No tan simplemente

Laura Ruiz

Ya se sabe que la virtud se cultiva. Y que para ser cultivada debe tenerse un alto sentido de todo cuanto nos rodea, a veces en extremo perturbador. Así, sólo de la justicia nace la virtud, y sólo a algunos pocos les es dable ejercer esa virtud ante los demás. Asomarse, asistir al drama de los otros, que casi siempre es el drama propio, es tarea de verdaderos maestros. Hemos terminado creyendo que el héroe es únicamente un hombre de acción, entendiendo la acción por la batalla, la guerra, el riesgo de la vida en medio del campo minado, ante las armas, entre ellas. Hemos vivido siglos enteros antes de darnos cuenta de la fuerza indetenible, del coraje de la palabra tensada como flecha viajera que cuando se dispara puede ganar todas las cruzadas, enfrentarse a cualquier legión. En el disparo de la flecha se mezcla la diversidad que fusiona razón y emoción. Eso ha hecho, eso hace, René Castellanos: dispararles a los monstruos, a la vez que convive, en el día a día, con ellos. Pero Castellanos no asesina del todo a los monstruos, sino que los acaricia y –como expresara José Martí– “pone riendas a las fieras”, o mejor aún, enseña a cada quien a llevar sus propias riendas. Conocedor de la esencia y el alma humanas, Martí creyó que “el ser humano es una fiera admirable y le es dado llevar las riendas de sí mismo”. René Castellanos ha sido el maestro que enseña las mejores maneras en que se pueden conducir.

En agradecimiento a la labor del maestro Castellanos (como le conocemos todos), la Editorial Caminos ha publicado Simplemente maestro. Homenaje a René Castellanos Morente, un libro que recoge artículos e impresiones de familiares, discípulos, colegas y amigos de este hombre de acción y fe, o de fe y acción, como si ambas no vinieran siendo, tal vez, lo mismo. Dividido en cuatro partes, el volumen integra, además, una cronología importante de la vida y la obra del maestro, entrevistas, una acuciosa bibliografía y una delicada muestra fotográfica.

La primera sección del libro reúne los testimonios de quienes, en su más largo o corto andar, recorrieron camino cerca del maestro. Importante es la heterogeneidad del grupo de testimoniantes.

Muy interesantes resultan las palabras del doctor Ercilio Vento Canosa, quien en su texto “Aproximación humanística a René Castellanos”, comenta (con respecto al maestro Castellanos y a la influencia de este en su formación y su entrada en el mundo extraordinario y casi inescrutable de la lengua griega y los “escollos del hebreo y el arameo”) cómo el maestro “hizo que desapareciera mi temor, y la muerte dejó de ser un destino inmerecido y oscuro para convertirse en un punto de partida y encuentro”. Que Castellanos haya servido de guía espiritual en ese viaje hacia el descubrimiento de un nuevo conocimiento de la muerte emprendido por un especialista en medicina legal, alguien que por su profesión está tan cerca de la muerte como de la vida, constituye una de las pruebas más extraordinarias de lo que representa la verdadera enseñanza. El “dilema de conciencia” que Vento confiesa haber vivido a partir de su encuentro con el maestro, creo, es una de las cosas que une a quienes hemos conocido de cerca a Castellanos: “al contrastar mi fe imperfecta y permeada de maniqueísmos, confundida de misterios y dogmas terrenales, partícipe de íconos, pero ajena a sincretismos –fe ingenua apoyada en la enseñanza de un temor a dios– con aquella otra que se revelaba en la alegría y el amor”. Ese contraste, ese dilema de conciencia ha sido (y es) motivo, motor, causa, impulso y consecuencia para muchos de quienes por una razón u otra nos hemos acercado a la sabiduría del hombre cuya acción noble es comentada con acierto en estas páginas. El doctor Ercilio Vento llega al final de su testimonio con unas de las palabras más delicadas que alguien pudiera expresar sobre su profesión: “Le es preciso al médico saber de cuerpos, le es imperativo conocer de almas”. Luego concluye señalando la “enorme talla humanista de Castellanos, esa estatura de individuo universal que contribuyó a definir mi perfil definitivo de hombre”. Una vez más, la ciencia rinde homenaje sereno a la espiritualidad, al imperativo que ha trazado con su vida el maestro: la necesidad de conocer almas.

Yo también conocí y asistí a aquellas maravillosas Noches de Prometeo que comentan en sus textos el padre Ramón Martín, el pastor Orestes Roca y la escritora Teresita Burgos, entre otros y otras. Yo estuve entre ellos. Eran los finales de los ochenta y quienes asistíamos a las Noches de Prometeo conformábamos lo que en más de una ocasión he llamado “la parte más ingenua de la isla”, la que comenzó bebiendo té y mate en la pieza en la que vivía el maestro Castellanos en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, mientras removíamos ideas, palabras, utopías. Gracias a esos encuentros, pudimos sobrevivir a muchas cosas; gracias a ese recuerdo seguimos sobreviviendo a otras. Sirva este libro de la editorial Caminos para salvar del olvido aquellas noches en las que conversar de cualquier tema era hablar de casi todo, en las que bailar una danza armenia, rusa, húngara (o de donde fuese) era hacerse dueño de todos los ritmos y cadencias de un mundo que soñábamos descubrir y cubrir, cada quien a su manera y desde su propio sitio.
Especialmente valiosos son algunos testimonios, en tanto refieren anécdotas personales, íntimas, que sus autores y autoras regalan como muestra de gratitud a la labor del maestro Castellanos en sus vidas. Sustancialmente conmovedoras son las palabras de la escritora Alga Marina Elizagaray al relatar sus experiencias, lo que acompaña de lo que llama un “tímido haikú”. En otros textos aparece todo un mundo vivencial en torno a los días de René Castellanos en el colegio La Progresiva, de Cárdenas, en su labor en el Seminario Teológico o a la luz de su hogar, donde ha cuidado con esmero los lazos familiares.

De orden vital me parecen las alusiones a la integridad de ese psicólogo y teólogo. No sé, a ciencia cierta, si ha sido intención del compilador del libro, el joven teólogo, bibliógrafo e investigador histórico Carlos R. Molina, pero ciertamente ha conseguido que de estas páginas emanen conceptos importantes para la vida de hoy: la aceptación (que no tolerancia), entre ellos. El respeto a la diversidad.

Valores sometidos a fuertes tensiones en las sociedades posmodernas y especialmente dentro del cotidiano vivir de la Cuba de nuestros días. Una vital muestra de esto lo constituye el texto de la teóloga y líder laica de la Iglesia Episcopal, Clara Luz Ajo, cuando manifiesta que Castellanos “ha dialogado con expresiones religiosas diferentes a la suya, a la vez que ha sido capaz de ver el rostro de Dios en la diversidad y la riqueza de los elementos religiosos que componen nuestra cultura”.

Sólidos conocimientos fluyen desde Castellanos. Conocimientos que él, a su vez, deposita en los otros, como quien ofrece el agua anhelada por la sed de los peregrinos. Según palabras del poeta Aramís Quintero: Castellanos hizo con su tema lo que un maestro verdadero, sea en un aula, sea en un libro, sea en una simple conversación, hace con cualquier tema: inscribirlo en el dilatado ámbito de las humanidades, y mostrar sus hondas conexiones con el espíritu. Así, cualquier tema, hasta la mecánica automotriz, nos lleva de la mano a donde todo va a parar si se profundiza y amplía lo suficiente: a la filosofía, a un determinado sentido de la vida y el mundo, a una cierta espiritualidad.

Y es que sus conocimientos van más allá de la academia y las reglas, y el maestro ha ido (va) hacia lo que realmente es necesario, al decir de Quintero: “lo que necesitaba era su espíritu de verdad, que hablaba desde él, no desde los libros y las autoridades y las teorías…”, porque “no sólo estamos hablando de inteligencia racional, sino ante todo de inteligencia en la sensibilidad”.
Lo “agitado” de la vida actual nos ha llevado en muchas ocasiones a rendir homenajes cuando ya el homenajeado no puede casi aceptarlos. Recibimos todo este caudal de sabiduría como quien recibe algo natural, sin detenernos a pensar mucho si debemos dar algo a cambio o si debemos reverenciar la generosidad con la que nos llega esa obra en forma de regalo cristiano o laico. Por eso, uno de los mayores méritos de este libro es el de honrar lo que debe honrarse, dar a conocer lo que debe ser sabido y celebrado, justo a tiempo.

Es cierto, como expresó el teólogo y filósofo Adolfo Ham, que el maestro Castellanos es un mito. Un mito protector, y ya sabemos que quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija. Arrimémonos más al mito, al árbol, a la savia del árbol y agradezcamos este libro vital para la compresión de las almas.

En una cuidadosa transcripción (realizada por Beatriz Ferreiro, a quien también debemos agradecer su importante contribución a la bibliografía del maestro) de las palabras de Castellanos en el documental “Yo no soy un santo”, producido por el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. y dirigido por la importante realizadora Lizette Vila, podemos leer las precisas sentencias del maestro: “Mientras no tengamos esa mística relación con el amor, esa mística sea cual fuere: sea una mística marxista, o cristiana, o la que sea, tiene que ser esa fuerza espiritual que respalde esa conducta. Cuando ya hay una mística todo lo otro es secundario”.

He intentado apenas un acercamiento a Simplemente maestro. Homenaje a René Castellanos Morente. Queda a cada lector establecer su mirada, extraer del libro la mística propia que convenga a cada quien y a cada momento por vivir. Más aún, queda en las manos de quienes se acerquen el aprender a relacionarse con estos textos que no son inmóvil palabra impresa, sino ritual absoluto y necesario para el intercambio.

*—-Reseña del libro de Carlos R. Molina Rodríguez: Simplemente maestro. Homenaje a René Castellanos Morente, Editorial Caminos, La Habana, 2006.

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