan blancos, que no tenga una memoria, una abuela o una bisabuela que le haya contado esos sucesos. Yo soy de Matanzas y recuerdo una anécdota espeluznante que me contaba mi bisabuela. Si bien las grandes matanzas fueron en Oriente, las otras provincias no se libraron de los efectos terribles y desintegradores para la unidad de nuestra nación.
El texto al que me refería es un canto que recogí por Oriente, un canto de una anciana, Lucrecia Benet. Ella me lo dio en creole, pero después me senté con ella y lo traduje al cubano. Yo creo que es el complemento, y que expresa a plenitud esa eterna rebeldía, ese cimarronaje que ha caracterizado lo más raigal de nuestro pueblo. Dice así:
“Sobre el negro inocente”
Ay, José Miguel por qué mataste a tantos negros inocentes
Ay, José Miguel por qué mataste a tantos negros inocentes
Voy a llamar a Pedro Ivonet voy a llamar a Evaristo Estenoz
Ay mi dios, guerrillero soy, guerrillero
… Me desprecia porque soy carabalí
… Me desprecia porque soy carabalí
En la guerra del 68 yo fui mambí,
en la del 95 también yo fui
a defender a mi patria, la tierra donde nací
a defender a mi patria, la tierra donde nací
ya usted lo ve camará, ya usted lo ve camará
el negro carabalí luchó por la libertad
África, África, los tambores me hacen recordar
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Nota
1—Se refiere a Cómo surgió la cultura nacional, cuyo primer capítulo se incluye en este volumen [n. de las E.].