Las iglesias en El Salvador han contribuido al Plan Nacional de Alfabetización durante su primer año de ejecución. Desde el 2010, el gobierno de esa nación se sumó a un ambicioso plan: acabar con el analfabetismo, que alcanza a cerca de setecientas mil personas en el país. Se prevé ejecutar el proyecto con un ejército de voluntarios, retomando la experiencia de Cuba con el programa “Yo sí puedo”. Las iglesias evangélicas son las más sensibilizadas, saben de la importancia de saber leer y escribir, incluso donan material y motivan a su gente para que se alfabetice.
Un pastor hizo pasar a leer la Biblia al púlpito a una señora que había logrado aprender, para mostrarles a los demás feligreses que era posible hacerlo. Esa misma experiencia se ha repetido en todo el país: son los pastores quienes salen a buscar a los asociados y asociadas para que se alfabeticen. Su participación ha sido importante en este proceso. El plan tiene como objetivo garantizar el acceso de la población joven y adulta a la educación básica y complementaria, que favorezca la mejora de su calidad de vida y la participación activa en el desarrollo de la sociedad salvadoreña.
La Iglesia Luterana de Nueva Friburgo, en Río de Janeiro, fue transformada en punto de apoyo para los flagelados por la lluvia. Los bancos del templo fueron adaptados para abrigar a los que perdieron casas, las instalaciones fueron limpiadas y los alimentos de la despensa distribuidos a las personas desabrigadas. El número de muertes ascendió a seiscientas veintiséis personas, como consecuencia de las lluvias y los deslizamientos en la región serrana de ese estado brasileño. Ya son cerca de catorce mil los desabrigados en el área, y el número no deja de crecer, lo que ha obligado a las autoridades a improvisar locales de acogida.
En Honduras, las iglesias asumieron diferentes posiciones ante el golpe de estado propiciado al presidente constitucional Manuel Zelaya en junio del 2009. Para las principales autoridades de la Iglesia Católica y los líderes de la Confraternidad Evangélica, una organización a la cual están afiliadas unas siete mil iglesias en el país, el golpe fue un acto de salvación de la nación de fuerzas extrañas y diabólicas que invadían el país con las políticas de apertura e integración promovidas por el presidente Zelaya con varios gobiernos de Sudamérica. Estas iglesias honraron y apoyaron al régimen golpista, sin hacer mención a las brutales represiones, persecuciones, detenciones ilegales y atentados criminales contra el pueblo a manos de los organismos de seguridad del Estado. Estos altos líderes religiosos contaron con la protección de cuerpos paramilitares traídos de Colombia.
En cambio, la Asociación de Pastores en Resistencia contra el golpe, liderada por la Iglesia Cristiana Independiente AGAPE, que aglutina a más de cien pastores de pequeñas iglesias, abrió las puertas de sus templos para dar cobija y alimentos a los perseguidos y refugiados internos, acompañó las marchas del pueblo, denunció en los medios que ese Dios de los jerarcas religiosos no era el Dios de los pobres y oprimidos que estaban en las calles resistiendo a la dictadura y exigiendo el retorno constitucional. Varios sacerdotes y laicos católicos condenaron también el golpe, y algunos de ellos fueron expulsados del país.
Noticias como estas recibimos a menudo a través de los distintos medios de comunicación, pero no siempre tenemos información sobre cómo las iglesias, en los diferentes países, reaccionan ante las situaciones de crisis que se presentan. Estas noticias son también buenas nuevas de lo que el amor de Dios provoca en hombres y mujeres que se ponen a la altura de los tiempos que les toca vivir. En Cuba también vivimos tiempos difíciles y decisivos, tiempos de análisis profundos y grandes transformaciones, tiempos en los que se mezclan el temor y la esperanza, en los que el pueblo revisa su historia tratando de salvar y fortalecer lo mejor de ella. Las iglesias también somos parte de este momento y nos corresponde dar testimonio de nuestra fe, dar razón de nuestra esperanza, afirmar una vez más que nuestro Dios nos acompaña y que la sabiduría de su Espíritu nos ayudará, como iglesias y como pueblo, a enfrentar los nuevos retos.
Las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo que ha sido leído, no podían ser más adecuadas: “Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, se la tira a la calle y la gente la pisotea”. El texto continúa diciendo que también somos la luz del mundo, pero quisiera detenerme en la imagen de la sal, cuyo simbolismo en la Biblia tiene cosas muy interesantes que decirnos hoy.
En el mundo antiguo, como en el actual, se tenía un gran aprecio por la sal. Esta sirve para dar sabor y conservar los alimentos. En el libro de Job, capítulo 6, encontramos la siguiente pregunta: “¿Tiene gusto la comida sin sal?” Según el libro del Exodo, la sal era uno de los ingredientes en la preparación del incienso sagrado. En el libro del profeta Sofonías, el Dios de Israel afirma: “He oído los insultos de los moabitas y las ofensas de los amonitas. Porque ellos han insultado a mi gente y se han engrandecido a costa de su territorio. Por eso, juro por mi vida que a Moab le pasará como a Sodoma y que los de Amón quedarán como Gomorra, convertidos en campos de espinos, en mina de sal, en un lugar de permanente soledad”. El texto alude a una práctica generalizada en la antigüedad: cuando un ejército conquistaba una ciudad, la asolaba y la sembraba de sal para hacer estéril el campo de los enemigos. La tierra se volvía entonces señal de miseria y desolación. Este podría ser el sentido del episodio de la mujer de Lot, que se convirtió en estatua de sal al mirar hacia Sodoma y Gomorra, ciudades que simbolizan la corrupción, la injusticia y la inmoralidad.
En el capítulo 9 del evangelio de Marcos encontramos las siguientes palabras de Jesús: “Porque todos serán salados con fuego. La sal es buena; pero si deja de estar salada, ¿cómo podrán ustedes hacerla útil otra vez? Tengan sal en ustedes y vivan en paz unos con otros”. En los sacrificios de animales se usaba la sal como ingrediente purificador, por lo cual la expresión “todos serán salados con fuego” puede equivaler a decir “todos serán purificados con fuego, así como el sacrificio se purifica con sal”. Por su parte, la expresión “tengan sal en ustedes y vivan en paz” puede hacer alusión al uso simbólico de la sal en determinadas ceremonias religiosas como señal de un pacto duradero e invariable, lo cual nos hace pensar que Marcos estaba sugiriendo, a través de la imagen de la sal, que los discípulos y las discípulas de Jesús vivieran en mutua lealtad, la cual puede conducir a la paz.
El simbolismo de la sal como señal de un pacto eterno está presente en el libro de Levítico, en el que se exhorta a los israelitas a poner sal en todas sus ofrendas de cereales, porque no puede faltar la sal de la alianza con Dios. En el mundo antiguo, una alianza perpetua y solemne se denominaba “alianza de sal”. Estas alianzas podían expresar el pacto irrevocable entre Dios y su pueblo, o el pacto entre Dios y la familia sacerdotal o la familia de los reyes.
En el lenguaje simbólico del Nuevo Testamento, la sal denota, además, un valor moral en la vida de los discípulos y las discípulas, así como el valor que se comunica a través del lenguaje, como bien indica Colosenses 4,6: “Su conversación debe ser siempre agradable y de buen gusto, y deben saber también cómo contestar a cada uno”. En otra versión leemos: “Que su conversación sea agradable y no le falte su granito de sal”. En este sentido, la sabiduría es la sal del carácter y la sazón en el lenguaje del creyente.
Como hemos visto, el simbolismo de la sal tiene varias lecturas en el testimonio bíblico. Quisiera destacar tres de ellas: 1) preservar de la corrupción, purificar lo que se ha contaminado; 2) conservar una alianza de carácter permanente, es decir, ser fieles a los compromisos que hemos asumido; 3) construir una forma de convivencia basada sobre la lealtad mutua y la búsqueda de la paz. Ser sal de la tierra es vivir de tal manera que nuestras palabras y acciones estén al servicio de los valores del reino que Jesús vino a proclamar.
¿Qué puede preservarnos de la corrupción? La honestidad, la integridad, la transparencia, la palabra valiente que denuncie lo mal hecho y la disposición a asumir las consecuencias que vengan son actitudes que nos pueden ayudar. La palabra valiente y honrada, no el chisme, ni la adulación, ni el triunfalismo, ni la crítica que se vuelve una queja cuando no propone nada ni se compromete con el cambio. En las palabras del apóstol Pablo, esa crítica es “el metal que resuena o el címbalo que retiñe”, porque la crítica sincera viene acompañada de amor y disposición a la acción para el cambio.
¿Cómo podemos conservar una alianza, un pacto, en tiempos en que abundan la falta de compromiso, la indiferencia y el egoísmo? Creo que el primer paso sería preguntarnos si tenemos algún pacto y con quién. Y la respuesta es afirmativa: sí, como cristianos y cristianas tenemos un pacto con Dios, con la comunidad, con nuestros semejantes, con la vida. Y el gran debate que hoy nos ocupa como cubanos y cubanas sobre el presente y el futuro de nuestra nación también nos lleva irremediablemente a reforzar o a desechar alianzas con un determinado proyecto de sociedad. ¿Qué tipo de sociedad es la que deseamos? Algunos hablan de una lenta y progresiva restauración capitalista; otros apuestan por renovar y democratizar el socialismo, aunque eso implique cierta presencia del sector privado.
El evangelio de Jesús no nos indica con cuál sistema político, social y económico nos debemos identificar: esa es una decisión personal. Pero el evangelio de Jesús sí nos llama a ser responsables, a participar activamente de las definiciones que vive hoy el país, a realizar un pacto con la vida, con esa vida plena y abundante que no es posible sin la justicia, sin la solidaridad, sin respetar el derecho que cada persona tiene a la participación, la iniciativa creadora y a su realización integral como ser humano, como ser comunitario y social. El apego a los privilegios y los dogmas, la insensibilidad hacia los menos favorecidos, las actitudes burocráticas y autoritarias, el desconocimiento de la realidad y la falta de reflexión crítica son actitudes que no solamente entorpecen el camino de la restauración de la nación, sino también el camino del auténtico testimonio y servicio cristiano.
¿Qué debería caracterizar el testimonio y la acción pastoral de las iglesias cubanas en la actual coyuntura nacional
Debemos cuidarnos de un nuevo giro hacia el asistencialismo a personas y familias que puedan verse afectadas como resultado de las nuevas medidas económicas que se están poniendo en práctica. El asistencialismo puede resolver un problema puntual, pero no genera transformaciones en la vida de las personas, no ofrece sentido para la vida ni capacita a las para enfrentar la crisis; al contrario, genera dependencia, falta de responsabilidad, de esfuerzo propio y de creatividad. En la actual situación que vive el país, una respuesta que las iglesias e instituciones religiosas pueden dar es ampliar sus posibilidades de empleo, o capacitar a las personas para ejercer alguna profesión o para conocer mejor sus derechos y las leyes que los establecen. Las iglesias pueden generar proyectos que, además de ofrecer determinados servicios, fortalezcan las capacidades e iniciativas de personas y comunidades en el espíritu de la solidaridad y el amor que el evangelio enseña y demanda.
Las iglesias pueden también concentrar sus esfuerzos en la práctica de la oración. Cuando la realidad es incierta y circunda el temor a lo que pueda suceder, nos refugiamos en la oración. Pero la oración no puede ser solamente una búsqueda de refugio, sino que debe constituir también una manera de prepararnos para enfrentar lo que viene, un modo de fortalecer nuestra vocación cristiana en medio de las dificultades, una oportunidad para pedirle a Dios que nos ayude a dar el testimonio necesario y pertinente para este tiempo.
Nuestra iglesia acordó en su última convención local crear un espacio para que las personas que así lo deseen puedan compartir y analizar, como cristianos y cristianas, como miembros de esta comunidad de fe, sus preocupaciones y sus posiciones ante el nuevo momento que vive el país. Desde el evangelio que sustenta e inspira nuestra fe y nuestro testimonio, sentimos la necesidad y el deber de comunicar una palabra profética, una palabra de esperanza, una palabra de amor y compromiso que nos recuerde que somos sal de la tierra y luz del mundo. Las iglesias deben brindar la posibilidad para la participación, el diálogo y el debate francos. Y me pregunto con preocupación: ¿cuántas iglesias en nuestro país han hecho o harán lo mismo? ¿Cuántas iglesias estarán incluyendo en sus agendas y proyecciones de trabajo la necesidad de revisar sus acciones y estrategias pastorales para ser consecuentes con el presente y el futuro de nuestro pueblo?
Es probable que estemos a las puertas de un nuevo momento de reavivamiento religioso, lo cual ha sido característico de los tiempos de crisis a lo largo de la historia. La iglesia debe estar preparada para acompañar y servir, no para aprovecharse de la necesidad y prometer soluciones y mejorías, para proclamar recompensas y bendiciones que no vienen del evangelio sino de las ambiciones y el oportunismo. Por último, debemos estar, sobre todo, con mente abierta y corazón dispuesto ante las nuevas experiencias y los nuevos caminos que el Espíritu de Dios abrirá por delante, a nuevas formas de servicio, testimonio y participación de las iglesias en la vida de nuestra sociedad.
Mis hermanos y hermanas: somos la sal de la tierra. No es una opción, no es una sugerencia, es un imperativo de nuestro Señor Jesucristo: somos la sal de la tierra, nuestra misión es dar sabor, preservar lo que somos y tenemos, ser fieles a nuestros compromisos y construir la paz en mutua lealtad y fidelidad. Quisiera concluir dejándoles dos buenos sabores: el sabor de los principios y el sabor de la esperanza. El sabor de los principios nos llega en esta frase de la católica cubana Noemí Rodríguez del Cañal: “En este tiempo de tanta oferta con mil promesas de nuevos cielos, hay convicciones que no se entregan porque nacieron en los desiertos”; y el sabor de la esperanza nos llega en el estribillo del himno Tenemos esperanza, escrito por el obispo metodista argentino Federico Pagura: “hoy tenemos esperanza, luchamos con porfía y miramos con confianza el porvenir en esta tierra mía”. Amén