A inicios del siglo xxi, no hay duda de que características de la obra de José Martí como la riqueza temática, el peculiar estilo y, sobre todo, la profundidad conceptual ética y política, se hacen más rotundas al mantener su vigencia a pesar de la distancia temporal. Es decir, que para la Cuba de hoy, la obra de Martí se agiganta y es asumida como la asumiera el grupo de vanguardia de la Generación del Centenario (con mucha mayor claridad y comprensión de su alcance ideopolítico).
Las circunstancias históricas en que se desarrolló la vida de nuestro Héroe Nacional determinaron en gran medida las temáticas proyectadas en su labor de hombre de letras y las causas a las que consagró su vida. Y he ahí uno de los muchos aspectos de la grandeza martiana: fusionar armónicamente al hombre político, al luchador incansable, al periodista sagaz, al poeta, al ensayista, al escritor para niños, en un saldo único, en una integralidad nada común. El intelectual no desterró al político. El periodista no desmembró al poeta, el delegado no olvidó al hombre de La edad de oro. “¡Todas las ideas del movimiento democrático del siglo xix pasaron por el tamiz de su extraordinario talento y de su exquisita sensibilidad humana y de su decisión irrevocable de ponerse al lado de los pobres!”1
La adhesión de Martí a los humildes está presente en sus ensayos, artículos, poemas, en su obra toda. De ahí que en versos muy conocidos expresara: “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”. ¿Y quiénes éramos los pobres de la tierra en América sino el indio, el negro y el asiático, hombres explotados y preteridos por los poderosos?
De todo este quehacer de José Martí en relación con los humildes va madurando, como dijera brillantemente Juan Marinello,
su juicio sobre la cuestión racial […] va abriendo sus ramas en una comprensión donde se trenzan hechos y circunstancias […]. La discriminación por el color de la piel ofrece matices distintos: desde el cerco implacable al piel roja de Alaska a la condición mísera del emigrante chino y la agresión brutal al negro de Nueva York y Nueva Orleáns, pero al final de un proceso de claridad creciente, descubre Martí cómo el poder económico, cada día más concentrado y agresivo, organiza el ataque a los hombres oscuros dentro y fuera de Estados Unidos. La opresión por la raza, lo entiende y proclama Martí, es un hecho inhumano, pero, también, un instrumento imperialista.2
La bibliografía martiana sobre los problemas de la discriminación es numerosa, sobre todo en sus escritos en los Estados Unidos, donde pudo apreciar la situación de subestimación y superexplotación en que vivían las minorías étnicas. Hay notas constantes en trabajos periodísticos en las que se alude a un amplio número de sucesos y en las que el tono de la información no es simplemente expositivo, sino que analiza y toma partido. Vale la pena ofrecer algunos ejemplos:
[…] cómo no se habían de sublevar los cheyenes, si los agentes del gobierno en las reservas de indios, les robaban, los esquilmaban, los sometían a trabajos inicuos, les negaban la medicina y el alimento? // […] // […] al año se huyeron saqueando a su paso. ¿Cómo no, si morían uno sobre otro de malaria, y semanas enteras había; en que no se les daba un medicamento […].3
Y dirá también del indio americano que no se le mira como una “raza […] estancada en flor por el choque súbito con la acumulada civilización de los europeos de América; sino que los tienen como a bestias; y los odian; y se gozan en envilecerlos para alegar después que son viles”.4 Y no es posible otra inferencia que la condena, cuando José Martí lanza rotundo la interrogante siguiente: “¿[C]ómo ha de acallar el indio el odio natural al que le robó su tierra so capa de contrato, y lo embrutece y denigra?”5
En Charleston –dice– “el muerto fue un caimán insolente, que hacía de amo y señor de todo el mundo, y miraba a los negros como presa natural, tanto que una vez escribió en su diario que no era igual el delito cuando se le quitaba la virtud a una negra que cuando se le quitaba a una blanca”.6
Pero a la pupila martiana no escapa otra minoría étnica que por ser emigrada era sometida, prácticamente, a la condición de esclava: se trata de los chinos que vivían en los Estados Unidos, los cuales, “por encima de las leyes que le prohíben, o punto menos, la entrada en los Estados Unidos, se deslizan por los puertos mal vigilados a raudales”7 y se convierten en elementos manejados por los intereses del capital.
Martí y “el problema negro”
La centuria en que vivió José Martí fue para América y para Cuba de pleno ejercicio y crisis de la esclavitud del negro, así como también del proceso de la abolición de esta institución socioeconómica. Y en ese sentido, toda la obra y la vida de Martí están lógicamente influidas por la realidad dramática de vivir en una sociedad donde las diferencias entre explotadores y explotados, la sujeción de unos hombres a otros, los antagonismos y la subordinación clasista, se expresaban en procedimientos de coerción extraeconómica que llegaban a brutales castigos físicos.
La fina sensibilidad de conductor de pueblos que en él se observa, de aglutinador de voluntades, que capta lo esencial y desarrolla lo que une para lograr el fin estratégico, que impulsa y anima, tiene en su enfoque y tratamiento del problema racial en Cuba el reflejo de la estatura humana y política del guía intelectual del Moncada.
Las condiciones histórico-concretas en que transcurren su vida y su quehacer político condicionan la óptica con que aborda la integración humana en Cuba. Es decir, se enfrenta a una realidad multirracial, donde se argüían elementos heredados de diferenciación por el color de la piel para justificar la explotación por una minoría de la abrumadora mayoría de la masa de fuerza de trabajo del país. Y a partir de ahí, la conciencia social de toda una clase asumía posiciones de supremacía genética.
Es bien sabido que la ideología de la clase dominante cubana, en el siglo xix, estaba profundamente marcada por el terror y el desprecio al hombre negro; de ahí que entre sus más destacados pensadores, aun los más avanzados e incluso los que en lo político fueron antianexionistas, aparecen aspiraciones como la que proyecta José Antonio Saco cuando expresa: “Deseo ardientemente, no por medios violentos ni revolucionarios, sino templados y pacíficos, la disminución, la extinción si posible fuera de la raza negra”.8
En el difícil enfrentamiento al mundo circundante, la posición que Martí asume ante su realidad lo sitúa muy por encima de la media intelectual de su época y lo hace arribar a concepciones y enfoques sociales que desbordan los límites de la mayor parte de sus contemporáneos. José Martí fue un precursor en todo. Desde el mismo sentir que refleja en sus trabajos periodísticos, en sus cartas, en su diario, barruntaba el hombre nuevo, fruto preciso del sentimiento, pero también de la ejecutoria de vanguardia que tempranamente lo lleva al compromiso con la patria; pero más tempranamente aún le conduce a apreciar la desigualdad social dada en la explotación brutal e inhumana al esclavo, al hombre humilde.
La trayectoria del pensamiento social antirracial martiano comienza en Hanábana, donde sus nueve años se vieron conmovidos por la injusticia y el maltrato. Allí, como hombre en ciernes, José Martí sintió en mejilla propia la vergüenza del escarnio al hermano –que era un hombre negro. Y hubo un compromiso de entrañable amor, en el que se conjugaron su dolor y su rabia. Ya en plena madurez de su hombría política y revolucionaria nos dice de ese hecho: “¿Y los negros? ¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era niño, y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza […]. Yo lo vi, y me juré desde entonces a su defensa”.9
Tiempo después del episodio del Hanábana, la dignidad del adolescente habanero se conmueve ante la atroz deformación del régimen colonial, al que en la cárcel le “ve las entrañas”. Los horrores de la prisión reafirman su compromiso con los humildes, y avanza un tranco de gigante el proceso de su maduración. De la cárcel, Martí sale a denunciar, y con qué pena siente a Lino Figueredo y sus otros compañeros de infortunio, pero en todo aquel infierno, cuando profundiza –amalgamados estaban hombres de todas las edades y colores– no vaciló en subrayar que a los once años un niño africano estaba preso en Cuba. España condenaba por un delito político a un esclavo de once años que no sabía siquiera hablar español. Ese hecho Martí, en medio de tanto crimen y miseria del presidio, lo ve como la magna injusticia.
Quedan los hermosos y patéticos fragmentos de El presidio político en Cuba como muestra de la estatura del joven de dieciocho años que supo enfrentar con su verdad todo un régimen colonial en sus propias entrañas, y desde ellas gritarles miserables. Y mientras otros se horrorizaban con la presencia del africano en Cuba, y justificaban su cobardía ante la patria por el “peligro negro”, José Martí se dolía ante el absurdo maltrato a un hombre de cien años en quien veía “esa risa bondadosa, franca, llena, peculiar del negro de nación”.10 No había envenenado resquemor racista en el criterio del joven estudiante, como no la hubo en el gladiador caído en Dos Ríos. Y es que José Martí es un ejemplo de absoluta convicción en cuanto a la falsedad del antagonismo entre los hombres por el color de la piel.
Incluye y plantea que la supremacía de una raza sobre otra es una mentira. Y su gran compromiso con la “dignidad plena del hombre” se concreta en acciones prácticas. A Rafael Serra, amigo al cual reconoció una alta estatura moral y patriótica, lo apoya sin titubeos aberrantes en su gestión de crear La Liga, conocida asociación de trabajadores cubanos y puertorriqueños, porque “[…] La Liga tiene que prosperar. Todos los que tengan voluntad han de ponerse juntos. Ya cansa y hace daño, el trabajo de serpientes de tanta gente mala”.11 Martí trabaja francamente por esa asociación, sin menospreciarla porque fuera iniciativa de un cubano negro; al contrario, habla de los miembros de La Liga como gente franca que va allí a reunirse porque buscan la verdad sin ambiciones: ellos son “unos cuantos obreros cubanos, obreros de color, de esos obreros nuestros, que, aunque parezca burla a algún inútil, tienen abierta en su mesa de trabajo, de ganarse el pan fiero o independiente, la Educación de Spencer, o el Bonaparte de Lung, o la Vida de Plutarco”.12 Es un observador desprejuiciado que valora positivamente la conducta y la actitud de hombres que otros discriminaban.
Pero además, para rubricar con la práctica lo que expone, se ofrece a contribuir en la tarea formadora, sencilla y modestamente: “Yo que nada solicito tendría a honor solicitar serles útil, útil de verdad en su sociedad La Liga, o cualquier otra, de hombres o mujeres, donde no les venga mal un amigo sincero que les ayude a buscar la verdad o un compañero que contribuya a propagarla”.13
A lo largo de la obra martiana, el leitmotiv del culto a la dignidad persiste y se expone en todo lo que expresó nuestro Héroe Nacional. Ejemplo hermoso es el siguiente pensamiento que fuera subrayado por nuestro comandante en jefe, Fidel Castro, cuando estaba en la prisión política en el Presidio Modelo: “Debe andar triste por dentro el corazón de quien ayude a oprimir a los hombres”.14 Y esta idea aparece también en sus criterios antirracistas cuando dice:
Suele la imprevisión humana tener a mal que el hombre bueno propague la justicia, y salude el talento y la virtud, sin subir o bajar el sombrero porque el padre virtuoso haya nacido en África o en Europa: pues si nació en África esclavo, y de su esclavitud sacó al hijo que se hombrea con el hijo de los libres, mayor es su dificultad vencida, y más bajo debe ir el sombrero.15
A Serra le confiesa íntimamente que: “[…] un hombre que se cultiva y se levanta por sí propio es el más alto de los reyes, y puede mirar como inferior a todos esos vanos encopetados que no han vencido tanto como él. Ese es mi evangelio”.16 Con ello alienta al obrero negro que por su condición clasista y racial es uno de los entes más discriminados y hostigados por las sociedades cubana y norteamericana de fines del siglo xix.
El antirracismo tiene en José Martí un paladín que no conoce tregua. La lucha en Cuba para lograr la victoria tenía que ser multirracial, y esta realidad objetiva estaba por encima de todo lo abominable del prejuicio contra el negro.
De las intenciones de Martí, de su claridad política con relación al llamado “problema negro” hay muestras interesantes en las cartas de invitación a la actividad por el 10 de octubre de 1888 y en los pronunciamientos de su discurso de aquel día. A un revolucionario negro, al cual cursa invitación para la velada patriótica, le dirá:
[…] allí no habrá orgullos, ni pasión de grupo, ni gente alta o baja, ni ningunas de las odiosas divisiones y punibles desdenes que suelen deslucir la obra sublime de los grandes del DIEZ, de los que cambiaron en un día el bastón del abogado por el machete redentor y la blusa del esclavo por la chamarreta del insurrecto libre.17
En la invitación a un patriota blanco expresó:
[…] ya se ve cómo asoman también aquí las malas pasiones, y se les dice a los negros poco menos que bestias. Contra todo eso, con la majestad y discreción propias del día podemos levantarnos y marcar política de previsión y amor en este diez de Octubre.18
Y culmina su laboreo antidiscriminatorio y de unidad por la causa de Cuba Libre, en aquel 10 de octubre con una ardiente intervención donde subraya:
[…] Y al negro le diremos –porque no hay injuria en decir negro como no la hay en decir blanco– que no está en el ánimo de los que mantenemos el espíritu de la revolución, permitir que con odios nuevos y desdenes inconvenientes e indignos de nobles corazones, se pierdan los beneficios de aquella convulsión gloriosa y necesaria […].19
Las razones que inspiran la causa antidiscriminatoria de nuestro Héroe Nacional no son exclusivamente un canto de amor a la naturaleza humana, sino que se fundamentan en criterios que trasuntan una base científica; ello se demuestra en fragmentos tales como: “[…] estudiando se aprende […] que el hombre es el mismo en todas partes, y aparece y crece de la misma manera y hace y piensa las mismas cosas sin más diferencia que la de la tierra en que vive”, o cuando discrepa del científico superficial que opina que “Medio animal y medio hombre es en el corazón de Africa el ser humano”;20 a lo cual Martí riposta lo injusto de “negar que, en el desierto tostado como en la cátedra escocesa, son iguales las virtudes y maldades del hombre”.21 Y agrega que el científico en cuestión “Juzga perversión de la inteligencia lo que, por lo que él mismo dice, se nota que es diversidad local”.22
Y en giro fulminante, el maestro de generaciones deja dicho –con precisa ironía– que: “[…] Estos místicos con la mirada vuelta adentro, quieren conformar locamente el mundo al concepto que en sí tienen de él”.23
La lógica martiana muestra fuerza de ciencia social cuando hace el siguiente paralelo histórico: “[…] el negro de Africa hace hoy su casa con paredes de tierra y techo de ramas, lo mismo que el germano antes, y deja alto el quicio como el germano lo dejaba, para que no entrasen las serpientes […]”.24
Es también de evidente exactitud sociopolítica el siguiente criterio expresado por Martí:
La superstición y la ignorancia hacen bárbaros a los hombres de todos los pueblos. Y de los indios han dicho más de lo justo en estas cosas los españoles vencedores, que exageraban los defectos de la raza vencida, para que la crueldad con que la trataron pareciese justa y convincente al mundo.25
La firmeza de convicciones al respecto de lo justo de su antirracismo queda planteada por nuestro Héroe Nacional con las palabras siguientes:
Si se dice que en el negro no hay culpa aborigen, ni virus que lo inhabilite para desenvolver toda su alma de hombre, se dice la verdad, y ha de decirse y demostrarse, porque la injusticia de este mundo es mucha, y la ignorancia de los mismos que pasa por sabiduría, y aún hay quien crea de buena fe al negro incapaz de la inteligencia y corazón del blanco; y si a esa defensa de la naturaleza se le llama racismo, no importa que se le llame así, porque no es más que decoro natural, y voz que clama del pecho del hombre por la paz y la vida del país.26
*A manera de conclusiones: vigencia y práctica del pensamiento antirracista
martiano en la Revolución Cubana*
Apenas transcurridos tres meses del triunfo de la Revolución Cubana, nuestro líder Fidel Castro, el martiano más consecuente de su tiempo, enfrentaba la problemática de la discriminación racial y planteaba, como siempre sin ambages, que “[…] hay gente que se llama revolucionaria y es racista, hay gente que se llama culta y es racista”.27 “[…] pero cuando se les eduque, cuando estudien juntos, vayan a los centros de recreos juntos, entonces se acostumbrarán a trabajar y a vivir aquí como hermanos, que es como deben vivir”.28 “Porque la virtud, y los méritos personales, el heroísmo, la bondad es lo que debe ser la medida del aprecio que se le tenga a los hombres, y no el pigmento de la piel”.29
Así comienza una nueva etapa en la historia de las relaciones humanas en Cuba, que trascendería los marcos y la geografía de la Isla. Se conjugarían los preceptos martianos, su ideario político, y el internacionalismo, lo que daría lugar a un fenómeno histórico en América y en el mundo, hasta ese momento, y del que Fidel Castro dejaría testimonio cuando afirma: “… Los que un día esclavizaron al hombre y lo enviaron a América, tal vez no imaginaron jamás que uno de esos pueblos que recibió esclavos enviaría combatientes a luchar por la libertad en África”.30 “[…] Somos un pueblo latinoafricano enemigo del colonialismo, el neocolonialismo, el racismo y el apartheid, a los que protege y acompaña el imperialismo yanqui”.31
La Revolución Cubana desde sus vivas raíces histórico-políticas se acerca a José Martí mirándolo “[…] no como la figura a la cual se honra para continuar el curso de la historia, sino como a un batallador de nuestra propia pelea […], con el que compartimos su ideario […] porque es un hombre situado en el centro mismo de la angustia de su patria y de las esperanzas contemporáneas de su pueblo”.32
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Notas
1—Armando Hart: “Discurso en Dos Ríos”, en Siete enfoques marxistas sobre José Martí, Editora Política, La Habana, 1978, pp. 117-137.
2—Juan Marinello: Dieciocho ensayos martianos, Editora Política, La Habana, 1981, p. 364.
3—José Martí: Obras completas, t. X, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 272.
4—José Martí: Ibid., p. 287.
5—Id.
6—Ibid, t. XII, p. 272.
7—José Martí: Obras completas, t. X, Editora Nacional de Cuba, 1963, p. 305.
8—Raúl Cepero Bonilla: Azúcar y abolición, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 127.
9—Gonzalo de Quesada y Miranda: Martí, maestro de hombres, Imprenta Universidad de La Habana, La Habana, 1961, p. 127.
10—José Martí: “El presidio político en Cuba”, en Primeros y últimos días, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 151.
11—Pedro Deschamps Chapeaux: Rafael Serra y Montalvo, obrero incansable de nuestra independencia, Instituto del Libro, La Habana, 1975, p. 189.
12—Ibid., p. 56.
13—Ibid., p. 50.
14—“José Martí en la prisión fecunda de Fidel”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 4, 1981, p. 23.
15—José Martí: Obras completas (1975), t. IV, p. 417.
16—Pedro Deschamps Chapeaux: op. cit., p. 63.
17—Ibid., pp. 44-45.
18—Ibid., p. 46.
19—Ibid., p. 49.
20—José Martí: Obras completas (1975), t. XI, pp. 277-278.
21—Ibid., p. 277.
22—Id.
23—Id.
24—José Martí: La edad de oro, Instituto del Libro, La Habana, 1972, p. 235.
25—Ibid., p. 97.
26—José Martí: Obras completas (1975), t. II, p. 298, citado en Blas Roca: “José Martí, revolucionario radical de su tiempo”, en Siete enfoques marxistas sobre José Martí, op. cit., pp. 37-69.
27—Antonio Núñez Jiménez: En marcha con Fidel, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982, p. 473.
28—Ibid., p. 110.
29—Ibid., p. 112.
30—Fidel Castro: Angola, Girón africano (discurso pronunciado en el acto central por el décimoquinto aniversario de la victoria de Playa Girón), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976, p. 31.
31—Ibid., p. 25.
32—Carlos Rafael Rodríguez: Martí guía y compañero, Centros de Estudios Martianos/Editora Política, La Habana, 1979, p. 118.