Entrevista a Cornel West

Henry Louis Gates, Jr.

H.L.G: ¿Cuál es la diferencia entre ser negro en 1997 y en 1967?

C.W: Creo que es una pregunta interesante. Por un lado, en 1967 los índices de probreza eran levemente mayores. Teníamos comunidades mucho más intactas. La clase media negra era más pequeña. Contábamos con una clase obrera industrial mucho más fuerte, aun cuando la desindustralización comenzaba a afectar a los trabajadores de la industria automotriz de Detroit y a producir motines obreros en Akron, Ohio. Había menos ejemplos de personas negras en posiciones cimeras de nuestra sociedad. No había un Colin Powell. No había un Kenny Chenault, el ejecutivo de American Express. Todos los puestos administrativos importantes, todos los directores de empresas eran, literalmente, blancos.

H.L.G: Exacto. Quizás había algún vicepresidente de relaciones con la comunidad o de personal…

C.W: Tienes toda la razón. Pero lo que resulta alarmante en 1997 es la erosión de los sistemas de ayuda y cuidados mutuos en los Estados Unidos como un todo, pero en particular en los Estados Unidos negros, de modo que hay más negros aislados, solitarios, alienados, especialmente en el seno de la clase obrera y de los trabajadores pobres, pero se observa en todos los estratos y es muy alarmante.
En 1967 teníamos un sentimiento de comunidad mucho más profundo que en 1997. Es importante que no se diga de una manera nostálgica, como si en 1967 las cosas hubieran sido maravillosas. En un sentido material eran mucho peores. Pero en términos culturales, en términos de conexión social, eran mucho mejores (…)

H.L.G: ¿Y cuánto de esto es estructural y cuánto tiene que ver con las conductas individuales? ¿En tanto líderes negros cómo podemos hablar de responsabilidad individual sin que la derecha se apropie de nuestro discurso? ¿Y cuánto de cambio estructural sin que se apropie de él la izquierda?

C.W: Ambos van de la mano. Lo que quiero decir es que siempre hay un rejuego muy delicado entre las acciones individuales y las condiciones institucionales. No existen las condiciones institucionales sin acciones individuales, ni las acciones individuales sin condiciones institucionales. Siempre existe la responsabilidad personal. Al mismo tiempo, siempre debería haber una responsabilidad social. No se debería hablar de una sin mencionar a la otra. Cuando hablamos de ambas creo que estamos reconociendo que siempre es posible que las personas trabajen de firme, se sacrifiquen y cambien sus vidas. Eso es cierto casi para cualquier condición social, como una especie de constante de la vida humana: incluso con el limitado lapso de tiempo de una vida, basta con sonreír para marcar una diferencia en la vida de las personas. Las personas tienen agencia; las personas tienen responsabilidad; las personas pueden optar por asumirlas. O se puede optar por ser muy malo. Eso es tan cierto en un campo de concentración como en Park Avenue.
Pero sabemos que las cosas son un poquito más complicadas, porque el poder, la riqueza, la influencia circulan de muy diversas formas. Por tanto, hará falta mucho más que una sonrisa para que el mundo se convierta en un mejor lugar donde vivir. Para eso hay que organizar, movilizar, presionar y ejercer poder contra varios status quos vigentes. Ahí es donde entra la mediación estructural. No hay cambio social importante posible sólo mediante acciones individuales e interpersonales. Se necesitan organizaciones e instituciones diferentes. Pero no hay organizaciones e instituciones por las que valga la pena luchar y morir sin que diversos individuos de esas instituciones, en especial sus líderes, desplieguen integridad, carácter y virtud individual.

H.L.G: ¿Qué ha pasado con nuestro pueblo en los últimos treinta años? Nos tratamos con una crueldad difícilmente imaginable en los sesenta.

C.W: Creo que cuando le LeRoi Jones escribió su libro Blues People en 1964, dijo algo muy profundo. Dijo que sus personajes no eran ni sentimentales ni cínicos, sino que eran gente del blues. El blues no tiene nada que ver con esas fantasías narcisistas de inocencia ni con las descripciones peterpanescas del mundo. Eso no lo podíamos aceptar. Pero la mayoría de nosotros no éramos cínicos tampoco. Digámoslo de esta manera: las tendencias cínicas no eran las dominantes. Todavía estábamos dispuestos a luchar, a sacrificarnos, a servir a otros, aun cuando ya no parecía que ello tendría mayores consecuencias o efectos.

H.L.G: Jugábamos con la ironía, pero no nos caíamos del otro lado.

C.W: Absolutamente. Esa es una manera muy gráfica de decirlo. Pero la ironía se mezclaba con la compasión en nuestros corazones. Es absolutamente posible ser irónico y cínico, pero en nuestro caso la compasión sofocaba el cinismo.
Creo que lo ha sucedido es resultado de la penetración de las sensibilidades de mercado, gracias a las cuales las personas intentan salir adelante por cualquier medio: con mentalidad de estafador, con una orientación gansteril. La gente siente que todo el discurso relativo a hacer algo porque es correcto y justo y moral no le permite salir adelante. Es una situación muy condicionada por el mercado, muy capitalista en el peor sentido de la palabra. Y también muy norteamericana. Los negros no tienen un monopolio del asunto, pero sin dudas ha penetrado en nuestras comunidades y nos ha robado una parte de nuestro espíritu.

H.L.G: ¿Qué podemos hacer?

C.W: Tenemos que hablar sobre el asunto con sinceridad. Tenemos que ser honestos con nosotros mismos, tenemos que llegar a saber por qué las cosas son como son, para que eso nos ayude a cambiarlas. No estamos atrapados para siempre en esa situación. Esto tiene que ver con el papel de los líderes.
Creo que tenemos una profunda crisis de liderazgo negro en nuestras comunidades. Probablemente los mejores líderes se encuentran en el nivel de la base, lo que los hace relativamente invisibles. Pero en cuanto al liderazgo regional y nacional, no tenemos suficientes líderes que digan la verdad y no tengan miedo. Parte de la popularidad de Louis Farrakhan tiene menos que ver con el contenido de su mensaje que con su imagen: la de un negro libre que dice lo que piensa audazmente y sin temor, que está dispuesto a pagar las consecuencias.

H.L.G: Y eso les encanta a los negros.

C.W: Eso les encanta a los seres humanos. Hay algo en la audacia, la valentía, en decir lo que uno piensa, que tiene que ver con la libertad. (…)
El problema es que necesitamos mucho más contenido moral. Necesitamos análisis más agudos de la riqueza, el poder y la influencia. Necesitamos ser capaces de entender el papel del poder empresarial y de los grandes bancos, tanto global como nacionalmente. Pero también necesitamos vincular la audacia y la valentía con un sentimiento de humildad, para estar siempre abiertos a otras voces y no asumir que tenemos un monopolio de la verdad. Si contáramos con una nueva camada de líderes –y creo que eso podría suceder en los próximos cinco o seis años– entonces la Norteamérica negra sería diferente. La Norteamérica negra avanzaría. Y cuando la Norteamérica negra avanza, los Estados Unidos avanzan.
Históricamente, cuando enfrentamos la cuestión racial de frente, como hicieran los abolicionistas, como hiciera la CIO1 cuando organizamos a los trabajadores semicalificados y no calificados blancos y negros en los sesenta, nacieron los movimientos feminista, lesbiano y otros, porque también se sintieron libres para decir la verdad sobre sí mismos y decir la verdad sobre el sufrimiento que les causaba el patriarcado, el heterosexismo, la homofobia y otras cosas por el estilo. Generalmente, han sido los voceros y los líderes negros los que han servido de catalizadores.

H.L.G: La Poor People´s Campaign2 tenía que ver con la economía, tenía que ver con las clases. Pero nadie se habría atrevido a usar la palabra clase en esa época. ¿Qué pasó?

C.W: Bueno, en primer lugar, el hermano Martin fue asesinado, y se necesitaba un líder con credibilidad y legitimidad para mantener unida esa alianza multirracial, especialmente en un momento en que diversos grupos estaba acentuando su identidad racial. Estaba la reacción blanca, que es política de identidad, y estaba el movimiento del poder negro, que es política de identidad. Ambos se enfrentaban. King intentaba crear una alianza multirracial en torno al tema de las clases y la desigualdad económica. De modo que lo que pasó fue, por un lado, el momento y el contexto, y por el otro, la pérdida de un gran líder. Si el hermano Martin hubiera vivido, aun así hubiera sido difícil, pero tenía mejores oportunidades que el hermano Ralph Abernathy, por más talentoso que este fuera.

H.L.G: Y entonces, lo que sucedió fue que Richard Nixon introdujo la acción afirmativa. ¿Quién se benefició de la acción afirmativa?

C.W: Algunos dirían que fue la clase media negra, pero la realidad es que fue más allá de la clase media. Trabajadores manuales negros, desde policías hasta bomberos, pasando por algunos trabajadores de la construcción y otros, se beneficiaron con el establecimiento de esos planes. El problema es que la acción afirmativa nunca llega a enfrentar el problema del poder empresarial sobre el trabajo, para terminar con la desindustrialización y la marginación de los trabajadores pobres. Eso siguió ocurriendo mientras la acción afirmativa continuaba y se expandía una nueva clase media negra. Así fue como terminamos con esta paradoja que mencionaste antes: una clase media negra mayor, una clase obrera industrial negra devastada y un aumento de los pobres y muy pobres entre los negros. Considero que la acción afirmativa es necesaria. Pero es una estrategia muy débil. (…) . No fue una movida sustantiva, aunque sí muy importante. Fue una concesión que el establishment de los negocios y de la educación les hicieron a las diversas fuerzas que criticaban y resistían en los sesenta: fue una concesión. Durante un tiempo, mientras la estabilidad fue frágil, hasta las elites de derecha la apoyaron. En sus inicios, Pete Wilson, Bob Dole, George Bush, estaban todos a favor de la acción afirmativa (…)

H.L.G: ¿Sería posible no regular los mercados, sino aumentar la red de seguridad social (me refiero al estado de bienestar), de manera que los mercados flotaran como lo hacen ahora, pero las personas no cayeran en picada si el mercado afectaba su vida?

C.W: Sería agradable. Hay algunos ejemplos, como Suecia y otros países, que han sido capaces de reducir sus tasas de pobreza creando redes sociales fuertes en el marco de un sistema capitalista. El problema es que en los Estados Unidos el Estado nación siempre ha sido muy débil con respecto a los grandes mercados, los grandes negocios. Hemos sido un estado de bienestar muy débil comparado con los Estados naciones europeos. Por tanto, habría que introducir significativas regulaciones, o una intervención gubernamental, para convencer a las corporaciones de que pagaran los impuestos que deben pagar. Y después para convencer a los cabilderos de que la mayoría de los impuestos no debe emplearse en el acápite militar del presupuesto, sino en el acápite social.
Así que se trata de una batalla con muchos frentes, queramos o no reconocerlo. Pero tienes razón. Es sin duda posible un tipo de capitalismo regulado que elimine lo peor de la pobreza que se experimenta hoy en los Estados Unidos. Es una posibilidad. Es muy improbable dado el poder de que disfrutan los intereses creados en este momento, pero es sin duda posible, y sin duda es algo por lo que vale la pena luchar. En ese sentido sería posible humanizar el capitalismo, no hay dudas.

H.L.G: ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para ayudar a quienes se encuentran atrapados en los bordes inferiores de lo que pudiéramos llamar la curva de las clases?

C.W: Creo que tenemos que hablar muy claramente acerca de algunas de las fuentes de la miseria social en las ciudades y en el campo. Esto se aplica a toda la pobreza, con independencia del color de la piel.
Hablar claramente quiere decir utilizar la posición, el estatus, la autoridad con que se cuente para enfatizar que el sufrimiento es mucho mayor y más significativo que los logros que se puedan alcanzar personal o individualmente. En ese sentido, se trata de quitarnos las luminarias a los profesores que hemos triunfado y que, por tanto, reforzamos el sueño americano de que cualquiera puede triunfar si trabaja duro, y decir explícitamente que eso no es cierto, que tuvimos la posibilidad de trabajar duro como otros muchos. Tuvimos la posibilidad de cultivar nuestra inteligencia. Son muchos los que tienen una gran inteligencia. Tuvimos suerte porque en nuestro caso se combinó el trabajo duro y la lucha por un lado, y la apertura de las instituciones por el otro.

H.L.G: La acción afirmativa.

C.W: De un lado acción afirmativa, del otro algunos miembros de la elite que estaban dispuestos a abrir esas instituciones. (…) Es muy importante, porque se trata de un trabajo de equipo interracial, pero aun así tenemos que hablar con mucha claridad acerca de por qué son tantos los que la pasan tan mal. Y como profesores, como personas preocupadas no sólo por educar, sino también por enseñar a cuestionar crítica y amorosamente el status quo para cambiarlo de manera fundamental, nuestro trabajo se vincula a las dificultades y las angustias de los habitantes de los guettos.
Pero se vincula de modo que no se nos perciba como mesías con poder suficiente para redimir al pueblo. Lo que hacemos es, en el reino de las ideas, darle forma a un clima de opiniones, y en nuestras vidas, tratar de ser ejemplo de la libertad y la compasión que instamos a otros a abrazar.

H.L.G: ¿Cómo respondes cuando al final de una de tus conferencias te preguntan qué estás haciendo por la comunidad negra? ¿Qué hacen las mujeres y los hombres que imparten Estudios Afronorteamericanos en Harvard por la comunidad negra? En última instancia, ¿qué haces en Harvard?

C.W: Por supuesto que no estaríamos en Harvard si no fuera por la gente de la comunidad que se ha sacrificado y ha sufrido tanto. Así que la presencia tuya y mía en Harvard constituye un testimonio de la tremenda lucha llevada a cabo por nuestra gente en la calle, en las cuadras, en las iglesias, en las mezquitas, en las sinagogas, en los templos.
Al mismo tiempo, reconocemos que somos individuos que elegimos libremente. Tenemos una vida, y queremos producir un impacto y vivir con decoro y dignidad de la manera que elegimos. Por tanto, ninguna comunidad le dicta a un individuo cómo vivir su vida. Se puede criticar, se puede tratar de influir, pero cada cual elige libremente. No podemos luchar por la libertad sin tener libertad de opción en términos de dónde queremos vivir, etc., pero al mismo tiempo estamos sujetos al examen de los demás y debemos rendir cuentas de nuestros actos.
Lo que me gusta es el espíritu que inspira tu pregunta, porque de una u otra manera todos estamos obligados a rendir cuentas. Esto debería ser cierto para quienes se toman con seriedad la vida del espíritu. Tomamos en cuenta los diversos argumentos que se dan. Algunas veces son ad hominum, a veces no. Pero hay que enfrentarlos de alguna manera. De eso es de lo que se trata un proceso democrático, una vida democrática.
Además hay que pelear en la vida del espíritu igual que en las calles, en los tribunales, en el Congreso y en la Casa Blanca. Todos estos son lugares de confrontación. Hay varias armas: armas intelectuales, armas espirituales, armas políticas, armas económicas. Estamos en un campo de batalla y silban las balas: algunas son simbólicas, otras son literales, y la vida del espíritu es un campo muy importante donde se libra también esa batalla. Tu obra, la de William Julius Wilson, la de bell hooks, la de muchas otras personas, desempeña un papel fundamental en ese enfrentamiento.
Pero para estar en ese campo de batalla hay que armarse, hay que prepararse, hay que tener una disciplina, hay que leer, hay que escribir, hay que conversar, hay que dar charlas, hay que dar clases… Lo mismo es cierto de quienes trabajan con la pluma, con la escultura; lo mismo es cierto de los ingenieros, los físicos, los químicos, etc. Por eso es que no hay ningún modelo o paradigma que dicte lo que deben decir o hacer los negros (…)

H.L.G: ¿Sientes culpa por tu éxito?

C.W: Para mí el éxito es algo sumamente relativo. En el fondo soy un cristiano, lo que significa que, en última instancia, esos títulos no tienen mucho valor para mí. Lo que es fundamental es la calidad de la vida que se vive y la riqueza de espíritu que se posee. Si se es incapaz de pasarla bien y sonreír y relacionarse con las personas sin tener en cuenta su raza y su clase, el éxito no es más que mucho ruido y pocas nueces.
No sólo eso, sino que la vida es una cosa tan misteriosa que un día uno está arriba y otro está abajo…

H.L.G: ¿Cómo transformar la culpa del “sobreviviente” –que tiene buena parte de la nueva clase media negra, la generación que se benefició de la acción afirmativa– en ese compromiso de servir que describes tan bien en tu último libro?

C.W: Si intentas siempre hacer algo por una causa que te trasciende –relacionada con servir a otros– es muy difícil que te sientas culpable. Hay que hacerlo sin resentimientos. Hay que hacerlo sin condescendencia, sin paternalismo, sin arrogancia. Pero si se intenta continuamente emprender ese tipo de acción, la culpa del sobreviviente se convierte en un factor marginal y se evoluciona constantemente.

H.L.G: Julian Bond me dijo ayer que el Joint Center3 acaba de realizar un estudio que aún no es público que muestra que en 1996 votaron un millón más de hombres negros que en 1992. ¿A qué lo atribuyes?

C.W: Es algo que está sucediendo en la parte masculina de la Norteamérica negra. Su parte femenina, por supuesto, ha desarrollado un movimiento mujerista muy vibrante, que está redefiniendo el papel de las mujeres y criticando el patriarcado. Los hombres negros han tenido que hacer un enorme esfuerzo para adaptarse a él.
Creo que es resultado de un debate. La Million Man March4 desempeñó un papel muy importante, porque nos indujo a reflexionar sobre la situación angustiosa del hombre negro. Se estuviera o no de acuerdo con la marcha, se estuviera o no de acuerdo con el ministro Louis Farrakhan, hay que admitir que la marcha que él convocó generó este discurso tremendo, este diálogo tremendo, esta tremenda introspección.
Uno de sus resultados ha sido un incremento del voluntariado de los hombres negros, y de su participación en iglesias y servicios sociales, no sólo en las urnas. Creo que debemos aprovechar ese impulso. La cuestión reside en cómo traducir ese imaginario en algo con más posibilidades transformadoras en términos institucionales y estructurales. Eso es un reto. Pero no se puede hablar de cambios institucionales sin hablar de cómo se siente la gente acerca de sí misma, de si confían los unos en los otros, de si están dispuestos a trabajar juntos, porque mientras no confiemos los unos en los otros, ni nos respetemos los unos a los otros, podremos tener los mejores análisis del mundo y no lograremos traducirlos en acciones.

H.L.G: ¿Las iglesias desempeñan un papel en este proceso?

C.W: Un papel fundamental. Si las iglesias no actúan, buena parte de la comunidad no actuará. La iglesia negra sigue siendo una institución muy importante en la comunidad negra. El 55% de los negros asiste a los servicios religiosos, y más del 75% se relaciona con ella. ¿Cómo podemos hablar de la comunidad negra sin hablar de la iglesia negra? Cuando la iglesia negra duerme, buena parte de la comunidad también duerme. Si la iglesia negra se inclina hacia la derecha, buena parte de la comunidad negra se inclina hacia la derecha. Si se inclina hacia la izquierda, esto tiene repercusiones. Por supuesto, todo lo anterior se relaciona con los diferentes temas: el trabajo, el patriarcado, la homofobia… Algunas iglesias pueden moverse hacia la derecha en un tema, hacia la izquierda en otro, como hace la Iglesia Católica. Puede ser progresista en cuestiones laborales y retrógrada en lo que toca a las mujeres. Este es el paradigma para muchas iglesias. Hay aquí un papel fundamental para personas como yo: los cristianos que todavía creemos profundamente en el potencial progresista de la iglesia negra, que amamos profundamente no sólo a quienes se sientan en los bancos, sino que creemos que la prédica del Evangelio puede cambiar la vida de las personas.

H.L.G: ¿Pero pueden realmente cambiar las vidas inmersas en la cultura gangsteril posmoderna que daña a tantos y que es un reflejo de las tribulaciones y las dificultades que experimenta la comunidad afronorteamericana?

C.W: Hay que tener en cuenta que cuando hablamos de la mentalidad gangsteril en los Estados Unidos es mejor comenzar por la Casa Blanca, los ayuntamientos, las escuelas, las mezquitas, las iglesias, las sinagogas, antes de llegar a los gangsters. Porque todos forman parte de un continuo. Son diferentes niveles de corrupción, de robo, de no violar el onceno mandamiento: no dejarás que te cojan con las manos en la masa. Es algo típicamente norteamericano que recorre toda la sociedad desde las elites hasta el último escalón, pasando por las clases medias.

H.L.G: Y que tiene una larga historia.

C.W: Tiene una historia que se remonta a Adán. Pero el problema es que cuando son las personas en situación de desventaja las que tienen una mentalidad gangsteril, el efecto es más devastador, porque es mucho menos regulado. En ese sentido, creo que no sólo la iglesias, sino unas comunidades fuertes, unos sindicatos fuertes, unas familias fuertes pueden producir personas mucho más virtuosas de las que se suele encontrar en una cultura gangsteril. Pero no pueden hacerlo solas. Son necesarios empleos con salario mínimo. Es necesaria la salud pública. Son necesarias las guarderías infantiles. Es necesario que haya buenas escuelas. Es necesario que en la vida de cada quien haya un sentimiento de alegría y éxtasis, sea personal o comunitario. Sin embargo, las iglesias pueden hacer una contribución. No hay duda. Históricamente, las iglesias negras han hecho una contribución fundamental que consiste en dar sustento a la cordura y la alegría de los negros. Nunca han podido hacerlo solas, con una economía en el estado en que se encuentra en la actualidad, con un papel del Estado nación como el actual, pero sin dudas pueden desempeñar un papel.

H.L.G: Dada la renuencia a cambiar de cualquier sistema que se percibe a sí mismo como funcional y rentable, me preocupa mucho que las dos naciones existentes en el seno de la comunidad negra estén destinadas a seguir siendo dos naciones. Dos naciones definidas por la clase. ¿Te sientes optimista?

C.W: No, no soy optimista, pero nunca he sido optimista ni sobre la humanidad ni sobre los Estados Unidos. La evidencia nunca es abrumadora cuando se trata de que las fuerzas del bien se conviertan en las preponderantes. Pero soy un prisionero de la esperanza, que es algo muy distinto. Creo que existen señales de esperanza y que la evidencia no es probatoria en ningún sentido. Tenemos que dar un salto, con ayuda de la fe, para trascender la evidencia y tratar de energizarnos unos a otros y sacar lo mejor de cada uno. Eso es lo que es ser prisionero de la esperanza.

H.L.G: ¿Cuáles son las señales de esperanza que ves?

C.W: Veo muchas personas buenas y decentes, deseosas de luchar, de servir. Lo veo en el nivel local, en el nivel regional. Veo nuevas organizaciones. Nuevos partidos. Partidos del trabajo. Hay personas progresistas en el Partido Demócrata que tratan de lidiar con los republicráticos como el presidente Clinton. Personas que no se entregan a la desesperación, aunque se dan cuenta de cuán desesperante es la situación. Personas que tienen el valor de amar, de servir, de luchar.
Hay millones de personas así en el país. Ellas son señales de esperanza. Lamentablemente no tienen el mismo nivel de organización que la Norteamérica empresarial. No son tan poderosas ni efectivas como las grandes finanzas para conseguir el logro de sus objetivos, pero son sin dudas señales de esperanza. Mientras existan, valdrá la pena (…)

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Notas:

1—Una de las dos grandes organizaciones sindicales de los Estados Unidos que forma parte de la AFL-CIO.
2—Ver nota 2, p. 4, en este mismo número.
3—Joint Center for Political and Economic Studies: institución estadounidense sin fines de lucro que lleva a cabo investigaciones de interés para la comunidad afronorteamericana.
4—La Million Man March (Marcha de un millón de hombres) fue una marcha política convocada por el líder de la Nación del Islam, Louis Farrakhan, en Washington, el 16 de octubre de 1995. La marcha incluía esfuerzos para registrar a los afronorteamericanos como votantes, así como para incrementar su participación en el voluntariado y las actividades comunitarias.

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